sábado, 11 de abril de 2020

Muerta ciudad viva.- Claudio Ferrufino-Coqueugniot (1960)

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Palmira y Glauca II

Izquierda revolucionaria

 «A Palmira le gusta la mierda esa de los revolucionarios. A mí también: soy villista y guevarista, pero no se me escapa que este pretexto de las lecciones revolucionarias es un mero atajo hacia un arribismo descarado, amén de mujeres y prestigio. De los que asisten, a cada cual más radical, dudo que alguno llegue a empuñar otra arma que no sea su miembro para mear; incluyo a las mujeres. Arte del pavoneo. Bebida gratis. Promiscuo equivale a socialista en esta jerga universitaria.
 Yo apuesto por una posición burlona, intransigente, de la que con bala se solucionan las cosas, pero no de fogueo, y disparadas cerca de la cabeza. Apologista de la ejecución me he vuelto, para en las sombras hincarme como monaguillo y rogar por el amor, que a pesar de que no hay signos fiables de que huye de mí, lo sospecho.
 Ya estando solos, Palmira tirada en la cama, en la penumbra de los gruesos cortinajes que dan a la habitación, y después del primer vino, me veo caminando a la tienda de la vuelta. Por otra botella. Kohlbergs rojos de no buen sabor, pero de efecto. Repetidas caminatas, un mandadero que disfruta de los mandados. Entremedio sexo, ya sin voluptuosidad, sacando fuerzas del intelecto, forzando la mente para eyacular. El vino trabaja, corroe no sólo las piernas y el habla. Qué lindo, qué lindo, qué lindo ha de ser, fascismo derrotado, el pueblo al poder. Las letras van perdiendo originalidad; una canción de lucha requiere de muy poco. Idolatro este cuerpo tostado que me permite perderme en él. A ratos ya en condición inconsciente, en los balbuceos de la borrachera, cuando el sudor se ha evaporado y confiere un halo de pesadez al nido de amor.
 Si la revolución dependiese de las reuniones de charla política, de formación de cuadros, ya nos habríamos distribuido la herencia de Lenin. Se comienza, compañeros, con la necesidad de la lucha. Los troskistas del POR se irritan pero levantan la copa y brindan. El remanente de los elenos, el fatídico Ejército de Liberación Nacional, repite la cantinela de volver a las montañas donde murieron de hambre. Que es interesante no hay duda, y parte de la tragedia del país. A poco del alcohol ya hacer efecto, los cuadros revolucionarios buscan escenas más mundanas: una hembra, un macho, revolcarse y teorizar acerca de un polvo como si de la Internacional se tratara.
 Palmira es abogada y desaparece por horas en supuestas reuniones de oficina. Los celos me consumen. Apenas llega le tiendo la trampa de las botellas, descorcho una, abro otra, seducción que no puede contener, rechazar. Lo malo es que en la emboscada caigo también. Comenzamos a bregar. Ya caldeados los ánimos sale toda la basura de con quién estuviste culeando y etcéteras. Y peor cuando le miro la camisa, los brasieres transparentes y me doy cuenta de lo imposible de atraparlo todo, de ser amo único del pasaje, tirano de su alcoba y carcelero.
 La política tiene el don de poner una almohadilla entre la desesperación y la desconfianza. No me gusta, ya ni oír hablar de ello quiero. Me cansé: Che, Nicaragua, el sandinismo, Banzer, Arce Gómez, a la mierda. Escancio sangre de toro, vino, como tirando cáñamo a un canario a quien quiero enjaular.
 En los bares, o fiestas a donde vamos, ya noto que desean eludirme. Es que, al carajazo con el que comienzo, le sigue un puñete. La teoría de la lucha la traslado a la cantina, y dirimo mis asuntos a la mala. Me secundan amigos fieles, pocos, de esos a quienes la voz de los profetas fastidia, como a mí. Gente simple de placeres terrenos y ambiciones limitadas. Odio andar con futuros presidentes, ministros, fulgores de brillantez y oratoria. Que no me vengan con huevos que la fiesta se hizo para bailarla. Cantamos, bailamos, peleamos, fornicamos, con desdén de los cultores de la crítica, cristianos y comunistas por igual.
 A veces, Palmira, cuando no estás, me acomodo en los sauces de la entrada del callejón que termina en tu casa. Las nueve, las diez, las once. Tú no asistes a reuniones de trabajo con ejecutivos de La Paz como alegas. Tú trashumas el puterío. Y te burlas de mí. Mendicante, con mi botella recalentada en el sobaco, mirando el reloj y escondiéndome de los pasos de la gente que retorna con normalidad a su hogar.
 Llegas borracha, a medianoche. Te alegras de verme o aspavientas simplemente. En el dormitorio tiras los zapatos: "qué cansada estoy" y te duermes. Las explicaciones no llegan. Doy fin con el licor que traía. Estoy turbado. Te desnudo con furor y ni despiertas. Gemidos hipócritas de gente dormida. Y te poseo a ritmo de martillo hasta terminar con un grito. Te dejo con las piernas abiertas. Sabrás lo que ha pasado pero no con quien. Ni la puerta cierro. Ni la reja. Tomo por la Constitución, derecha a la 16 y con gritos levanto a Julio que se pone la gabardina para insumirnos en la noche. […]

