martes, 28 de abril de 2020

La décima sinfonía.- Pedro Zarraluki (1954)

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Unas palabras con Isabel Clara Eugenia.-La inauguración del Ictíneo.-Discusión con las zagalas.-La Vieja y Confucio.-Pego a Arrrjj.-La piedra filosofal.-Pesadilla.

«No me dejes, tengo que contarte muchas cosas, cuando vayas al bar de la Sílfide pide que te den los rompecabezas de Confucio, Confucio es mi hijo, y ha inventado un sistema para ordenar las cosas, a base de agruparlas y buscar sus posibles combinaciones, del que salen rompecabezas fabulosos, sólo sirve para esto y me iré poniendo nervioso, cada vez tendré más ganas de pegarla, pantera asquerosa, la empujaré hacia la cama y ella reirá y abrirá los brazos, pantera asquerosa, me sacaré el cinturón y le daré una vez, para probarla, y ella me mirará un momento, sólo un momento como para decir sí, ya entiendo, estaba equivocada, ¿sabes?, pensaba otra cosa, y se ovillará como un pájaro acorralado, no sabe ni quitarse los pantalones, y cuando habla se le pega la lengua al paladar y no le salen las palabras, Confucio es así, un genio a su manera, todo el mundo es un genio a su manera, y no dirá nada, ni siquiera un sollozo, la espalda hecha un mapa cuando me deje caer sobre la cama, agotado, mira lo que has hecho, esta tarde no podré cantar, ni mañana, ni durante un tiempo, pero supongo que tendrás tus motivos aunque yo no sabía nada, no sabía nada y tampoco hay para tanto, pobre sapo, debes tener problemas, si quieres puedes pegarme otra vez pero me hace daño, bueno, me voy, no te olvides de pedir los pasatiempos de Confucio y la Vieja se marcha con un trotecillo licencioso, la volvería a pegar, me levantaré sin decir nada y saldré de la casa, siempre me paso, he de aprender a controlarme para no desgastar energías pero es que la hubiera vuelto a pegar y el hombrecillo saca  un papel con la orden del día, último quehacer, Alsa: ¿bruja o científica? Visitarla.
 Ahorcado sobre la puerta, un antiguo pergamino enmarcado escupe latinismos: obscurum per oscurius, ignotum per ignotius, lo oscuro por lo más oscuro, lo desconocido por lo más desconocido. Alsa aparta la cortina sobre la que un bordado en plata reproduce a Mercurio como el anima mundi, de pie sobre el sol y la luna, y el sapo no puede evitar un estremecimiento al introducirse en la barraca y contemplar aquel maremágnum de retortas y crisoles, botes con polvos de plata y de cobre, sulfuro de arsénico, azufre y mercurio, bilis de toro y zumo de calidonia, grabados simbólicos de los cuatro estadios alquímicos, el arbor philosophica con las doce operaciones del proceso de transformación, la salamandra que se devora a sí misma en el agua que también es el fuego, Adán como prima materia con un enorme falo ramificado en forma de árbol, estantes putrefactos que soportan las obras de Ostano, de Zósimo, de Jamblico, Olimpiodoro y Khalid ibn Yazid, el "Corpus Hermeticum", la "Gebrina Sphinx" y las de Bacon, de Llull y de Arnaldo de Vilanova junto a la "Theorica" de Paracelso, el horno cósmico, apoltronado en el centro de la choza como un hipopótamo moribundo, y Alsa se ríe en silencio y le dice no te impresiones, estamos solos, no hay espíritus ni demonios porque no soy maga, soy alquimista, mira, y alcanza un bote con la mano y dice que es alcohol, lo destilé por casualidad buscando el elixir de la juventud y me sirve para hacer colonia, lo mezclo con hierbas aromáticas y se lo doy a Isabel Clara Eugenia para sus combinados, y le enseña el horno, Mira, es el uterus del filius philosophorum, un horno hermético completamente redondo para imitar el cosmos esférico, puesto que las influencias astrales son imprescindibles para el éxito de la operación, y se sube a una escalera en la oscuridad del laboratorio para alcanzar una cajita de marfil, mira, la abre con sumo cuidado y muestra unos polvos de color azafrán, toda una vida trabajando para conseguirlo, un año entero manteniendo el horno encendido a base de carbón y de estiércol seco, el ennegrecimiento de la materia que luego será blanca, verde, amarilla y roja por fin, la quintaesencia, la piedra filosofal que nos da el oro para los ladrillos del teatro, sí, el teatro que diseñó Sisebuto Sinsal y que se levantará en la playa, a horcajadas sobre el mar, todo de oro y el escenario de mármol negro, en brillante erección sobre las olas, será precioso, mira, voy a hacer un ladrillo, y le muestra la retorta del horno donde se funde un bloque de plomo, cubre con cera los polvos y los echa en su interior, dentro de hora y media el plomo se habrá transformado en un precioso bloque de oro para la columnata del teatro, don Canuto probó mi oro siete veces con antimonio, y no perdió nada de su peso, es tan bueno como el de la Gallina, irá bien para base, tiene que ser fuerte, ¿sabes?, lo dice Sisebuto, muy fuerte para aguantar la potencia de las olas, para que no se lo lleve la resaca, para poder estar donde va a estar, y se le llamará "Teatro Oceánico", y el tiempo y el mar en acción conjunta lo recubrirán de corales y tallos frescos de algas cosechadas por las corrientes submarinas, de fósiles de trilobites, escamas de todos los peces y esqueletos de monstruos solitarios, y entre toda esta coraza marina saltarán como gotas de luz los reflejos del oro, y Alsa agarra al sapo por el brazo y le arrastra por detrás del horno hacia una puertecita disimulada entre los cachivaches y lo empuja a un almacén donde se apilan centenares de bloques, fabulosas pilas apagadas en la oscuridad del recinto, falta mucho aún, pero aquí está la base de lo que será el teatro, los cimientos y la plataforma, y le saca a empujones del almacén y le dice mientras esperamos podemos dar un paseo.
Decima sinfonia: Amazon.es: Zarraluki, Pedro: Libros Un grupo de niños atraviesa la calle de las Aguas y rueda por la ladera hacia el río, perseguidos por Heriberto sofocado, Heriberto largo y flaco como una estaca, el pelo a lo Artaud y las manos huesudas, vacilante, siempre igual, Alsa lo detiene y Heriberto buenos días, Alsa, siempre igual, corriendo detrás de esa manada, arrastrando el pellejo y los huesos por la aldea, incontenible expresión de desaliento en la mirada y un rictus siniestro en la boca, todos los poetas no son iguales pero Heriberto es igual a todos los poetas, una especie de común denominador, un ejemplo clásico. Los niños lo llaman don Insólito y a Heriberto le gusta porque le gusta ser raro, buenos días, Alsa, vamos a representar cuentos y por eso van tan alocados, si ves a los siete enanos diles que ya estamos allí, dijeron que vendrían para enseñarles a hacer piruetas, suerte de ellos que aún pueden hacer piruetas, tan diferentes de mí, triste y cansado, "que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son". Y con un gesto vago se despide y se aleja por el sendero hacia el río.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Argos Vergara, 1979. ISBN: 84-7017-793-1.]

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