domingo, 19 de febrero de 2017

"Crónica de pobres amantes".- Vasco Pratolini (1913-1991)


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 Parte primera
 8

«Osvaldo Liverani, comisionista en papel y afines, completaba con Liliana y Margherita el trío de los provincianos de vía del Corno. O, como decía Staderini, sin asomo de ironía: "Destripaterrones que se han urbanizado."
 Su pueblo es Vicchio, en Mugello, donde con frecuencia se producen terremotos, los campesinos atraviesan el paseo con los carros de bueyes y los peones y estudiantes cogen el tren a las 5'37 para encontrarse en la ciudad temprano. Osvaldo nació en 1900, fue llamado a filas en los últimos meses de la guerra. Los periódicos y la gente decían: "Los de 1899 han contenido a los alemanes, los de 1900 los rechazarán. Serán los chavales de pantalón corto  y dientes de leche quienes decidan los destinos de la Patria." Sin embargo, los alemanes no esperaron al reemplazo de los Gavroche para levantar los brazos. Osvaldo y sus coetáneos corrieron con los trenes y después con los carros tirados por mulas, pero cuando llegaron a la proximidad del frente, ya se había firmado el armisticio. Los de 1900, que salieron como  salvadores de la Patria, volvieron como mascotas de la Victoria. En cualquier acantonamiento, depósito o dormitorio donde hubiese un "recluta" de 1900 los veteranos tenían la diversión asegurada. El recluta era un muchacho que sufría de una desilusión atroz, sobre la que llovían ironías, colchonetas, cantimploras y golpes en la cabeza. Era un joven de 18 años que sabía que había perdido una ocasión "única en la vida".
 Osvaldo estuvo en las filas hasta febrero de 1922 y primero lo destinaron a la vigilancia de los prisioneros, después a la protección de las tierras liberadas y, por último, a los servicios normales de un cuartel turinés. La desilusión se convirtió en amargura. Deseo de redimir una culpa no cometida. Rojo de vergüenza, humillado por el honor que no le correspondía, desfiló junto a los veteranos, cuando el número de los ex combatientes, en gran parte licenciados, era insuficiente para organizar manifestaciones patrióticas en respuesta a las provocaciones de los "sin patria". Y excitado y contento, disparó al aire y dio golpes con la culata del fusil en las espaldas de los renegados. Lo mandaba un teniente, ¡de la quinta de 1899!, con dos metralletas de plata y tres heridas en combate.
 Un domingo de septiembre de 1920 por la tarde se decidió su vocación. Infinitos son los caminos de la gracia, inmensos como los del pecado.
 Los manifestantes, al principio dispersos, volvían a la carga. Osvaldo se encontró ante un joven vestido de negro y con sombrero de paja. ¿Un meridional? Este había conseguido doblarle los brazos y, con el fusil cogido con las dos manos, intentaba arrebatárselo. En la pelea se le cayó el sombrero. Osvaldo forcejeó con todas sus fuerzas y consiguió levantar en alto el fusil. El hombre dio un grito y cayó de rodillas. Osvaldo lo había herido sin querer con la bayoneta calada. Creyó haberlo matado y por un instante quedó helado de espanto. Pero el hombre volvió a levantarse enseguida, con una mano cubierta de sangre. Era la derecha. La sangre goteaba sobre el empedrado. Osvaldo pensó: "¡Necesitaría un pañuelo!", pero el instinto defensivo le hizo quedarse inmóvil, con el arma apuntada contra el desconocido. Fueron pocos instantes. Sus camaradas habían dispersado ya a los sin patria y acudían adonde él estaba:
 -¡Cerdo! ¿Cómo voy a trabajar mañana? -pero más que a Osvaldo se lo preguntaba a sí mismo. En cambio, a Osvaldo le gritó, al tiempo que se levantaba-: ¡Vendido! -Osvaldo le notó un acento familiar. Estaba por levantar el fusil y preguntarle: "¿Eres toscano?", pero el otro hizo un gesto repentino, le escupió en la cara y escapó. Le alcanzó entre la boca y la nariz. Furioso, ofendido, se llevó el fusil al hombro, lo apuntó hacia el desconocido que huía, tuvo tiempo de accionar tres veces -y por primera vez "sobre un blanco humano"- el "mecanismo de carga y disparo". Pero era un recluta de 1900 quien disparaba y las balas dieron contra una pilastra. El teniente le desvió en el aire el cuarto tiro, tal vez el que iba a hacer blanco. Le dijo que se considerara arrestado.
 El incidente le costó el "castigo máximo". Al comunicarle el castigo, el teniente le dijo:
 -Como oficial he tenido que dar parte, porque había orden de no disparar. Como ciudadano y como italiano, te expreso mi solidaridad. Y siento que no le hayas acertado.
 La cárcel es también un lugar de meditación, donde cada cual se las arregla con los pensamientos que tiene. Nada mejor que la soledad de una celda de castigo para llegar a sacar conclusiones. Quien no tiene pensamientos propios, ni conclusiones generales a que llegar, los pide prestados. Los periódicos, los comentarios de aquellos a quienes estimamos, son muy a propósito para conciliar nuestro espíritu confuso. Quince días en celda de castigo y treinta en celda normal constituyen mes y medio; bastante para que Osvaldo llegase poco a poco a su verdad. "¿Cómo voy a trabajar mañana? ¡Te expreso mi solidaridad! ¡Vendido! (El brigada me ha dicho cosas peores.) ¡Siento que no le hayas acertado! (¡Ahora tendrías sobre la conciencia la vida de un hombre! En la guerra eran alemanes; ¡hoy hasta matar a un alemán es delito! Un alemán es también un civil, un burgués.) ¡Los burgueses son todos renegados! ¡Desertores claudicantes, Bandera Roja! (¿Me habrá escupido en la cara porque llevo uniforme? Entonces ¡es verdad lo que dicen los periódicos! ¡Porque creía que yo había combatido en la guerra!) La sangre derramada por la Patria. La tierra bañada por nuestra sangre. La sangre de nuestros hermanos caídos clama venganza. "¡Venganza, sí, venganza contra los comunistas!" ¿Sería un comunista? Si era un comunista, he hecho bien. Lástima que no le acerté."
 En julio de 1922 lo licenciaron y volvió a su pueblo, a casa de su cuñado, con el que vivía junto con su hermana y sus sobrinitos, y su padre, que había perdido la memoria.»

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