Capítulo III: La quiebra militar, política e ideológica de 1898
«Es harto sabido cómo la situación de guerra colonial se fue degradando desde 1895. De nada sirvió la draconiana represión de Weyler, ni de nada después que Blanco (con el último gobierno Sagasta) representase la concesión de una autonomía que nada interesaba ya a los cubanos, a dos dedos de la independencia, ya casi seguros del apoyo directo estadounidense. Se fue, pues, del despeñadero diplomático al despeñadero bélico, a los acordes de "La Marcha de Cádiz", aunque los hombres más lúcidos del régimen preveían el desenlace fatal del drama. Se va de desastre en desastre; el armisticio es ya casi una entrega colonial; incluso se cede en él Manila, que todavía no se había rendido. Prácticamente, nada hay que hacer el día en que empiezan en París las sesiones de la conferencia de la paz (entre españoles y estadounidenses, con curiosa ausencia de los primeros protagonistas, los cubanos). Montero Ríos no tendrá más remedio que firmar, en nombre de España, la renuncia a todos los restos del Imperio, el 12 de diciembre de 1898.
Mientras tanto, una parte del público español (y llamamos público al que no iba a la guerra, ni él ni sus hijos y se enteraba de las noticias por los periódicos) se daba buena conciencia y optimismo contemplando las patrioteras portadas de "Blanco y Negro", los cuentecitos en que nuestros caballerosos héroes vencían siempre o creyéndose aquello de que los norteamericanos eran unos "choriceros" y que sus buques darían media vuelta despavorida al divisar los nuestros (sus buques, cuyos cañones tenían alcance para tirar sobre los nuestros sin ser alcanzados por la réplica). Tomaban conciencia del drama, pero de manera fragmentaria, las capas más humildes de la población, cuyos hijos eran enviados a batirse en las Antillas.
En los medios que podían disponer de medios de comunicación (aunque muchos de escaso radio de acción) sólo el Partido Socialista y don Francisco Pi y Margall mantuvieron una postura de oposición a la acción bélica (al segundo le costó perder su acta de diputado por Figueras). Pero es justo decir que Unamuno y Costa compartieron esa actitud. Con más energía el primero (también era menos conocido). En cambio, republicanos como Blasco Ibáñez titulaban "La Patria de luto" la noticia de la rota de Santiago; "El País" tenía una postura colonialista. Tomemos al azar algún que otro ejemplo. editorial de 24 de febrero de 1898, titulada Cuba yankee. En él se critica ásperamente incluso la labor del gobierno "autónomo" que actuaba en La Habana de acuerdo con el metropolitano y se termina así: "El problema cubano no tendrá solución mientras no enviemos un ejército a los Estados Unidos."
El editorial de 10 de abril de 1898 del mismo diario se titula Unión republicana y es un llamamiento a todos los grupos con ese denominador común, para con la República lograr que "el Ejército y la Marina, los dos brazos del poder nacional, apoyados resueltamente por todos los patriotas y especialmente por el partido republicano unido, salven el honor y el territorio de la Patria". En el mismo número puede leerse un violento ataque a Henri de Rochefort, que presidía en París el Comité de "Cuba libre".
En otra ocasión hemos escrito que aquellos meses del 98 fueron el "despertar de un sueño imperial". Mal despertar, al darse cuenta súbitamente y demasiado tarde de la realidad. Y si buena parte de la opinión no se dio cuenta mientras había hostilidades de lo que en las colonias pasaba, de cuáles eran nuestras dificultades, nuestras bajas; si pocos sospechaban que más de 50.000 españoles habían muerto allí de fiebre amarilla y de otras enfermedades, el dantesco espectáculo de la repatriación de soldados famélicos, enfermos y harapientos fue entonces conocido de grandes sectores del país. En "Blanco y Negro", periódico que no se distinguía por su espíritu crítico, podemos leer, comentando un reportaje gráfico sobre los lazaretos de Vigo, La Coruña y Santander:
"... este triste amontonamiento de héroes que infructuosamente marchitaron su juventud por la patria, evoca en el alma margas y melancólicas meditaciones. Quizás muchos de los que en las adjuntas fotografías aparecen mirando el objetivo de la máquina hayan sucumbido a las graves dolencias que los postran en el duro camastro del hospital o les dan el aspecto valetudinario y achacoso que traen la mayoría de los repatriados."
En el Congreso de los Diputados, Blasco Ibáñez, de vuelta de ciertas ilusiones coloniales y consecuente con su idea de que a Cuba debían haber ido a luchar todos, pobres y ricos, increpa así a los gobernantes:
"¡Ah, Srs. ministros! ¡Bien se conoce que la carne de pobre es barata, y os importa poco que mueran esos soldados! (Rumores). Si hubierais cumplido la promesa de establecer el servicio obligatorio, de otra manera hubieran venido los repatriados y se les hubiera dado alojamiento y asistencia".
Casos hubo en que la indignación estalló en forma de protesta airada. Así ocurrió en Vigo a la llegada del vapor León XIII (de la Trasatlántica de Comillas, como todos los que hacían el servicio) el 15 de septiembre de 1898, abarrotado de soldados repatriados. El vapor atracó a las ocho y media de la mañana, pero no había orden de desembarcar; durante largas horas gran parte del pueblo de Vigo esperó en vano, mientras que los jefes y oficiales habían dejado el barco desde su llegada. Varios soldados, en estado febril, se dirigieron a la multitud pidiendo agua, diciendo que morían de sed. De súbito estalló el motín dentro y fuera del barco, que la multitud intentó tomar por abordaje. El gobernador militar tuvo que ir al puerto, calmar a todos y hacer que el desembarco se realizase inmediatamente.
Muchos de aquellos hombres volvieron a sus aldeas y campos, a padecer el paro endémico y los bajos salarios.»
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