martes, 7 de abril de 2020

Quisicosas, traducidas y aumentadas.- Nicolás Estévanez Murphy (1838-1914)

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«Timón, el misántropo, al ver dos mujeres ahorcadas de la rama de una higuera, exclamó convencido : ¡Ojalá llevaran todos los árboles esa misma fruta! […]
 La señorita de Montpensier, hija de Gastón de Orleáns y sobrina de Luis XIII, paseaba un día por la calle de Saint-Honoré, en París, cuando un pobre ciego que pedía limosna le dijo humildemente: Socorred, princesa, a este desgraciado que no puede gozar de las dichas de este mundo.
-¿Sois eunuco? le preguntó la princesa. […]
 Le advertían a una recién casada que la mujer ha de obedecer a su marido, pues lo ordena San Pablo.
 -No soy del parecer de San Pablo, replicaba ella.
 -Es que quien habla por los labios del apóstol es el Espíritu Santo.
 -Pues no soy de la opinión del Espíritu Santo, que ni es mujer ni se ha casado nunca. [...]
 -Me aburro solo, decía bostezando un holandés.
 -No estás solo, contestaba su mujer, puesto que yo estoy aquí.
 -El marido y su mujer no son más que uno, replicaba aquél. […]
 Comparaba Plutarco las orejas de un curioso a ventosas que atraen todo lo malo.
 Un magistrado francés, al ver una escultura que representaba a la Paz y a la Justicia besándose, exclamó : “¡Se despiden para siempre !” […]
 Calpurnia, que ejercía la abogacía en Roma, tuvo la culpa de que se les prohibiera a las mujeres romanas, y después a todas, el ejercicio de esa profesión. Y fue porque una vez, a pesar de su elocuente alegato, perdió un pleito, lo que le produjo tal irritación contra los jueces, que en señal de menosprecio les volvió la espalda, se levantó la ropa y les enseñó con desvergüenza el culo. Ha sido necesario que pasen veinte siglos para que las mujeres vuelvan a ejercer funciones de abogado. Ya no hay peligro de que se repita el acto de Calpurnia: las mujeres modernas son más pudorosas. […]
  Disputando una vez dos mujeres ordinarias, una de ellas cómica, le dijo a la otra en son de menosprecio:
- ¡Actriz!.. .
- ¡Actroz!,  replicó la actriz.
- ¡Animal!
-¡Vegetal! […]
 Al terminarse la construcción del Puente Nuevo, que hoy es el más viejo de los puentes de París, celebraron un banquete los ingenieros y las autoridades, apenas concluida la ceremonia oficial de la inauguración. Pero antes de comenzar el banquete, los ingenieros se hicieron notar unos a otros la presencia de un individuo que, provisto de varios instrumentos, recorría toda la extensión del puente, observaba su altura, tomaba algunas medidas y apuntaba algo en un papel. Creyendo que sería una persona inteligente, y excitada su curiosidad, lo convidaron a comer. A los postres lo invitaron a exponer su juicio, a decir lo que se le ocurriera de la flamante obra, a señalar sus defectos, y él respondió con gravedad:
- Felicito a ustedes por la hermosa idea que han  tenido de hacer el puente a lo ancho, porque si lo hubieran hecho a lo largo no lo acaban tan pronto.
Afortunadamente para el intruso, ya había comido. […]
 -He recibido todos los sacramentos, decía un católico vanagloriándose, menos el del matrimonio.
-Sí, le replicó una duquesa famosa por su ingenio en la corte de Versalles, de ése no habéis recibido el original, ¡pero habéis sacado tantas copias!
 Hablábase, en una reunión alegre, de la metempsicosis. Un banquero, creyendo decir un chiste, declaró que se acordaba de haber sido antes el becerro de oro.
Y un chusco le respondió:
-Pues no habéis perdido más que el dorado. […]
En su lecho de muerte y rodeado de sus amados discípulos, dijo el filósofo Teofrasto:
-He cumplido ciento siete años; ¡y voy a morirme ahora, que apenas empezaba a tener juicio! […]
 Una frase de Voiture: “La belleza es una carta de recomendación que la naturaleza otorga a sus favoritos.” […]
 Ducis le decía a Chamfort: “Si Dios no manda otro diluvio, es porque ha visto la inutilidad del primero.”
