Un desarrollo urbano insostenible. ¿Securizar o tranquilizar?
De un "problema de sociedad" a una sociedad como problema
«A primera vista, cabría felicitarse por el interés que suscita, tras el último tercio del siglo precedente, la preservación del "campo", frente a una expansión urbana que, aunque ralentizada en Europa, sigue siendo irrefrenable. Y que lo continuará siendo, a juzgar, como se ha visto, por la búsqueda de la periurbanización como respuesta a la inaccesibilidad financiera creciente de las áreas centrales de las aglomeraciones para la población con menos recursos, e incluso para las franjas inferiores de las clases medias.
Este interés por la "preservación del campo" no es, evidentemente, desinteresado. Algunos habitantes de las ciudades, más preocupados por su futuro como ciudadanos que de la suerte de los rurales, ¿acaso no verían en la "protección de la naturaleza" (incluyendo las culturas agrícolas) un medio de protegerse a sí mismos contra la destrucción causada por una urbanización fuera de control? Granjas reformadas en pueblos restaurados, parques protegidos en zonas clasificadas, es como si se quisiera reinventar el mundo rural a medida que en la ciudad la cotidianidad se deteriora. En nombre de la defensa del patrimonio, de la memoria, de la historia y de la identidad, se empeñan en olvidar un presente sombrío e incluso siniestro para muchos. Un presente tanto más insoportable en la medida en que no hay ninguna perspectiva de un futuro mejor que lo ilumine. De ahí ese retorno al pasado y a los lugares que mejor lo simbolizan: lo que se denomina el "país profundo", sin duda porque es en esta "profundidad" postulada donde se busca un refugio, una especie de retorno imaginario a una infancia "provinciana" que la mayoría de los habitantes de las ciudades contemporáneas jamás ha conocido. Desde este punto de vista, la "rurbanización" representa más una regresión que un progreso. Lejos de "salvar" el medio rural acelera su desaparición. Además, tampoco logrará salvar a los ciudadanos de su desamparo.
En vistas de ello, quizás podamos comprender ahora el triple significado que se da al calificativo "insostenible", aplicado a la urbanización capitalista en este principio de siglo. En primer lugar, en el sentido más corriente del término, es decir, en el ecológico, este tipo de desarrollo ¿sería eternamente "duradero" -viable-, cuando en la práctica destruye poco a poco las condiciones no sólo materiales sino sobre todo humanas que han de permitir su prolongación? Además, ¿no es igualmente insostenible en el plano teórico? De hecho, no existe ninguna argumentación que, a pesar de la multitud de discursos, expertos o no, consagrados a este tema, pueda apoyar la tesis según la cual podría ser de otro modo, como ya lo han demostrado, en la práctica, el carácter irrisorio e ilusorio de las innumerables medidas que se han adoptado para detener el desastre.
De la cumbre de Río a la firma del protocolo de Kyoto -por no hablar de su laboriosa puesta en marcha-, la emisión de gases de efecto invernadero, el despilfarro energético, la deforestación, la construcción masiva en la costa, la polución de los ríos y los mares, por citar sólo algunos de los rasgos más sobresalientes de la devastación ecológica, han proseguido a un ritmo que no sólo no ha disminuido significativamente, sino que a veces incluso ha aumentado. Al alterar las condiciones del reequilibrio natural del ecosistema, la supervivencia del "sistema mundo" se vuelve, en lo sucesivo, dependiente de intervenciones correctoras permanentes, unidas a una gestión preventiva de los efectos, tanto más aleatorios cuanto que se limitan a menudo a formas de aviso.
En Francia lo último hasta la fecha es la inserción, con gran alboroto mediático, en la Constitución de la Vª República de una "Carta del Medio Ambiente". Poco importa que el "principio de precaución", que en adelante ocupará un buen lugar, corra el riesgo de tener tanto impacto efectivo como los grandes principios ya inscritos en "nuestra Ley Fundamental" -como dicen los juristas-, como son el derecho al trabajo o el derecho a la vivienda. Lo importante es que se invoque de forma ritual para calmar las inquietudes que podrían suscitar sus repetidas violaciones, legitimando las medidas y las actuaciones destinadas a ocultar la gravedad de sus consecuencias. Asegurada, de este modo, su "durabilidad", la "sociedad urbana" podrá terminar de destruir lo que queda de "naturaleza" siendo, tanto la una como la otra, mantenidas de forma artificial gracias a los cuidados intensivos de los gestores y los técnicos de la prevención o de la reparación.
Por último, este desarrollo es insostenible en el plano ético y, por tanto, político. Y esto tiene una doble lectura. En primer lugar, porque se revela cada vez más insoportable para la mayoría de los humanos y, por este motivo, injustificable, aun cuando la mayor parte de ellos, enfrentados ya a múltiples problemas en relación con un "nivel de vida" que a duras penas les asegura la supervivencia, todavía no conceden demasiada importancia a los problemas relativos a su "entorno de vida", y eso si no los ignoran.
Pero los daños ocasionados por el modo capitalista de desarrollo urbano no sólo condenan a los dominados a ver cómo se agrava su situación; pronto, ni los dominantes estarán a salvo. Por ejemplo, los nuevos ricos de la China "Popular", que han sido los últimos en incorporarse al grupo de los "amos del mundo", entre viaje y viaje de negocios, se inquietan por la nube de polución que no deja de extenderse y espesarse sobre el cielo de Shangai, como consecuencia del aumento desenfrenado de la tasa de motorización. Otros, anticipándose sin duda al efecto bumerán en el plano social de un "milagro económico" que no beneficiará a todos por igual, se hacen construir residencias fortificadas a lo largo y ancho de las grandes aglomeraciones. Para ellos, al igual que para los "burgueses" establecidos desde hace tiempo en "Occidente", el horizonte a medio plazo no parece estar del todo "securizado". Y qué decir de la perspectiva a largo plazo: "fragmentación", "fractura", "apartheid urbano", "secesión" y tantas otras denominaciones propuestas por los sociólogos o los geógrafos para designar la desagregación social en curso.
Presentar la hipótesis según la cual esta disyuntiva podría preceder, perfectamente, antes de que termine el siglo -con la ayuda de los desastres ecológicos y del pánico consiguiente-, a la aniquilación de la humanidad, ¿es acaso un ejemplo de pesimismo o más bien de realismo? Desde la entrada de la humanidad en el "tercer milenio", y como si hubiera empezado la cuenta atrás de la vida sobre la Tierra, no han dejado de multiplicarse los avisos. He aquí, por ejemplo, lo que pronosticaba el antiguo presidente de la Agencia de Medio Ambiente y Control Energético, con motivo de la "entrada en vigor" del Protocolo de Kyoto: "El siglo XXI será probablemente el siglo de la estabilización de la humanidad de su población y de la gestión de sus recursos. De no ser así, se perfila un escenario de fracaso total: cada uno mira sólo por lo suyo, las emisiones continúan aumentando y un cambio climático destruye la humanidad. En este caso, tenemos todos los puntos para que este siglo XXI sea de una violencia extrema". Aniquilación física, posiblemente. Barbarie deshumanizante a medida que se acerque la catástrofe anunciada, seguramente. ¿Habrá en estas circunstancias gente capaz de afirmar que la alternativa propuesta por Rosa Luxemburgo, a principios del siglo pasado, ha sido superada?»
[El texto pertenece a la edición en español de Lallevir/Virus Editorial, 2006, en traducción de Ambar J. Sewell. ISBN: 84-96044-78-5.]
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