domingo, 26 de abril de 2020

El Libro de la Almohada.- Sei Shônagon (c. 968 - entre 1000 y 1025)

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143.-Sentir que los otros no me quieren

«Sentir que una no es querida por los otros es sin duda una de las cosas más tristes del mundo y nadie, por loco que esté, podría desear tal cosa para sí. Sin embargo, en todas partes, ya sea en Palacio o en la casa, en el seno de la familia, hay personas que son naturalmente queridas y otras que no.
 No sólo entre las personas de buena cuna, donde es obvio, sino también entre los plebeyos, los niños que son adorados por sus padres atraen naturalmente la atención de los extraños y todos los miman. Si son niños atractivos, no es sino natural que sus padres los mimen. ¿Cómo podría ser de otro modo? Pero si los niños no tienen nada en particular para ser elogiados, a una sólo le cabe suponer que tal devoción se debe al simple hecho de que son sus padres.
 Imagino que no debe haber nada tan delicioso como ser querido por todos: los padres, el maestro y todas las personas con quienes se tiene un trato íntimo.

 144.-Extrañas son las emociones de los hombres

 Extrañas son las emociones de los hombres y extravagantes sus conductas. A veces un hombre abandona a una mujer bonita para casarse con una fea. Y si bien un caballero que frecuente el Palacio podría elegir a cualquiera de las más hermosas jóvenes de buena familia, muchas veces su elegida es alguien de posición tan elevada que no puede hacerla su esposa y él, si realmente ha quedado impresionado por ella, languidece hasta morir.
 Otras veces un hombre queda tan enloquecido por una mujer sobre quien tiene informes favorables que hace todo lo que está a su alcance para casarse, sin siquiera haberla visto.
 No entiendo cómo un hombre puede amar a una mujer a quien todos, incluso las de su mismo sexo, encuentran desagradable. Me acuerdo de cierta mujer, atractiva, de buen corazón, y que además tenía una excelente caligrafía. Envió un bello poema al hombre que había elegido y él le contestó con una nota pretenciosa, sin siquiera molestarse en visitarla. Ella lloró desconsoladamente, pero él, indiferente, se fue con otra mujer. Todos, aun aquellos a quienes el asunto no concernía directamente, se sintieron indignados ante conducta tan dura, y la familia de la mujer quedó muy apesadumbrada. Sin embargo, el caballero no mostró la menor compasión.

145.-La conmiseración

 La conmiseración es un sentimiento espléndido. Especialmente si nace en los hombres, aunque también en las mujeres. Una frase de compasión como "¡qué pena!", dicha a alguien que ha tenido un contratiempo, o "sé cómo se siente", dirigida a un hombre que ha sufrido una desgracia, seguramente reconfortan, por casuales o rutinarias que parezcan. Si hacemos nuestro comentario a alguien y éste lo transmite al sufriente, resultará más efectivo aún que si lo dijéramos personalmente. Quien está en desgracia no olvidará nunca nuestra amabilidad y ansiosamente tratará de hacernos saber cuánto lo hemos conmovido.
 Alguien muy cercano que espera expresiones de condolencia no se emocionará tanto, pues simplemente recibe lo que le es debido. Pero una observación amistosa transmitida a personas no tan íntimas provocará, sin duda, agradecimiento. Todo esto suena muy simple, pero rara vez alguien se preocupa por el otro. En conjunto parecería que los hombres y mujeres de buena cabeza no tuvieran buen corazón. Pero quiero creer que algunos habrá a la vez inteligentes y bondadosos.

 146.-Es ridículo que las personas se enojen

 Es ridículo que las personas se enojen porque una haya murmurado sobre ellas. ¿Cómo puede alguien ser tan necio para pensar que es libre de hallar faltas en los otros, pero que sus propios puntos débiles serán disculpados en silencio? Sin embargo, cuando una se entera de que ha merecido comentarios desfavorables se enfurece, lo cual es muy desagradable.
El libro de la almohada, de Sei Shōnagon Si realmente soy íntima de alguien, sé que resultaría doloroso hablar mal y cuando la ocasión para el chisme llega, prefiero guardar silencio. En todos los otros casos, sin embargo, libremente digo lo que pienso y hago reír a todos. […]

148.-Cosas agradables

 Encontrar muchos libros con relatos que no había leído. Conseguir el segundo volumen de una historia cuya primera parte me ha gustado, aunque generalmente resulte una desilusión.
 Alguien ha roto una carta y la ha arrojado al piso. Recojo los pedazos y me encuentro con que muchos de ellos encajan.
 He tenido un sueño perturbador y me inquieta su significado. Con mucha ansiedad consulto a un intérprete; éste me informa que no tiene ningún sentido especial.
 Una persona de categoría habla acaloradamente sobre algún asunto del pasado o sobre un acontecimiento reciente muy controvertido. Muchos se agrupan a su alrededor, pero fija su mirada en mí mientras habla.
 Una persona muy querida ha caído enferma. Me preocupo terriblemente por ella si vive en la capital y mucho más si se encuentra en un lugar remoto. ¡Qué placer enterarme de que se ha recuperado!
 Me encanta cuando una persona importante alaba o menciona con aprobación a alguien a quien amo.
 Un poema que alguien ha compuesto para una ocasión especial, o que ha sido escrito como respuesta a otro, es elogiado y copiado por todos en sus cuadernos. Aunque esto es algo que todavía no me ha sucedido, puedo imaginar lo agradable que debe ser.
 Una persona no demasiado íntima mía se refiere a un viejo poema o historia que yo no conocía. Más tarde oigo nombrar a otro la misma obra y siento el placer de reconocerla. Otra vez la encuentro en un libro y me digo: "Es ésta", y siento agradecimiento por quien primero la mencionó.
 Me complace comprar papel Michinoku, también papel blanco o decorado y hasta papel ordinario si es fino y blanco.
 Una persona en cuya compañía me siento torpe me pide que le diga la primera o la última línea de un poema. Si por casualidad la recuerdo, ¡qué placer! Pero muchas veces en situaciones así olvido completamente algo que normalmente sé.
 Busco un objeto que necesito con urgencia y lo encuentro. O preciso un libro, revuelvo todo y allí está. ¡Qué alegría!
 Cuando compito en un juego de adivinanzas (el que sea), ¿cómo evitar sentirme feliz si gano?
 Me encanta molestar a alguien pagado de sí mismo, sobre todo si es hombre. Me divierte observar cómo espera alerta mi siguiente agudeza y también me regocijo cuando veo cómo intenta hacerme bajar la guardia, adoptando un aire indiferente, como si nada pasara por su cabeza.
 Sé que es pecaminoso, pero no puedo evitar sentir alegría cuando alguien que no me gusta sufre un traspié.
 Un gran placer: cuando el peine de adorno que hemos pedido resulta bonito.
 Y cuando algo bueno le sucede a la persona que amo me alegro más que si me sucediera a mí misma.
 Entro en el aposento de la Emperatriz y veo a las damas congregadas a su alrededor formando un grupo cerrado, así que me dirijo a uno de los pilares que está a cierta distancia. ¡Qué delicia cuando Su Majestad me llama a su lado y las otras deben dejarme pasar!»

   [El texto pertenece a la edición en español de Adriana Hidalgo editora, 2004, en traducción de Amalia Sato. ISBN: 987-9396-57-X.]

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