domingo, 5 de febrero de 2017

"Aquí está el vendedor de hielo".- Eugene O'Neill (1888-1953)


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 Primer acto

«Larry: (Sarcástico.) Pues yo me alegro de que me deje pagarle... mañana. Y sé que mis colegas de internado van a prometerle lo mismo. Todos ellos se creen de verdad eso de mañana. (En sus ojos aparece un destello burlón. Está medio borracho.) ¡Será para ellos un gran día, mañana... el Día de los Inocentes! ¡Y habrá bandas de música tocando! ¡Será su día de buena suerte, como si un barco llegase a sus puertos, atestado de aflicciones extinguidas, promesas cumplidas, vidas limpias de antecedentes policiales y con el alquiler pagado!
 Rocky: (Cínicamente.) ¡Ya! ¡Y cargado de una tonelada de opio!
 Larry: (Se inclina hacia él. Jocosamente y en voz baja.) ¡No te rías de sus convicciones! ¿Es que no sientes ningún respeto por la religión, italiano descreído? ¿Acaso tiene alguna importancia que sea cierto que la brisa propulsora de esos barcos apeste a whisky barato y les impulse a surcar mares de cerveza, o que esos mismos barcos descansen, desde hace ya tiempo, en el fondo del mar, tras haber sido abordados y hundidos? ¡A la mierda la verdad! Como bien demuestra la historia de la humanidad, la verdad no vale para nada. Un abogado diría que todo eso es irrelevante y circunstancial. Lo que las fantasías tienen de falso es precisamente lo que hace que este montón de lunáticos desheredados continúen viviendo, sobrios o borrachos, eso da igual. ¡Y, además, ya te he enseñado suficiente filosofía a cambio de un trago de matarratas!
 Rocky: (Sonríe con buen humor.) ¿Conque eres un viejo filósofo, como te llama Hickey, eh? Supongo que a ti no te da por las fantasías...
 Larry: (Un poco tenso.) No, a mí no. Mis fantasías están muertas y enterradas. Lo que me reconforta es saber que la muerte es un largo y dulce sueño que nunca llegará demasiado pronto para mí, porque ya estoy terriblemente fatigado.
 Rocky: Ya. O sea, que andas por aquí sólo esperando a ver cuándo la palmas, ¿no? Bueno, pues me juego algo a que vas a tener que esperar un buen rato. ¡Joder, a ti no te matan ni a hachazos!
 Larry: (Sonríe.) Sí, tengo la mala suerte de estar condenado a tener una constitución de hierro que ni el whisky de Harry puede corroer.
 Rocky: El viejo sabelotodo anarquista, ¿eh?
 Larry: (Frunce el entrecejo.) Deja en paz lo del anarquismo. Hace mucho tiempo que corté con la Revolución. Me di cuenta de que los hombres no quieren ser liberados de sí mismos, porque eso implicaría renunciar a su codicia, y no están dispuestos a pagar ese precio por su libertad. Así que dije a quien quiso oírme: "¡Que dios bendiga a todos los presentes, que gane el mejor y que lo mate su ansia!" Yo tomé asiento en la distante tribuna de la filosofía con la intención de echarme  a dormir contemplando a los caníbales bailar la danza de la muerte. (Se ríe de su propia metáfora. Se inclina y pone la mano a Hugo sobre el hombro.) ¿Verdad que lo que digo es cierto, camarada Hugo?
 Rocky: ¡Por tu madre, no hagas que ese gorrón empiece con su rollo!
 Hugo: (Levanta la cabeza y observa a Rocky, a través de sus gruesas gafas, con ojos legañosos. En tono gutural y declamatorio.) ¡Serdo capitalista! ¡Soplón furgués! ¿Es que los esclavos ya ni siquiera tienen derecho a dormir? (Luego sonríe a Rocky y su actitud adquiere un tono bienhumorado y juguetón, como si fuera un niño.) ¡Hola, Rocky! ¡Hola, carita de mono! ¿Dónde tienes a tus esclafitas? (Bruscamente adopta un tono amenazador.) ¡No seas imfésil! ¡Préstame un dólar! ¡Maldito italiano furgués! ¡El gran Malatesta es amigo mío! ¡Infítame a una copa! (Parece extenuarse y le puede la somnolencia. Su cabeza vuelve a hundirse sobre la mesa e inmediatamente se queda profundamente dormido.)
 Rocky: Ya se ha vuelto a quedar KO. (Con más exasperación que ira.) Tiene suerte de que nadie se toma a pecho sus insultos porque, si no, iba a despertarse todas las mañanas en el hospital.
 Larry: (Mirando a Hugo con conmiseración.) No. Nadie se lo toma en serio. Ése es su epitafio. ni los camaradas. Yo terminé hace tiempo con la Revolución, pero, en su caso, la Revolución ha terminado con él, aunque, gracias al whisky, él es el único que no lo sabe.
 Rocky: Le he dejado pasarse. Me va a estar machacando toda la noche con lo de mis esclavas. (Su comportamiento adquiere un tono argumentativo y se pone a la defensiva.) ¡Coño, ni que yo fuera un chulo de putas o algo así! Todo el mundo sabe que no lo soy. Un chulo no tiene oficio. Y yo soy camarero. Y esas golfas, Margie y Perla, sólo me sirven para sacar un poco más de pasta. o sea, un negocio. Como si fueran boxeadores y yo su representante ¿no? Yo me ocupo de que los polis no las molesten y, así, ellas pueden buscarse clientes sin que las pillen. ¡Coño, si no fuera por mí, se pasarían todo el día metidas en la Isla*! Y yo no las sacudo, como hacen los chulos. Las trato bien. Les gusto. Son mis socias. ¿Qué pasa si yo me quedo con su pasta? Si no, la iban a despilfarrar... A las golfas no les dura la pasta. Pero yo soy camarero y trabajo duro para ganarme la vida en esta pocilga. Tú lo sabes, Larry.
 Larry: (Riéndose para sus adentros, adulador.) Un astuto hombre de negocios que no pierde ocasión para escalar peldaños en la vida. Eso es lo que eres.»
*La Isla se refiere a una prisión entonces existente en Ellis Island, situada al sur de la bahía de Manhattan, que era el puerto de entrada para los emigrantes a Estados Unidos.

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