«Timón, el misántropo,
al ver dos mujeres ahorcadas de la rama de una higuera, exclamó convencido : ¡Ojalá
llevaran todos los árboles esa misma fruta! […]
La señorita de Montpensier, hija de Gastón
de Orleáns y sobrina de Luis XIII, paseaba un día por la calle de Saint-Honoré,
en París, cuando un pobre ciego que pedía limosna le dijo humildemente: Socorred,
princesa, a este desgraciado que no puede gozar de las dichas de este mundo.
-¿Sois eunuco? le preguntó la princesa.
[…]
Le advertían a una recién
casada que la mujer ha de obedecer a su marido, pues lo ordena San Pablo.
-No soy del parecer
de San Pablo, replicaba ella.
-Es que quien habla
por los labios del apóstol es el Espíritu Santo.
-Pues no soy de la opinión
del Espíritu Santo, que ni es mujer ni se ha casado nunca. [...]
-Me aburro solo, decía bostezando un holandés.
-No estás solo, contestaba su mujer, puesto
que yo estoy aquí.
-El marido y su
mujer no son más que uno, replicaba aquél. […]
Comparaba Plutarco las
orejas de un curioso a ventosas que atraen todo lo malo.
Un magistrado francés,
al ver una escultura que representaba a la Paz y a la Justicia besándose, exclamó
: “¡Se despiden para siempre !” […]
Calpurnia, que ejercía
la abogacía en Roma, tuvo la culpa de que se les prohibiera a las mujeres romanas,
y después a todas, el ejercicio de esa profesión. Y fue porque una vez, a pesar de su elocuente alegato, perdió
un pleito, lo que le produjo tal irritación contra los jueces, que en señal de
menosprecio les volvió la espalda, se levantó la ropa y les enseñó con
desvergüenza el culo. Ha sido necesario que pasen veinte siglos para que las mujeres
vuelvan a ejercer funciones
de abogado. Ya no hay peligro de que se repita el acto de Calpurnia: las mujeres
modernas son más pudorosas. […]
- ¡Actriz!.. .
- ¡Actroz!, replicó
la actriz.
- ¡Animal!
-¡Vegetal! […]
Al terminarse la construcción
del Puente Nuevo, que hoy es el más viejo de los puentes de París, celebraron un
banquete los ingenieros y las autoridades, apenas concluida la ceremonia
oficial de la inauguración. Pero antes de comenzar el banquete, los ingenieros se
hicieron notar unos a otros la presencia de un individuo que, provisto de varios
instrumentos, recorría toda la extensión del puente, observaba su altura, tomaba algunas
medidas y apuntaba algo en un papel. Creyendo que sería una persona inteligente,
y excitada su curiosidad, lo convidaron a comer. A los postres lo invitaron a exponer
su juicio, a decir lo
que se le ocurriera de la flamante obra, a señalar sus defectos, y él respondió
con gravedad:
- Felicito a ustedes por la hermosa idea que han tenido de hacer el puente a lo ancho, porque si
lo hubieran hecho a lo largo no lo acaban tan pronto.
Afortunadamente para el intruso, ya había comido. […]
-He recibido todos los
sacramentos, decía un católico vanagloriándose, menos el del matrimonio.
-Sí, le replicó una duquesa famosa por su ingenio en la corte
de Versalles, de ése no habéis recibido el original, ¡pero habéis sacado tantas
copias!
Hablábase, en una
reunión alegre, de la metempsicosis. Un banquero, creyendo decir un chiste, declaró
que se acordaba de haber sido antes el becerro de oro.
Y un chusco le respondió:
-Pues no habéis perdido más que el dorado. […]
En su lecho de muerte y rodeado de sus amados discípulos, dijo
el filósofo Teofrasto:
-He cumplido ciento siete años; ¡y voy a morirme ahora,
que apenas empezaba a tener juicio! […]
Una frase de
Voiture: “La belleza es una carta de recomendación que la naturaleza otorga a sus
favoritos.” […]
Ducis le decía a Chamfort:
“Si Dios no manda otro diluvio, es porque ha visto la inutilidad del primero.”
