Capítulo VIII.- Naturalismo o Realismo
«En nuestro vocabulario son sinónimos ambos términos. El vocablo Realismo, como expresión de un concepto artístico, es relativamente moderno: se puso en circulación a mediados del siglo XIX y vino a sustituir al que se había empleado hasta entonces, o sea, Naturalismo. La escuela literaria de Zola, la llamada naturalista, quiso establecer una cierta distinción en el significado de ambos, pero como esa distinción no es aplicable a la pintura, nosotros como queda dicho, seguiremos considerándolos cual equivalentes, empleando a nuestro buen talento uno u otro.
Así como los románticos gritaban: "¡Quien nos librara de griegos y romanos!", los realistas del siglo XIX pedían que se les librase de la fantasía y del sentimentalismo románticos... en su buena y en su mala acepción. La regeneración del arte -proclamaba Teófilo Thoré, el mejor crítico, con Baudelaire, de la época- ha de hacerse por medio de la vuelta a la verdad natural. [...]
¿Qué sucedió, pues, para que de la región donde alientan los dioses y los héroes se pasara a la de la vida real, cotidiana y vulgar? ¿Cómo las grandezas y fantasías románticas desembocaron así en el gusto por lo real y verdadero? Cuestión de cansancio y de contraste. El Realismo sucedió al Romanticismo -eso sí, con escándalo-, como éste había sucedido -con escándalo también- al Neoclasicismo. El mundo no para de dar vueltas y las generaciones se suceden, trayendo nuevas visiones del mismo y modos de interpretarlo.
Aunque nadie ignora lo que se entiende por realismo artístico, de todos modos vamos a exponerlo de una manera esquemática [...]
Podemos resumirlos en seis principales:
1º.- Carencia de toda idea preconcebida de belleza. 2º.- Considérase la realidad, por lo menos, como inspiradora del arte. 3º.- En virtud de ello no se admite otro modelo, o ejemplo de belleza, que el que suministra la realidad que aparece ante los ojos. 4º.- No es misión del artista corregir ni embellecer el natural, sino reproducirlo con su carácter esencial y específico. 5º.- El artista ha de poseer el don de la simpatía en grado altísimo, que es don de amor hacia todo lo creado. Mediante ese amor, el artista realiza instintivamente la belleza -previo al dominio de la técnica- sin que halle previamente ante los ojos del espíritu ningún prototipo, ningún ideal previo, ninguna norma escolástica de belleza. De la contemplación amorosa del objeto surge precisamente su belleza, no de fuera de él mismo. 6º.- Cada ser u objeto tiene su belleza peculiar, propia, que es la que debe desentrañar el artista.
Haciendo alarde de su sentido realista, Ingres proclamaba que "el arte nunca alcanza mayor grado de perfección que cuando, pareciéndose tanto a la naturaleza, se confunde con ella". Algo equívoca es esta sentencia en boca de Ingres. Pero efectivamente, cuando el arte está dotado de vida profunda, puede confundirse con las obras de la naturaleza, pero... trasladadas a la región de lo espiritual. En resumidas cuentas, el Realismo o Naturalismo se reduce a eso.
Resumiendo: el Realismo o Naturalismo es un sistema estético que reduce el arte a la copia de la realidad sensible tal como nuestra propia experiencia nos la da a conocer; acepta sin seleccionar los elementos que la naturaleza le ofrece; copia, sin retocarlo, lo que se ofrece a los ojos, lo que les presenta, si se quiere, el puro azar; suele contentarse con estudios fragmentarios, en lugar de realizar un cuadro completo o compuesto; el artista realista aspira a la impersonalidad, es decir, procura estar fuera de su obra; se prohíbe a sí mismo aquello que lord Bacon llamaba integración, obra del idealismo, o sea, aquel procedimiento que busca la perfección de los objetos, elimina sus tachas y completa y extiende sus excelencias, realizando así la plenitud y belleza del hombre o de cualquier otro objeto o ser; el Realismo procede directamente de la sensación, porque atiende exclusiva o casi exclusivamente a la vertiente material del mundo.
Se ha reconocido que en el arte realista existen dos grandes divisiones. La una corresponde a lo que se llama realismo ético o didáctico; la otra, representa el realismo puro. En la primera, se reproduce la realidad, pero no por el simple gusto de reproducirla, como mero y exclusivo valor estético, sino con la intención de adoctrinar, corregir, o enseñar al hombre. Se muestran en él sus acciones como en un espejo, pero la intención es ética, es decir, correctiva, represiva. Se muestra la fealdad del hombre y, como en un trasfondo, el ideal a que debiera ajustarse. El realismo puro carece de toda preocupación ética. No le interesa ni enseñar ni reprender; no mira cerca o lejos, tomándolo como norma, el ideal, lo que las cosas debieran ser. Sólo le importa lo que son tal y como son. No persigue otra finalidad que la de imitar, por el placer de hacerlo y por la destreza que revela, la realidad interior y exterior. Es lo opuesto al Idealismo, al Romanticismo y a las formas desarrolladas de la estilización. La tranche de vie, que decía Zola.
Ahora bien, cualquiera de esas dos grandes zonas del Realismo pretende mantenerse fiel a la verdad de la naturaleza, no alterando en ninguna forma las cualidades o los caracteres naturales de los objetos. Buscan las dos el modo más perfecto de reproducirlas. Obedecen ambas, pues, a la necesidad que tiene el hombre de acercarse por medio de la imagen a la realidad natural de las cosas y a la capacidad de que dispone para poderlas reproducir de ese modo.»