lunes, 13 de abril de 2020

Historia de una escalera.- Antonio Buero Vallejo (1916-2000)

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Acto segundo

«Elvira: ¿En qué quedamos? Esto es vergonzoso. ¿Les damos o no les damos el pésame?
  Fernando: Ahora no. En la calle lo decidiremos.
 Elvira: ¡Lo decidiremos! Tendré que decidir yo, como siempre. Cuando tú te pones a decidir nunca hacemos nada. (Fernando calla, con la expresión hosca. Inician la bajada.) ¡Decidir! ¿Cuándo vas a decidirte a ganar más dinero? Ya ves que así no podemos vivir. (Pausa.) ¡Claro, el señor contaba con el suegro! Pues el suegro se acabó, hijo. Y no se te acaba la mujer no sé por qué.
 Fernando: ¡Elvira!
 Elvira: ¡Sí, enfádate porque te dicen las verdades! Eso sabrás hacer: enfadarte y nada más. Tú ibas a ser aparejador, ingeniero, y hasta diputado. ¡Je! Ese era el cuento que colocabas a todas. ¡Tonta de mí, que también te hice caso! Si hubiera sabido lo que me llevaba... Si hubiera sabido que no eras más que un niño mimado... La idiota de tu madre no supo hacer otra cosa que eso: mimarte.
 Fernando: (Deteniéndose.) ¡Elvira, no te consiento que hables así de mi madre! ¿Me entiendes?
 Elvira: (Con ira.) ¡Tú me has enseñado! ¡Tú eras el que hablaba mal de ella!
 Fernando: (Entre dientes.) Siempre has sido una niña caprichosa y sin educación.
 Elvira: ¿Caprichosa? ¡Sólo tuve un capricho! ¡Uno sólo! Y...
 (Fernando la tira del vestido para avisarle de la presencia de Pepe, que sube. El aspecto de Pepe denota que lucha victoriosamente contra los años para mantener su prestancia.)
 Pepe: (Al pasar.) Buenos días.
 Fernando: Buenos días.
 Elvira: Buenos días.
 (Bajan. Pepe mira hacia el hueco de la escalera con placer. Después sube monologando.)
 Pepe: Se conserva, se conserva la mocita.
 (Se dirige al IV, pero luego mira al I, su antigua casa y se acerca. Tras un segundo de vacilación ante la puerta, vuelve decididamente al IV y llama. Le abre Rosa, que ha adelgazado y empalidecido.)
 Rosa: (Con acritud.) ¿A qué vienes?
 Pepe: A comer, princesa.
 Rosa: A comer, ¡eh? Toda la noche emborrachándote con mujeres y a la hora de comer, a casita, a ver lo que la Rosa ha podido apañar por ahí.
 Pepe: No te enfades, gatita.
 Rosa: ¿Sinvergüenza! ¡Perdido! ¿Y el dinero? ¿Y el dinero para comer? ¿Tú te crees que se puede poner el puchero sin tener cuartos?
 Pepe: Mira, niña, ya me estás cansando. Ya te he dicho que la obligación de traer dinero a casa es tan tuya como mía.
 Rosa: ¿Y te atreves...?
 Pepe: Déjate de romanticismos. Si me vienes con pegas y con líos, me marcharé. Ya lo sabes. (Ella se echa a llorar y le cierra la puerta. Él se queda divertidamente perplejo frente a ésta. Trini sale del III con un capacho. Pepe se vuelve.) Hola, Trini.
 Trini: (Sin dejar de andar.) Hola.
las meninas. historia de una escalera. antonio - Comprar Libros ... Pepe: Estás cada día más guapa... Mejoras con los años, como el vino.
 Trini: (Volviéndose de pronto.) Si te has creído que soy tonta como Rosa, te equivocas.
 Pepe: No te pongas así, pichón.
 Trini: ¿No te da vergüenza haber estado haciendo el golfo mientras tu padre se moría? ¿No te has dado cuenta de que tu madre y tu hermana están ahí (Señalando), llorando todavía porque hoy le dan tierra? Y ahora, ¿qué van a hacer? Matarse a coser, ¿verdad? (Él se encoge de hombros.) A ti no te importa nada. ¡Puah! Me das asco.
 Pepe: Siempre estáis pensando en el dinero. ¡Las mujeres no sabéis más que pedir dinero!
 Trini: Y tú no sabes más que sacárselo a las mujeres. ¡Porque eres un chulo despreciable!
 Pepe: (Sonriendo.) Bueno, pichón, no te enfades. ¡Cómo te pones por un piropo!
 (Urbano, que viene con su ropita de paseo, se ha parado al escuchar las últimas palabras y sube rabioso mientras va diciendo.)
 Urbano: ¡Ese piropo y otros muchos te los vas a tragar ahora mismo! (Llega a él y le agarra por las solapas, zarandeándole.) ¡No quiero verte molestar a Trini! ¿Me oyes?
 Pepe: Urbano, que no es para tanto...
 Urbano: ¡Canalla! ¿Qué quieres? ¿Perderla a ella también? ¡Granuja! (Le inclina sobre la barandilla.) ¡Que no has valido ni para venir a presidir el duelo de tu padre! ¡Un día te tiro! ¡Te tiro!
 (Sale Rosa, desolada, del IV para interponerse. Intenta separarlos y golpea a Urbano para que suelte.)
 Rosa: ¿Déjale! ¡Tú no tienes que pegarle!
 Trini: (Con mansedumbre.) Urbano tiene razón... Que no se meta conmigo.
 Rosa: ¡Cállate tú, mosquita muerta!
 Trini: (Dolida.) ¡Rosa!
 Rosa: (¡A Urbano.) ¡Déjale, te digo!
 Urbano: (Sin soltar a Pepe.) Todavía le defiendes, imbécil.
 Pepe: ¡Sin insultar!
 Urbano: (Sin hacerle caso.) Venir a perderte por un guiñapo como éste... Por un golfo... Un cobarde.
 Pepe: Urbano, esas palabras...
 Urbano: ¡Cállate!
 Rosa: ¿Y a ti qué te importa? ¿Me meto yo en tus asuntos? ¿Me meto en si rondas a Fulanita o te soplan a Menganita? Más vale cargar con Pepe que querer cargar con quien no quiere nadie...
 Urbano: ¡Rosa!»
    
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Espasa-Calpe, 1979. ISBN: 84-239-2003-8.]

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