Hay tres clases de
amigos: los que nos quieren bien, los que no se cuidan de nosotros y los que
nos detestan.
"De tal manera
se distribuyen la censura y el aplauso, decía. Turgot, que el hombre de bien
prefiere ser difamado.”
Preguntáronle a
Pope de qué manera lograba tener tantos amigos: “Por medio de dos axiomas, respondió:
Todo es posible; todo el mundo tiene razón.” […]
Sartines, lugarteniente
de policía, quiso una vez averiguar los nombres de los personajes que habían cenado
la víspera con la célebre Sofía Arnould. Se presentó en su casa. y le preguntó:
-¿Dónde cenásteis anoche?
-¿Os acompañaban muchos?
-Es verosímil.
-Habría personas de
calidad …
-Probablemente.
-¿Cómo se llaman?
-He olvidado sus
nombres.
-Pues a mí me parece
que una mujer como vos no debe de olvidar esas cosas.
-Es que yo no soy una
mujer como yo, en presencia de un hombre como vos. […]
El gran Condé,
cansado un día de que le repitieran sin cesar vuestro señor padre, vuestra
señora madre,
llamó a un sirviente y le dijo: “Señor lacayo, decidle a mi señor cochero
que enganche mis señores caballos a mi señora carroza.” […]
Como ejemplo de testamento
lacónico se cita el de un inglés acreedor del Estado, que murió en el siglo XVIII:
“No tengo nada, debo mucho, y el resto para los pobres.” […]
Arengaba Amable Escalante
al pueblo de Madrid, desde
un balcón muy alto, el 29 de septiembre de 1868. El pueblo no entendía lo que
decía el orador, así por su escasa voz como por la distancia; pero lo aplaudía
como si lo oyera. Y todo su discurso, si hemos de creer a los que en el balcón
se pusieron a su lado, se redujo a repetir cuarenta y cinco veces las palabras
que siguen: “¡Mi padre fue liberal, mi abuelo fue liberal, yo soy más liberal
que mi padre y que mi abuelo!” Cansado al fin de repetir la frase, tan aplaudida
por la multitud, acabó con este apóstrofe, no menos aplaudido: “Amado pueblo, el
que no te conozca que te compre!”
Una señora francesa,
leyendo una novela romántica, no pudo acabar la lectura de un capítulo en que
dos enamorados se decían ternezas. Y arrojó el libro diciendo: “¡Tanto hablar estando
solos!... ¿Qué diablo esperan?” […]
En uno de sus
sermones dijo un predicador: “Admiremos a la Providencia, que ha puesto los
ríos próximos a las ciudades.”
No era menos sabio un
negociante español, que al desembarcar en el muelle de Montevideo, exclamó con grotesca
seriedad: “¡Qué admirado se quedaría Colón cuando al llegar aquí se
encontró con una ciudad tan grande y tan hermosa!”
El abate Prevot fue
nombrado capellán del príncipe de Conli. El príncipe le dijo:
-Señor abate,
habéis querido ser mi capellán y os he nombrado; pero os advierto que yo no
tengo costumbre de oír misa.
-Ni yo tengo costumbre
de decirla, respondió el abate. […]
Departían amigablemente el cura y el sacristán. Hablaron de
muchas cosas, y al tocar el capítulo de faldas, el primero le preguntó al segundo
:
-¿Con cuántas mujeres del lugar, sin contar la tuya,
has tenido relaciones?
-Señor cura, se lo
diré con franqueza; las he tenido con todas, con las treinta y seis. ¿Y usted, señor cura?
-Yo... con treinta y siete. […]
Hablaba un día Luis
XIV del poder absoluto de los reyes sobre sus vasallos, afirmando que no tiene límites. El conde de Guiche se atrevió
a decirle que todo poder es limitado. Insistió el rey, diciéndole al conde: “Si
yo os mando arrojaros de cabeza al mar, debéis hacerlo en seguida.” El conde, sin
replicar, se dirigió a la puerta.
-¿A dónde váis?, le preguntó el rey admirado.
-Señor, contestó Guiche, voy a aprender a nadar.»
[El texto pertenece a la edición en español de Garnier Hermanos, Libreros editores, 1910.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: