La meditación del viejo pescador
«Vosotras, olas, aunque dancéis a mis pies como niños que juegan,
aunque brilléis y relumbréis, aunque ronroneéis y os abalancéis,
en junios más cálidos que éstos las olas eran más alegres,
cuando yo era un muchacho con el corazón intacto.
Ya no hay arenques en la mar como antaño;
ay, cómo crujían las banastas en el carro
que llevaba las capturas a Sligo para su venta,
cuando yo era un muchacho con el corazón intacto.
Y tú, orgullosa muchacha, no eres tan bella cuando su remo
se oye en el agua como eran, distantes y altivas,
las que caminaban por la tarde junto a las redes y guijas,
cuando yo era un muchacho con el corazón intacto.
La balada de Moll Magee
Venid aquí, rapazuelos, / y no me tiréis piedras a mí
porque hable entre dientes. / Apiadaos de Moll Magee.
Mi marido era un pobre pescador / con mando en las orillas;
y yo salaba arenques / todo, todo el santo día.
Y, a veces, desde la cabaña en que salaba / apenas podía arrastrar los pies,
bajo la bendita luz de la luna / por la calle guijarrosa.
Siempre estaba debilucha, / recién nacida mi hijita;
de día la cuidaba una vecina, / y yo la cuidaba hasta el alba.
Me echaba sobre mi niña; / queridos rapazuelos,
atendía a mi niña fría / cuando el alba helada y clara.
¡Una mujer cansada duerme tan mal! / Mi marido se puso colorado y pálido,
y me dio dinero, y me ordenó marchar / a casa de los míos, en Kinsale.
Me condujo afuera y cerró la puerta / y me echó su maldición;
en silencio me marché / y no pude ver ningún vecino.
Ventanas y puertas estaban cerradas, / una estrella brillaba tenue y verde,
la paja del camino se arqueaba / en el callejón vacío.
En silencio me marché: / al pasar junto al establo de Martin
vi a una afable vecina / soplando su fuego matinal.
Me entresacó mi historia: / he gastado todo mi dinero,
y aunque con ojos de piedad y burla / me da de comer y beber.
Dice que seguro que vendrá mi marido, / y me llevará otra vez a casa;
pero siempre, cuando voy por ahí, / puertas afuera o en el interior de las casas,
amontonando leña o turba, / o yendo al pozo,
pienso en mi bebé / y lloro por mi suerte.
Y a veces estoy segura de que sabe / que al abrir de par en par su puerta,
Dios enciende las estrellas, sus velas, / y mira con buenos ojos a los pobres.
Así que, rapazuelos, / no me tiréis piedras a mí,
congregaos con ojos brillantes / y apiadaos de Moll Magee.
La isla en el lago de Innisfree
Me levantaré ahora e iré, iré a Innisfree,
y haré allí una humilde cabaña de arcilla y zarzas;
nueve hileras de judías tendré allí, una colmena que me dé miel
y viviré solo en un claro entre el zumbar de las abejas.
Y allí tendré algo de paz, pues la paz viene gota a gota
y cae desde los velos matinales a donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y un cárdeno brillo el mediodía,
y colman el atardecer las alas del pardillo.
Me levantaré ahora e iré, pues siempre, día y noche,
oigo el rumor del lago ante la orilla;
cuando estoy en la calzada, o en las grises aceras,
lo oigo en lo más hondo de mi corazón.»
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