viernes, 3 de febrero de 2017

"El otoño de la Edad Media".- Johan Huizinga (1872-1945)


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 Capítulo 3: La concepción jerárquica de la sociedad

 «La idea de la organización de la sociedad en "estados" penetra en la Edad Media todas las especulaciones teológicas y políticas hasta sus últimas fibras. Esta idea no se limita, en absoluto, a la consabida trinidad: clero, nobleza y tercer estado. El concepto de estado no sólo tiene más valor sino también una significación mucho más amplia. En general, se considera como un estado toda agrupación, toda fundación, toda profesión hasta el punto de haber podido existir junto a la división de la sociedad en tres estados otra división en doce. Pues estat u ordo es algo que implica la idea de una entidad querida por Dios. Las palabras estat y ordre abrazan en la Edad Media un gran número de agrupaciones humanas que son muy heterogéneas para nuestro modo de pensar: los estados en el sentido de nuestras clases sociales, las profesiones, el estado de matrimonio junto al estado de soltería, el estado de pecado -estat de péchié-, los cuatro estats de corps et de bouche de la corte: panetiers, escanciadores, trinchantes y maestres de cocina, las Órdenes sacerdotales -prebístero, diácono, subdiácono, etc.-, las Órdenes monásticas, las Órdenes militares. Lo que para el pensamiento medieval da unidad al concepto de "estado" o de "orden" en todos estos casos, es la creencia de que cada uno de estos grupos representa una institución divina, es un órgano en la arquitectura del universo, tan esencial y tan jerárquicamente respetable como los Tronos y las Dominaciones celestiales de la jerarquía angélica.
 En la bella imagen que las mentes se forjaban del Estado y de la sociedad, adjudicábase a cada uno de los estados su función, respondiendo, no a su probada utilidad sino a su santidad o a su brillo exterior. Era, pues, posible lamentar la degeneración del clero o la decadencia de las virtudes caballerescas sin rebajar por ello lo más mínimo en la imagen ideal. Los pecados de los hombres pueden impedir la realización del ideal; éste sigue siendo, empero, base y norma del pensamiento colectivo. La imagen medieval de la sociedad es estática, no dinámica.
 Bajo una curiosa apariencia ve la sociedad de sus días Chastellain, el historiógrafo áulico de Felipe el Bueno y Carlos el Temerario, cuya nutrida obra es también en este punto el mejor espejo del pensamiento de su época. Aquí tenemos un hombre criado en las llanuras de Flandes que tenía, por tanto, ante sus propios ojos las más brillantes manifestaciones del poder de la burguesía y que, sin embargo, deslumbrado por el brillo externo de la fastuosa vida de Borgoña, considera el valor y las demás virtudes caballerescas como la fuente de todo el poder del Estado.
 Dios ha creado el pueblo bajo para trabajar, para cultivar el suelo, para asegurar por medio del comercio la sustentación permanente de la sociedad; ha creado el clero para los ministerios de la fe, y ha creado la nobleza para realzar la virtud y administrar la justicia, para ser con los actos y las costumbres de sus distinguidas personas el modelo de los demás. Las más altas funciones del Estado: la defensa de la Iglesia, la propagación de la fe, el amparo del pueblo contra la opresión, el fomento del bienestar general, la lucha contra la violencia y la tiranía, la consolidación de la paz son adjudicadas todas por Chastellain a la nobleza. La veracidad, la valentía, la moralidad y la dulzura son, por otra parte, sus cualidades. Y la nobleza francesa, dice este exaltado panegirista, responde a esta imagen ideal. En la obra entera de Chastellain se advierte que el autor ve, efectivamente, los sucesos de su tiempo a través de ese cristal de color de rosa.
 El escaso aprecio hecho de la burguesía proviene de que no se había corregido con arreglo a la realidad el tipo bajo el cual se imaginaba el tercer estado. Era un tipo simple y tajante, como una estampa de calendario o un bajorrelieve que representase los trabajos del año: el esforzado labrador, el laborioso menestral, el atareado mercader. La figura del poderoso patricio, que desalojaba de su puesto a la misma nobleza; el hecho de que ésta se alimentase continuamente de la sangre y el poder de la burguesía, no tenían puesto en aquel tipo lapidario, como tampoco lo tenía la figura del belicoso hermano del gremio y su ideal de libertad. En el concepto del tercer estado permanecieron unidos hasta la Revolución francesa la burguesía y el proletariado. Alternativamente pasaba al primer término de la imaginación la figura del pobre labrador o la del rico y ocioso habitante de la ciudad, pero el concepto del tercer estado no llegó a ser definido por su verdadera función económico-política. Un programa de reformas del año 1412, debido a un monje agustino, puede pedir en serio que se obligue a todo residente en Francia, que no pertenezca a la nobleza, a ejercer un oficio o a trabajar en el campo o a que sea expulsado del país.
 Sólo así es comprensible que un hombre como Chastellain, cuya susceptibilidad para las ilusiones morales iguala a su ingenuidad política, sólo reconozca al tercer estado algunas virtudes de esclavos, comparadas con las altas cualidades de la nobleza. [...] Su virtud estriba en la humildad y la laboriosidad, en la fidelidad al rey y la solicitud por tener satisfechos a sus señores.
 Acaso esta completa ceguera para un futuro de libertad y de poder de la burguesía haya contribuido a los lúgubres juicios que hacen sobre los tiempos Chastellain y sus correligionarios, que sólo de la nobleza esperaban la salud.
 Chastellain llama secamente vilains incluso a los más ricos moradores de las ciudades. No tiene el menor sentido del honor burgués. Felipe el Bueno tenía la costumbre de abusar de su poder para casar a sus archers -que eran en su mayoría nobles de clase inferior- o a otros servidores de su casa, con las viudas o las hijas de ricos burgueses. Los padres casaban a sus hijas tan pronto como podían para escapar a estos compromisos. Una viuda volvió a casarse por la misma causa dos días después del entierro de su marido. Cierta vez tropezó el duque con la obstinada resistencia de cierto cervecero de Lila, que no quería entregar a su hija para un enlace semejante. El duque hace poner a la joven en lugar seguro. El padre, ofendido, se traslada con todo lo que posee a Tournay, para salir del dominio del duque y poder exponer sin trabas su causa al Parlamento de París. Sólo cosecha cuidados y trabajos. Enferma de pesar, y el fin de la historia -que es sumamente característico del natural impulsivo de Felipe y que no hace honor a éste con arreglo a nuestras ideas- es que el duque devuelve la hija a la madre, que se dirige a él implorante; pero sólo otorga el perdón haciéndolas objeto de burla y humillación. Chastellain, que no arredra de censurar a su señor, tiene sin embargo todas sus simpatías para el duque; para el padre ofendido no encuentra otras palabras que "ce rebelle brasseur rustique", "et encore si meschant vilain"

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