viernes, 3 de abril de 2020

Tristán e Isolda.- Gottfried von Strassburg (+ c. 1215)

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«Si no se tiene por buenos a quienes deparan bien al mundo, nada valdría cuanto de bueno acontece en el mundo. Todo aquel que no interprete como bienintencionado lo que un hombre bueno hace con la mejor de las intenciones para el bien del mundo, actúa de forma equivocada. A menudo he oído que se desprecia aquello que en realidad se desearía tener. A veces, son demasiadas las cosas nimias; otras, se quiere lo que normalmente se rechaza. Es propio que el hombre elogie lo que ha menester y sepa gozar de ello mientras le siga gustando. Respeto y valoro a los hombres que aciertan a sopesar el bien y el mal y que son capaces de calibrarnos a mí y a cualquier otro según nuestra verdadera valía. El prestigio y la alabanza promueven el arte, siempre que el arte sea digno del elogio. Donde el arte es adornado con elogios, allí florece de muy diversas maneras. Al igual que no prestamos atención a la obra que no ha ganado ni alabanzas ni prestigio, así también gusta aquella con prestigio y que no ha dejado de ser elogiada. Hoy en día hay muchos que tienen por malo lo bueno, mientras que dan por bueno lo que carece de valor. Tales personas no ayudan, sino que son un obstáculo. Las dotes artísticas y una inteligencia aguda armonizan con facilidad. Mas si interviene la envidia, se apagan el arte y la inteligencia. ¡Perfección, qué estrechas son las pasarelas que hasta ti conducen, y qué arduos tus caminos! ¡Afortunado aquél que pise tus pasarelas y caminos y transite por ellos! Si paso sin provecho el tiempo que para vivir me ha sido concedido, entonces no ocupo en este mundo el lugar que me ha sido asignado. Una tarea me he impuesto para alegría de los hombres y satisfacción de los corazones nobles, para esos corazones hacia los que me siento atraído, para esos hombres cuyo interior puedo ver. No me refiero a todos los hombres; no me refiero a aquéllos de los que oigo decir que no soportan ningún dolor y sólo desean vivir alegremente. ¡Dios les conceda el que vivan alegremente! Para estos hombres y para esa vida mi historia resulta incómoda: sus vidas y la mía son dispares. Me refiero a otros hombres, a aquéllos que saben portar en unión su dulce amargura, su grato pesar, su férvido amor, su ansioso dolor, su grata vida, su dolorosa muerte, su grata muerte, su dolorosa vida. Tal es la vida a la que aspiro, a tales hombres quiero pertenecer, con ellos morir o vivir. A ellos he consagrado mi vida hasta ahora y con ellos, que en las horas difíciles me aportaron consejo y ayuda, he pasado mi tiempo. Para su diversión me he impuesto la tarea de aliviar su dolor mediante mi historia y de aligerar un poco sus preocupaciones. Si alguien tiene ante sus ojos algo que pueda dar ocupación a su espíritu, entonces siente cómo éste se libera de sus inquietudes. Es una buena medicina contra las penas del corazón. Todos coinciden en ello: si un hombre inactivo se ve harto cargado de una aflicción añorante, la inactividad sólo sirve para aumentar la aflicción añorante. Si a la aflicción añorante se le une la inactividad crece aún más la aflicción añorante. De ahí que sea bueno buscar con todas nuestras fuerzas una actividad si se porta un hondo pesar y un dolor añorante en el corazón. Así el espíritu encuentra en qué ocuparse y ello tiene gran valor para él. Sin embargo, nunca aconsejaría que un hombre que busca una inclinación se ocupe en algo que no encaje en esa inclinación pura. El que ama puede meditar sobre una historia de amor dolorosa y leyéndola hacer más llevadero su tiempo. Pero abunda una opinión que casi estoy por suscribir: cuanto más se ocupa el deseo añorante con historias de amor dolorosas, tanto mayor se hace el dolor. Estaría de acuerdo con esta opinión, de no ser por algo que me hace rebelarme. Quien posee una inclinación profunda, por mucho que le duela, no deja que su corazón renuncie a ella. Cuando más arden sus férvidos deseos de amor en su hoguera de amor, mayor es el dolor con el que pueden amar. Tal aflicción es tan grata y el dolor tan bueno, que ningún corazón noble prescinde de ellos, pues son los que lo convierten en aquello que es. Es tan cierto y seguro como la muerte y yo mismo lo he experimentado con mucho dolor: el que ama con perfección gusta de las historias de amor dolorosas. Quien quiera por tanto escuchar una historia de amor, que aquí permanezca. Yo le contaré acerca de nobles amantes que fueron a mostrar un anhelo puro: un amante y una amante -una mujer, un hombre- Tristán, Isolda -Isolda, Tristán.
 Yo sé bien que han sido muchos los que han contado acerca de Tristán. Y a pesar de ello no han sido muchos lo que lo han hecho con acierto.
TRISTAN E ISOLDA.: Amazon.es: VON STRASSBURG, G.: Libros Mas si yo hiciera lo mismo y dijera que no me gustan sus historias, no me comportaría como debo. No será ese mi proceder; contaron bien sus historias, movidos por la mejor intención y para beneficio de la humanidad. Es verdad que lo hicieron con buena intención; porque lo que el hombre ha hecho con buena intención, eso es también bueno y justo. Pero no por ello deja de ser cierto lo que dije respecto a que no contaron la historia con acierto. No la contaron bien, como Tomás de Britania, que conocía muy bien las historias y sabía contarlas, y que habiendo leído sobre las vidas de todos los príncipes en libros britanos supo referírnoslas.
 Al igual que éste ha relatado la vida de Tristán, yo mismo busqué lo que era cierto y verdadero en libros romances y latinos, esforzándome por darle forma a este poema al modo suyo. Largo tiempo hube de buscar, hasta que en un libro encontré toda su historia. Es mi determinación presentar lo que de esa historia de amor allí leí ante todos los corazones nobles, para que en ella encuentren ocupación. Su lectura les hará a todos bien. ¿Bien? Sí, extremadamente bien. Torna grata la inclinación de cada uno y ennoblece el ánimo. La lealtad hace más firme y perfecciona la vida, a la vida puede darle nuevas fuerzas. Porque al leer u oír acerca de lealtad tan pura, la lealtad y otras ventajas se le aparecen gratas al hombre sincero. Inclinación, lealtad, constancia, honra y muchos otros valores en ningún otro lugar gustan tanto como allí donde se habla de amor y se lamenta un dolor hondo por culpa de una inclinación. La inclinación es tan portadora de dicha, es un afán tan portador de dicha, que nadie que no se haya sometido a sus enseñanzas puede poseer perfección u honra. Pero, por mucho que más de una vida valiosa se haya visto elevada por una inclinación, por muchas ventajas que de ella broten, no todos, por desgracia, se afanan en pos del amor. Por desgracia, son muy pocos los que encuentro dispuestos a portar en sus corazones el anhelo puro hacia la persona amada, ya que no soportan la miserable aflicción que a veces se oculta en el corazón en tales casos. ¿Por qué no habría de estar dispuesto un hombre a sufrir un mal a cambio de un bien mil veces mayor, a cambio de mucha alegría una aflicción? Quien por una inclinación nunca padeció dolor, tampoco gozó de alegría a cusa de una inclinación. Inclinación y dolor fueron de siempre inseparables en el amor. A través de los dos hay que adquirir honra y fama o sucumbir sin conseguirlos.»
   
    [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1982, en edición preparada por Bernd Dietz. ISBN: 84-276-0591-9.]

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