jueves, 16 de abril de 2020

El león de Boaz-Jachin y Jachin-Boaz.- Russell Hoban (1925-2011)

Resultado de imagen de russell hoban 

1

  «Jachin-Boaz se dedicaba al comercio de mapas. Los compraba y los vendía, y algunos de cierta especie, destinada a usos especiales, los hacía él mismo u otros los hacían para él. Ése había sido el oficio de su padre, y las paredes de la tienda, que había sido la suya, estaban cubiertas de vítreos océanos azules, verdes pantanos y pastizales, montañas pardas y anaranjadas con sombras delicadas. Vendía mapas de ciudades y llanuras y otros los hacía por encargo. Le vendía a un joven, por ejemplo, un mapa en el cual estuviera señalado dónde podía encontrarse una muchacha a distintas horas del día. Vendía mapas de maridos y mapas de esposas. Vendía mapas a los poetas que indicaban el sitio donde pensamientos potentes y claros habían visitado a otros poetas. Vendía mapas de lugares donde manaban las fuentes. Vendía mapas de visiones y milagros a los santones, de enfermedades y accidentes a los médicos, de dinero y de joyas a los ladrones, y de ladrones a la policía.
 Jachin-Boaz había llegado a la edad que se considera la mitad de la vida, pero él no creía que tuviera  tantos años por delante como tenía por detrás. Se había casado muy joven, y su matrimonio llevaba ya más de un cuarto de siglo de vida. Era a menudo impotente con su mujer. Los domingos, cuando la tienda estaba cerrada, y se encontraba solo con ella y con su hijo en la larga tarde, intentaba desalojar de su espíritu una persistente desesperación. Con frecuencia pensaba en la muerte, en sí mismo desaparecido y en el vasto espacio oscuro del mundo por siempre alejándose de la nada que era él, por siempre en la negrura. Acostado junto a su esposa dormida, intentaba apartarse de sus pensamientos de muerte, con los ojos abiertos y haciendo muecas en la oscuridad del dormitorio, que se encontraba sobre la tienda. […]
 Jachin-Boaz venía trabajando desde hacía años en un mapa para su hijo. De los muchos mapas diferentes que pasaban por sus manos, de los informes procurados por los investigadores que tenía a su cargo, de los libros y revistas que leía, de sus propios registros y observaciones, almacenó un gran cuerpo de conocimientos detallados y esos conocimientos los incorporaba en el mapa para su hijo. Añadía datos constantemente, revisándolo y corrigiéndolo para mantenerlo siempre actualizado.
 Jachin-Boaz no les había dicho nada del mapa a su esposa ni a su hijo, pero le consagraba la mayor parte del tiempo que le quedaba libre. No creía que su hijo le sucediera en la tienda, ni lo quería tampoco. Quería que su hijo saliera al mundo y quería que encontrase un mundo para sí mayor del que él, Jachin-Boaz, había encontrado. Había ahorrado algún dinero para que su hijo heredara, pero el mapa sería lo más importante del legado. Debía ser nada menos que un mapa maestro, que le indicara dónde encontrar fuese lo que fuese lo que deseara buscar y le asegurase de ese modo un punto de partida adecuado para su vida de hombre.
 El hijo de Jachin-Boaz se llamaba Boaz-Jachin. Cuando tuvo diez años y seis meses, su padre decidió mostrarle el mapa maestro.
 -Cada cual está buscando algo en el mundo -le dijo Jachin-Boaz a Boaz-Jachin- y por medio de los mapas cada cosa que se encuentra no se vuelve a perder. Siglos de hallazgos llenan las paredes y los armarios de esta tienda.
 -Si nada de lo que se encuentra vuelve a perderse -dijo Boaz-Jachin- llegará por fin el día en que no habrá más hallazgos.
 Se parecía a su madre más que a su padre. […]
 -Eso es lo que los jóvenes como tú suelen decir para fastidiar a sus mayores -dijo Jachin-Boaz-. Evidentemente siempre hay algo nuevo que encontrar. Y en cuanto a lo que ha sido ya encontrado ¿preferirías que todo el conocimiento se perdiera para poder ser tú ignorante y el mundo novedoso? ¿Es eso lo que te enseñan en la escuela?
 -No -dijo Boaz-Jachin.
9788435011136: El León de boaz-jachin y jachin-boaz - IberLibro ... -Me alegro de oírlo -dijo Jachin-Boaz- porque el pasado es el padre del presente, al igual que yo soy tu padre. Y si el pasado no puede enseñarle al presente y el padre no puede enseñarle al hijo, la historia no tiene que preocuparse por seguir adelante, y el mundo ha perdido no poco tiempo.
 Boaz-Jachin miró los mapas sobre las paredes.
 -El pasado no está allí -dijo-. Allí está el presente, en el que hay cosas dejadas atrás por el pasado.
 -Y esas cosas son parte del presente -dijo Jachin-Boaz- y, por lo tanto, el presente hace uso de ellas. Mira -dijo- esto es exactamente lo que quiero decir. -Sacó el mapa maestro de un cajón y lo desplegó sobre el mostrador para que su hijo pudiera verlo-. He estado trabajando en él durante años -dijo Jachin-Boaz- y será tuyo cuando seas un hombre. Todo lo que puedas desear figura en este mapa. Me cuido mucho de mantenerlo al día y continuamente le hago añadidos.
 Boaz-Jachin miró el mapa, las ciudades y los pueblos, los océanos azules, los pantanos y los pastizales verdes, las montañas pardas y anaranjadas sombreadas con delicadeza, las claras líneas en tintas de diferentes colores que indicaban dónde podría encontrar todas las cosas conocidas de su padre. Apartó la mirada del mapa y la fijó en el suelo.
 -¿Qué piensas de él? -preguntó Jachin-Boaz.
 Boaz-Jachin no dijo nada.
 -¿Por qué no dices nada? -preguntó su padre-. Mira este trabajo de años, con todo claramente señalado en él. Este mapa representa no sólo los años de mi vida que a él le dediqué, sino los años de otras vidas dedicadas a recopilar la información que se exhibe. ¿Qué puedes buscar que este mapa no te indique cómo encontrarlo?
 Boaz-Jachin miró el mapa, luego a su padre. Miró la tienda a su alrededor y luego se miró los pies, pero no dijo nada.
 -Por favor, no te quedes ahí sin decir nada -dijo Jachin-Boaz-. Di algo. Menciona algo a lo que este mapa no pueda guiarte.
 Boaz-Jachin miró otra vez la tienda a su alrededor. Miró el tope de la puerta de hierro. Tenía la forma de un león agazapado. Miró a su padre con un esbozo de sonrisa.
 -¿Un león? -dijo.
 -Un león -dijo Jachin-Boaz-. No creo entenderte. No creo que me hables en serio. Sabes muy bien que ya no hay leones. Los salvajes fueron cazados hasta el exterminio. Los que estaban en cautiverio murieron de una enfermedad que viajó de un país a otro transportada por las pulgas. No sé qué clase de broma pretende ser la tuya.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Edhasa, 1989, en traducción de Rubén Masera. ISBN: 84-350-1113-5.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: