El heroísmo de la visión
«Nadie jamás descubrió la fealdad a través de fotografías. Pero muchos, a través de fotografías, han descubierto la belleza. Salvo en aquellas situaciones donde la cámara se utiliza para documentar o para registrar ritos sociales, lo que incita a la gente a tomar fotografías es el hallazgo de algo bello. (El nombre con que Fox Talbot patentó la fotografía en 1841 era calotipo: de kalos, bello.) Nadie exclama: "¡Qué feo es eso! Tengo que fotografiarlo". Aun si alguien lo dijera, sólo querría dar a entender: "Esa fealdad me parece... bella".
Es común que quienes han visto algo bello lamenten no haber podido fotografiarlo. Tanto éxito ha tenido la cámara en su función de embellecer el mundo que las fotografías han relegado al mundo como medida de lo bello. No es raro que anfitriones orgullosos muestren fotografías de la casa para que los visitantes comprueben qué espléndida es en verdad. Aprendemos a vernos fotográficamente a nosotros mismos: considerarse atractivo es, precisamente, juzgar que uno saldría bien en una fotografía. Las fotografías crean lo bello y -a través de generaciones de imágenes fotográficas- lo desgastan. Ciertas atracciones naturales, por ejemplo, se han abandonado totalmente a las atenciones infatigables de algunos aficionados. Para la gente atosigada de imágenes, es muy probable que las puestas de sol luzcan vulgares; ahora se parecen demasiado, ¡ay!, a fotografías.
Muchas personas se ponen nerviosas cuando están por fotografiarse: no porque teman un ultraje, como los primitivos, sino porque temen la reprobación de la cámara. Quieren la imagen idealizada: una fotografía donde luzcan mejor que nunca. Se sienten rechazadas cuando la cámara no les devuelve una imagen más atractiva de lo que realmente son. Pero pocos tienen la suerte de ser "fotogénicos", o sea, de lucir mejor en fotografías (aun sin maquillaje ni iluminación favorable) que en la vida real. Que las fotografías sean frecuentemente elogiadas por su candor, su honestidad, indica que la mayor parte de las fotografías, desde luego, no son cándidas. Diez años después que el proceso negativo-positivo de Fox Talbot empezó a reemplazar al daguerrotipo (el primer proceso fotográfico practicable) a mediados de la década de 1840, un fotógrafo alemán inventó la primera técnica para retocar el negativo. Sus dos versiones del mismo retrato -una retocada, otra sin retocar- asombraron a multitudes en la Exposition Universelle celebrada en París en 1855 (la segunda feria mundial, y la primera con una exhibición fotográfica). La noticia de que la cámara podía mentir popularizó mucho más el afán de fotografiarse.
Las consecuencias de la mentira por fuerza tienen que ser más centrales en fotografía que en pintura, pues las imágenes chatas y normalmente rectangulares que son las fotografías tienen una pretensión de verdad que las pinturas jamás podrían tener. Una pintura fraudulenta (cuya atribución es falsa) falsifica la historia del arte. Una fotografía fraudulenta (que ha sido retocada o adulterada, acompañada por un texto falso) falsifica la realidad. La historia de la fotografía podría recapitularse como la lucha entre dos imperativos diferentes: el embellecimiento, que proviene de las bellas artes, y la veracidad, que no sólo responde a una noción de verdad al margen de los valores, un legado de las ciencias, sino a un ideal moralizado de la veracidad, adaptado de modelos literarios del siglo XIX y de la entonces nueva profesión de periodista independiente. Se suponía que el fotógrafo, como el novelista prerromántico y el reportero, tenía que desenmascarar la hipocresía y combatir la ignorancia. Era una tarea inapropiada para un procedimiento tan lento y alambicado como la pintura, al margen de que varios pintores del siglo XIX compartieran la convicción de Millet de que le beau c'est le vrai. Observadores sagaces advirtieron que había cierta desnudez en la verdad que mostraba una fotografía, aun cuando el fotógrafo no se proponía fisgonear. En The House of the Seven Gables (1851), Hawthorne hace que Holgrave, el joven fotógrafo, comente a propósito del daguerrotipo que "mientras sólo le otorgamos valor para pintar la superficie más exterior, en verdad revela el temperamento íntimo con una fidelidad a la que ningún pintor se atrevería jamás, aun cuando pudiera detectarlo".
Liberados, gracias a la rapidez con que las cámaras registraban cualquier cosa, de la restricción impuesta a los pintores de tener opciones limitadas en cuanto a las imágenes que valía la pena contemplar, los fotógrafos hicieron de la visión una nueva clase de proyecto: como si la visión en sí, cultivada con suficiente avidez y obstinación, pudiera en verdad conciliar las exigencias de la verdad con la necesidad de encontrar bello el mundo. Objeto antes admirado por su capacidad para verter fielmente la realidad y también despreciado por su grosera exactitud, la cámara ha terminado por promover enérgicamente el valor de las apariencias. Las apariencias tal como las registra la cámara. Las fotografías no se limitan a verter la realidad de modo realista. Es la realidad la que se somete a escrutinio y evaluación según su fidelidad a las fotografías. "En mi opinión", declaró Zola, principal ideólogo del realismo literario en 1901, tras quince años de fotógrafo aficionado, "no se puede declarar que se ha visto algo de veras hasta que se lo ha fotografiado." En vez de limitarse a registrar la realidad, las fotografías se han transformado en norma para la apariencia que las cosas nos presentan.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Edhasa, 1981, en traducción de Carlos Gardini. ISBN: 84-350-0313-3.]
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