 Hay tres clases de amigos: los que nos quieren bien, los que no se cuidan de nosotros y los que nos detestan.
 "De tal manera se distribuyen la censura y el aplauso, decía. Turgot, que el hombre de bien prefiere ser difamado.”
 Preguntáronle a Pope de qué manera lograba tener tantos amigos: “Por medio de dos axiomas, respondió: Todo es posible; todo el mundo tiene razón.” […]
 Sartines, lugarteniente de policía, quiso una vez averiguar los nombres de los personajes que habían cenado la víspera con la célebre Sofía Arnould. Se presentó en su casa. y le preguntó:
 -¿Dónde cenásteis anoche?
quisicosas. estevanez. - Comprar en todocoleccion - 46729498 -No me acuerdo.
 -¿Os acompañaban muchos?
 -Es verosímil.
 -Habría personas de calidad …
 -Probablemente.
 -¿Cómo se llaman?
 -He olvidado sus nombres.
 -Pues a mí me parece que una mujer como vos no debe de olvidar esas cosas.
 -Es que yo no soy una mujer como yo, en presencia de un hombre como vos. […]
 El gran Condé, cansado un día de que le repitieran sin cesar vuestro señor padre, vuestra señora madre, llamó a un sirviente y le dijo: “Señor lacayo, decidle a mi señor cochero que enganche mis señores caballos a mi señora carroza.” […]
 Como ejemplo de testamento lacónico se cita el de un inglés acreedor del Estado, que murió en el siglo XVIII: “No tengo nada, debo mucho, y el resto para los pobres.” […]
 Arengaba Amable Escalante al pueblo de Madrid, desde un balcón muy alto, el 29 de septiembre de 1868. El pueblo no entendía lo que decía el orador, así por su escasa voz como por la distancia; pero lo aplaudía como si lo oyera. Y todo su discurso, si hemos de creer a los que en el balcón se pusieron a su lado, se redujo a repetir cuarenta y cinco veces las palabras que siguen: “¡Mi padre fue liberal, mi abuelo fue liberal, yo soy más liberal que mi padre y que mi abuelo!” Cansado al fin de repetir la frase, tan aplaudida por la multitud, acabó con este apóstrofe, no menos aplaudido: “Amado pueblo, el que no te conozca que te compre!”
 Una señora francesa, leyendo una novela romántica, no pudo acabar la lectura de un capítulo en que dos enamorados se decían ternezas. Y arrojó el libro diciendo: “¡Tanto hablar estando solos!... ¿Qué diablo esperan?” […]
 En uno de sus sermones dijo un predicador: “Admiremos a la Providencia, que ha puesto los ríos próximos a las ciudades.”
 No era menos sabio un negociante español, que al desembarcar en el muelle de Montevideo, exclamó con grotesca seriedad: “¡Qué admirado se quedaría Colón cuando al llegar aquí se encontró con una ciudad tan grande y tan hermosa!”
 El abate Prevot fue nombrado capellán del príncipe de Conli. El príncipe le dijo:
 -Señor abate, habéis querido ser mi capellán y os he nombrado; pero os advierto que yo no tengo costumbre de oír misa.
 -Ni yo tengo costumbre de decirla, respondió el abate. […]
Departían amigablemente el cura y el sacristán. Hablaron de muchas cosas, y al tocar el capítulo de faldas, el primero le preguntó al segundo :
 -¿Con cuántas mujeres del lugar, sin contar la tuya, has tenido relaciones?
 -Señor cura, se lo diré con franqueza; las he tenido con todas, con las treinta y seis. ¿Y usted, señor cura?
 -Yo... con treinta y siete. […]
  A un mismo tiempo se prohibieron en Suiza La Doncella de Voltaire y El Ingenio de Helvecio. El magistrado de Basilea que debía embargar las obras, ofició al Senado: “En todo el cantón no se ha podido encontrar ingenio ni doncella.” […]
 Hablaba un día Luis XIV del poder absoluto de los reyes sobre sus vasallos, afirmando que no tiene límites. El conde de Guiche se atrevió a decirle que todo poder es limitado. Insistió el rey, diciéndole al conde: “Si yo os mando arrojaros de cabeza al mar, debéis hacerlo en seguida.” El conde, sin replicar, se dirigió a la puerta.
-¿A dónde váis?, le preguntó el rey admirado.
-Señor, contestó Guiche, voy a aprender a nadar.»

       [El texto pertenece a la edición en español de Garnier Hermanos, Libreros editores, 1910.]

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