 Elina III

 Fiesta en el campo

 La gente prepara con gran afición las fiestas matrimoniales. A más pobre y más campesino, mejor. Es un acontecimiento, no una trivialidad y merece detenimiento sumado a esfuerzo. Los carpinteros preparaban un toldo inmenso que tendría que albergar a doscientas personas. Se habían cortado jóvenes eucaliptos para las columnatas que sostendrían la carpa. También se construyó una tarima para el conjunto. Contrataron a la Swinbaly, pero no la orquesta original que era inalcanzable en su precio, que tocaba para narcos y presidentes, sino a la chuta, la espuria.
Muerta ciudad viva – Limbo errante Se casaban dos sociólogos amigos, gente de bien, gente de pueblo. De aquéllos que a veces concedían un tiempito para interrelacionarse con nosotros, los pesados, los del vicio. El contacto estaba más a nivel estudiantil, de preparación de charlas y manifiestos, cosas que me cansaban sobremanera pero que a veces no lograba eludir. De mis mujeres al menos tres tenían eso como algo integral de sus vidas. Eran activistas políticas. Y Elina sin ser universitaria adoraba sentirse miembro y parte de la mentirosa transformación del mundo.
 A ese matrimonio asistió la crema de la revolución social. Se reunieron los inteligentes e inteligentemente conversaron en altas esferas de pensamiento. Yo me dediqué a bailar. La cumbia y la cueca y hacer sentir a Elina que la amaba, y que mi cuerpo lo reflejaba apenas se acercaba a mí.  Pero claro que otros venían con falso respeto a invitarla a bailar. Entre camaradas de la subversión mundial no podían existir prejuicios burgueses y accedía con sonrisa. Pero la ira iba creciendo a medida que los cócteles calentaban mi cerebro.
 Comencé a portarme descarado, a bailar con otras y besar cuellos. A ignorarla. Elina, no sé si con sorna o desdén, evitaba cruzar miradas conmigo. La parodial Swibaly acometió con un taquirari pegado. Un individuo de alta filiación partidaria la atrajo hacia sí, ajustándola demasiado. Me lancé encima y con un ladrillo le partí la cabeza. Por la herida brotaron Marx y Lenin a borbotones. Alguno quiso intervenir pero ya la bestia se había soltado y agarré un machete que los carpinteros usaron para desbastar unos asientos de tronco. La música no se detuvo. El vocalista tenía las pupilas inflamadas por la coca. No estaba presente allí, en un idílico campo de la rinconada. Estaba como yo en el país de los enanos, y Gulliver aferraba un cuchillo inmenso que acabaría con la población entera de Liliput. "Nos vamos, carajo" y la estiré. Salimos empolvados por caminar media hora en rutas vecinales hasta encontrar un auto. Metí el machete por un costado y lo disimulé en el muslo. "Ahora nos vamos a mi mundo, carajo, maldita, donde ninguno de tus putos comunistas asoma porque hiede, maricones".
 Y dimos un raid por varias chicherías donde encontramos conocidos, recepción alegre, amabilidad. Caminamos por barrios donde hacíamos un giro para evitar a los beodos caídos. Terminamos donde nos conocimos, en los alcoholes y de cuclillas exterminamos el resto de la noche. Como era fin de semana y nacía otro domingo me fui con ella, me tiré al colchón del piso. Al querer amarla ya no pude. Me había extenuado y comprendí que mi juventud no era de tanto hierro como creía. Dormimos abrazados y ninguno de los dos sabía lo que pensaba el otro.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Limbo Errante Editorial, 2018. ISBN: 978-84-946689-5-1.]

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