Pericles
38
«Fue entonces, al parecer, cuando la peste hizo presa en Pericles. El ataque no fue agudo ni violento como el de otros, sino una especie de enfermedad benigna que se prolongó mucho y experimentó fases diversas y que fue consumiendo lentamente su cuerpo y minando el vigor de su espíritu. 2.- En todo caso, Teofrasto, inquiriéndose en su Ética si los caracteres cambian según las vicisitudes de la fortuna y si al alterarse por los sufrimientos del cuerpo pierden la virtud, cuenta que Pericles en el curso de la enfermedad mostró a un amigo que había venido a verlo un amuleto que las mujeres le habían colgado del cuello, como señal de lo mal que estaba cuando había llegado incluso a prestarse a semejante estupidez. 3.- Cuando ya estaba para morir, sentados a su alrededor, los mejores de los ciudadanos y los amigos que habían sobrevivido estaban conversando sobre sus méritos y el gran poder que había tenido e iban enumerando sus hazañas y la multitud de los trofeos conseguidos por él, pues eran nueve los que había erigido en honor de la ciudad como resultado de sus actuaciones como estratego y sus victorias. 4.- De esto es de lo que dialogaban, convencidos de que ya no tenía conciencia y de que había perdido el conocimiento. Pero resulta que había estado prestando atención a todo lo que decían y en un momento determinado les interrumpió y dijo que le extrañaba que lo elogiaran e hicieran mención de todo aquello, que eran acciones en las que la fortuna había tenido una parte y que habían sucedido ya antes a muchos generales, y que, en cambio, no dijeran aquello más bello e importante: "Nadie en efecto -dijo-, de todos los atenienses, se ha tenido que poner un vestido de luto por mi culpa."
39
En conclusión, un hombre como éste merece la admiración, no sólo por la moderación y afabilidad, que siempre conservó en asuntos trascendentes y a pesar de enemistades tan grandes, sino también por esa elevación de sentimientos que le hacía considerar que la mayor de sus cualidades era el no haber dado gusto en nada a sus odios y a sus iras, a pesar de tanto poder como tenía, y el no haber tratado a ningún enemigo personal como adversario irreconciliable. 2.- Y a mí me parece que en cuanto a aquel apodo excesivo y arrogante, lo único que hace que no pueda mirarse con malos ojos y que resulte apropiado es que se denomina olímpico precisamente un carácter benevolente y una vida pura y sin tacha en medio del poder, del mismo modo que estimamos que el linaje de los dioses, autor de los bienes pero sin responsabilidad en los males, por naturaleza gobierna y rige lo que existe, y no como los poetas, que tratan de perturbarnos la mente con sus ignorantísimas opiniones aunque sus propios cuentos legendarios los traicionan y que llaman el lugar en el que dicen que habitan los dioses sede sólida e inconmovible, carente de vientos y nubes y que resplandece a su alrededor de manera invariable y en todo momento con una atmósfera dulce y serena y una luminosidad muy pura, en la creencia de que esta clase de mansión es la que mejor corresponde a los seres beatos e inmortales; y sin embargo, nos presentan a los propios dioses llenos de alborotos, enemistades, rencores y otras pasiones que ni siquiera se adecuan a hombres que sean sensatos. 3.- Pero es probable que estos temas sean más apropiados para otro género de tratado.
Por lo que hace a Pericles, el desarrollo de los acontecimientos hizo que los atenienses cayeran pronto en la cuenta de lo que valía y provocó una manifiesta añoranza de su persona. En efecto, incluso quienes en vida suya habían tolerado mal el peso de su poder porque no hacía más que oscurecerlos a ellos, cuando tras su desaparición probaron a otros oradores y jefes populares, tuvieron que reconocer que no había nacido carácter que dentro de su grandiosidad fuera más moderado ni dentro de su afabilidad más venerable. 4.- Entonces quedó patente que aquella autoridad que se había hecho acreedora de tantos odios y que antes habían llamado monarquía y tiranía, había sido baluarte salvador de la patria: tanta era la corrupción que hostigaba los intereses públicos y tanto era el número de vicios que él había debilitado y reducido hasta el punto de mantenerlos ocultos y que había impedido que se hicieran irremediables campando a su arbitrio.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: