XIV.- Lingüística y poética
«Se me ha pedido que hable sucintamente de poética y de su relación con la lingüística. El primer problema de que la poética se ocupa es: ¿Qué es lo que hace que un mensaje verbal sea una obra de arte? Toda vez que el objeto principal de la poética es la differentia specifica del arte verbal en relación con las demás artes y otros tipos de conducta verbal, la poética está en el derecho de ocupar un lugar preeminente en los estudios literarios.
La poética se interesa por los problemas de la estructura verbal, del mismo modo que el análisis de la pintura se interesa por la estructura pictórica. Ya que la lingüística es la ciencia global de la estructura verbal, la poética puede considerarse como parte integrante de la lingüística.
Examinemos los argumentos que se enfrentan a esta pretensión. Está claro que muchos de los recursos que la poética estudia no se limitan al arte verbal. Podemos referirnos a la posibilidad de hacer una película de Cumbres borrascosas, de plasmar las leyendas medievales en frescos y miniaturas, o poner música, convertir en ballet y en arte gráfico L'après-midi d'un faune. Por chocante que pueda parecernos la idea de convertir la Ilíada y la Odisea en cómics, algunos rasgos estructurales del argumento quedarán a salvo a pesar de la desaparición de su envoltorio verbal. Preguntarnos si las ilustraciones de Blake a la Divina Comedia son o no apropiadas, es ya una prueba de que pueden compararse entre sí artes diferentes. Los problemas del Barroco o de otro estilo histórico desbordan el marco de un solo arte. Al tratar de la metáfora surrealista, difícilmente podríamos dejar en el olvido los cuadros de Max Ernst y las películas de Luis Buñuel, Le chien andalou y L'age d'or. En pocas palabras, muchos rasgos poéticos no pertenecen únicamente a la ciencia del lenguaje, sino a la teoría general de los signos, eso es, a la semiótica general. Esta afirmación vale, sin embargo, tanto para el arte verbal como para todas las variedades del lenguaje, puesto que el lenguaje tiene muchas propiedades que son comunes a otros sistemas de signos o incluso a todos ellos (rasgos pansemióticos).
Asimismo, en una segunda objeción no hallamos nada de lo que sería específicamente literario: el problema de las relaciones entre la palabra y el mundo interesa no sólo al arte verbal, sino a todo tipo de discurso, si hay que decir la verdad. La lingüística muy bien podría explorar todos los problemas posibles de la relación entre el discurso y el "universo del discurso": qué es lo que un discurso dado verbaliza, y cómo lo verbaliza. Los valores de verdad, empero, en la medida que son -al decir de los lógicos- "entidades extralingüísticas", rebasan sin duda alguna los límites de la poética y la lingüística en general.
A veces se oye decir que la poética, a diferencia de la lingüística, se interesa por cuestiones de valoración. Esta separación de ambos campos, uno de otro, se basa en una interpretación corriente pero equivocada del contraste entre la estructura de la poesía y otros tipos de estructura verbal: éstos, se dice, se contraponen por su naturaleza "casual", y carente de intención, al lenguaje poético, "no casual" e intencionado. A decir verdad, toda conducta verbal se orienta a un fin, por más que los fines sean diferentes y la conformidad de los medios empleados con el efecto buscado sea un problema que preocupa cada día más a los investigadores los diversos tipos de comunicación verbal. Se da una estrecha correspondencia, más estrecha de lo que suelen creer los críticos, entre el problema de la expansión de los fenómenos lingüísticos en el tiempo y en el espacio y la difusión espacial y temporal de los modelos literarios. Incluso una expansión tan discontinua como la resurrección de poetas arrinconados u olvidados -por ejemplo, el descubrimiento póstumo y canonización consiguiente de Gerard Manley Hopkins (m. 1889), la fama tardía de un Lautréamont (m. 1870) entre los poetas surrealistas, y la notable influencia del hasta ahora ignorado Cyprian Norwid (m. 1883) en la moderna poesía polaca- es paralela a la historia de las lenguas normativas, propensas a reavivar modelos caducados, a veces largo tiempo en olvido, como ocurrió en el checo literario, lengua que, hacia comienzos del siglo XIX, propendía a los modelos del siglo XVI.
Los estudios literarios, y la poética como el que más, consisten, como la lingüística, en dos conjuntos de problemas: sincronía y diacronía. La descripción sincrónica abarca no sólo la producción literaria de una fase dada, sino aquella parte de la tradición literaria que ha sido vital o se ha revitalizado en la fase en cuestión. Así, por ejemplo, Shakespeare por una parte, y Donne, Marvell, Keats y Emily Dickinson por otra, integran la experiencia del mundo poético inglés actual, mientras que las obras de James Thomson y Longfellow no pertenecen al conjunto de los valores artísticos viables de nuestros días. Uno de los problemas fundamentales de los estudios sincrónicos de la literatura lo constituye precisamente la selección de los clásicos y su reinterpretación por parte de una nueva tendencia. La poética sincrónica, al igual que la lingüística sincrónica, no debe confundirse con la estática: cada fase establece una discriminación entre formas más conservadoras y formas más innovadoras. Cada fase contemporánea se experimenta en su dinamismo temporal, así como, por otra parte, el enfoque histórico, en poética como en lingüística, se interesa no sólo por los factores del cambio, sino también por los factores continuos, permanentes, estáticos. Una poética histórica general, o una historia general del lenguaje, es una superestructura que hay que edificar sobre una serie de descripciones sincrónicas sucesivas.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta-De Agostini, 1985, en traducción de Jem Cabanes. ISBN: 84-395-0105-6.]
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