Capítulo XXVII
«Ese personaje, que había tomado el tren en la estación de Elko, era hombre de elevada estatura, muy moreno y bigote negro; vestía pantalón negro, corbata blanca y guantes de piel de perro. Parecía un reverendo. Iba de un extremo a otro del tren, y en la portezuela de cada vagón pegaba con obleas una nota manuscrita.
Picaporte se acercó y leyó en una de esas notas que el honorable elder William Hitch, misionero mormón, aprovechando su presencia en el tren número 48, daría de once a doce, en el coche número 117, una conferencia sobre el mormonismo, invitando a oírla a todos los caballeros deseosos de instruirse en los misterios de la región de los "santos de los últimos días".
Picaporte, que sólo sabía del mormonismo sus costumbres polígamas, base de la sociedad mormónica, se propuso asistir a ella.
La noticia se esparció rápidamente por el tren, que llevaba un centenar de viajeros. Entre ellos, treinta a lo más, atraídos por el cebo de la conferencia, ocupaban a las once los asientos del coche número 117, figurando Picaporte en la primera fila de los fieles. Ni su amo ni Fix habían creído oportuno molestarse.
A la hora fijada, el elder William Hitch se levantó, y con voz bastante irritada, como si de antemano le hubiesen contradicho, exclamó:
-¡Oh, digo yo que Joe Smith es un mártir, que su hermano Hyram es un mártir, y que las persecuciones del Gobierno de la Unión contra los profetas van a hacer también un mártir de Brigham Young! ¿Quién se atreverá a sostener lo contrario?
Nadie se aventuró a contradecir al misionero, cuya exaltación era un contraste con su fisonomía, naturalmente serena. Pero su cólera se explicaba, indudablemente, por estar entonces sometido el mormonismo a trances muy duros. El Gobierno de los Estados Unidos acababa de reducir, no sin trabajo, a esos fanáticos independientes. Se había hecho dueño del Utah, sometiéndolo a las leyes de la Unión, después de haber encarcelado a Brigham Young, acusado de rebelión y de poligamia. Desde aquella época, los discípulos del profeta redoblaban sus esfuerzos y aguardando los hechos, resistían con la palabra a las pretensiones del Congreso.
Como se ve, el elder William Hitch hacía proselitismo en el ferrocarril.
Y entonces refirió apasionado, en relación con los raudales de su voz y la violencia de sus ademanes, la historia del mormonismo desde los tiempos bíblicos: "Cómo en Israel un profeta mormoní de la tribu de José publicó los anales de la nueva religión y los leyó a su hijo Morimón; cómo muchos siglos más tarde una traducción de ese precioso libro, escrito en caracteres egipcios, fue hecha por José Smith, junior, colono del estado de Vermont, quien se reveló como profeta místico en 1825; cómo por último, le apareció un mensajero celeste en una selva luminosa y le entregó los anales del Señor."
En este momento, algunos oyentes poco interesados por la relación retrospectiva del misionero, abandonaron el vagón; pero William Hitch, prosiguiendo refirió "cómo Smith, junior, reuniendo a su padre, a sus dos hermanos y algunos discípulos, fundó la religión de los 'santos de los últimos días', religión que, adoptada, no tan sólo en América, sino en Inglaterra, Escandinavia y Alemania, cuenta entre sus fieles, no sólo artesanos, sino muchas personas que ejercen profesiones liberales; cómo una colonia fue fundada en Ohio; cómo se edificó un templo gastando doscientos mil pesos y cómo se construyó una ciudad en Kirkand; cómo Smith llegó a ser un audaz banquero y recibió de un simple exhibidor de momias un papiro que contenía la narración escrita de mano de Abraham y otros célebres egipcios".
Como esta historia se iba haciendo un poco larga, las filas de los oyentes se fueron aclarando y el público quedó reducido a unas veinte personas.
Pero el elder, sin dársele un ardite esta deserción, refirió los detalles "cómo José Smith quebró en 1837; cómo los accionistas le embrearon y le emplumaron; cómo se le volvió a ver más honorable y más honrado que nunca, algunos años después, en Independence, en el Missouri, y jefe de una comunidad floreciente que no contaba menos de tres mil discípulos. Y entonces, perseguido por el odio de los gentiles, se vio obligado a huir del Far-West americano".
Aún quedaban diez oyentes y, entre ellos, el buen Picaporte, que era todo oídos. Así supo "cómo después de muchas persecuciones Smith apareció en Illinois y fundó, en 1839, a orillas del Misisipí, Nauvoo-la-Bella, cuya población se elevó hasta veinticinco mil almas; cómo Smith fue su alcalde, juez supremo y general en jefe; cómo en 1844 se presentó candidato a la presidencia de Estados Unidos y cómo, por último, atraído a una asechanza a Cartago, fue encarcelado y asesinado por una banda de hombres enmascarados".
Al llegar a este punto sólo quedaba Picaporte en el vagón y el elder, mirándole de hito en hito, fascinándolo con sus palabras, le recordó que dos años después del asesinato de Smith, su sucesor, el profeta inspirado Brigham Young, abandonando Nauvoo, fue a establecerse a orillas del Lago Salado, y allí, en aquel admirable territorio, en medio de una región fértil, en el camino que los emigrantes atravesarían para ir a California, la nueva colonia, gracias a los principios de la poligamia del mormonismo, tomó enorme extensión.
-¡Y por eso -añadió William Hitch-, por eso la envidia del Congreso se ha ejercitado contra nosotros! ¡Por eso los soldados de la Unión han pisoteado el suelo de Utah! ¡Por eso, el poeta inspirado Brigham Young, abandonando Nauvoo, reclama toda justicia! ¿Cederemos a la fuerza? ¡Jamás! ¡Arrojados del Vermont, arrojados del Missouri, arrojados del Utah, ya encontraremos algún territorio independiente donde plantar nuestra tienda, y usted, adicto mío -añadió el elder, fijando sobre su único oyente su enojada mirada-, ¿plantará la suya a la sombra de nuestra bandera?
-¡No! -contestó con valentía Picaporte, que huyó a la vez, dejando al energúmeno predicador en el desierto.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1984, en traducción de Ángel Fuentes. ISBN: 84-7530-742-6.]
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