Acto primero
Escena XI
«(Salen Doña Ana, de camino, y Celia)Ana: ¿De qué vas triste? ¿De qué / lo van todas mis doncellas?
Habla, dime sus querellas.
Celia: Señora, verdad diré, / pues obligación me pones:
tienen tus criadas todas / en la corte sus pasiones
y como de aquí a seis días / es la noche de San Juan
-cuando los amantes dan / indicios a sus porfías-,
sienten al ver que esta noche / en la corte no han de estar.
Ana: Pues pierdan, Celia, el pesar; / que, por la posta, en un coche
conmigo entonces vendrán. / Porque se alegre mi gente
gozaré secretamente / de la noche de San Juan,
y volveréme a la aurora / a proseguir mis novenas.
Celia: Alivie el cielo tus penas. / Mas, ¿no era mejor señora,
dilatar esta partida?
Ana: Si sabes que estoy muriendo / por dar la mano a don Mendo,
y no hay cosa que lo impida / sino el cumplir las novenas
que a San Diego prometí, / ¿dilataré, estando así,
el remedio de mis penas? / Con esta traza de hoy
ninguna queda quexosa.
Celia: Hágate el cielo dichosa. / A dalles la nueva voy.
Ana: Encárgales, por mi vida / el secreto.
Celia: Así lo haré. / Don Mendo viene. (Vase.)
Ana: Tendré / buen agüero en la partida.
Escena XII
(Sale Don Mendo, de color. Doña Ana)[...]
Mendo: Es imán de mis ojos tu presencia.
Ana: Justo efecto de amor es la obediencia.
Mendo: ¿Sin ti quieres dejarme?
Ana: Yo, don Mendo, / parto sin ti.
Mendo: ¿Qué mucho? Vas helada / cuando yo quedo ardiendo.
Ana: ¡Segura fuese yo, como abrasada!
Mendo: No me apartes de ti si desconfías.
Ana: Vive el recato entre las ansias mías.
Mendo: ¿No me llamas tu dueño?
Ana: Y de mis ojos, / cierta lengua del alma, lo has sabido.
Mendo: ¿De quién temes enojos / cuando te adoro yo, de ti querido?
Ana: Hasta el "sí" conyugal temo mudanza; / que no hay dentro del mar cierta bonanza.
En tanto que a mis deudos comunico / la dichosa elección de vuestra mano,
y devota suplico / en Alcalá a su dueño soberano
que lleve a fin feliz mi intento nuevo, / y las novenas pago que le debo,
puede mudarse vuestro amor ardiente / y quedar mi opinión en opiniones
del vulgo maldiciente, / que a lo peor aplica las acciones.
Mendo: ¿Mudarme yo?
Ana: Temores son de amante.
Mendo: Más parecen cautelas de inconstante. / Si ya nuevo cuidado te fatiga,
el fingido recato, ¿qué pretende? / Declárate, enemiga:
no el desengaño, la mudanza ofende. / Vete segura: ocuparé entre tanto
el alma en celos y la vida en llanto.
Ana: Ofendes mi lealtad si desconfías; / mas porque de tu error te desengañes,
pon secretos espías, / prueba mi fe, como mi honor no dañes.
Mendo: Confianza tendré, mas no paciencia, / contra el rigor, señora, de tu ausencia.»
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