21 de agosto
«La vieja barrendera se acercaba otra vez, en pos de sus hojas, y volvimos hacia la iglesia, despacio, en silencio. Nos hemos parado de nuevo ante el portal. Ella estaba cansada: ha vuelto a sentarse con la barbilla en las manos, mirando al poniente que se agrisaba.
Hemos callado largo tiempo. Había silencio a nuestro alrededor, pero encima, por las copas de los árboles, el viento silbaba con tonos más agudos que antes, y no quedaba calor en el aire.
Ella tuvo un escalofrío.
-Quiero morirme -dijo-. Me moriría tan a gusto. Siento que he tenido todo lo que me estaba destinado, todo lo que tendré en la vida. Nunca volveré a ser tan feliz como he sido estas semanas. Apenas he pasado un solo día sin llorar, pero he sido feliz. No me arrepiento de nada, pero quiero morir. Pero es tan difícil. Pienso que el suicidio es feo, especialmente para una mujer. Me repugna tanto violentar la naturaleza. Y tampoco quiero causarle a él ningún pesar.
No he dicho nada, para que siguiera hablando. Ha entrecerrado los ojos.
-Sí, es feo suicidarse. Pero a veces es todavía más feo vivir. Es terrible, que tan a menudo sólo se puede escoger entre lo más o menos feo. ¡Ojalá muriera!... No me da miedo la muerte. Incluso si creyera que hay algo después, la muerte no me daría miedo. Nada de lo bueno y de lo malo que he hecho podía hacerlo de otro modo: he hecho lo que estaba obligada a hacer, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. ¿Se acuerda de que una vez le contesté mi enamoramiento de juventud, y dije que me pesaba no haberme entregado entonces? Ya no me pesa. No me arrepiento de nada, ni siquiera de mi matrimonio... Pero no creo que haya nada después de la muerte. Cuando era una niña, siempre me imaginé el alma como un pajarito. En las ilustraciones de una historia universal que tenía mi padre vi que también los egipcios la representaban como un pájaro. Pero un pájaro no puede volar más alto que hasta donde llega el aire, y no llega muy alto. También el pájaro pertenece a la tierra. En la escuela teníamos una profesora de historia natural que nos explicaba que nada de lo que hay en la tierra puede salir de aquí.
-Tengo la impresión de que su profesora tomó cierto gato por cierta liebre -interpuse.
-Es muy probable. En todo caso, perdí la fe de pajarito, y el alma se me hizo todavía más imprecisa. Hace unos años leía todo lo que me caía en las manos sobre religión y cosas así, tanto en pro como en contra. Claro que me sirvió para aclararme las ideas en muchos puntos, pero nunca llegué a saber lo que quería. Hay personas que escriben tan extraordinariamente bien que me parece que podrían demostrar cualquier cosa. Siempre me parecía que tenía razón el que escribía mejor y con mayor belleza. Adoraba a Viktor Rydberg. Pero sentía y comprendía que sobre la vida y la muerte nadie sabía nada de nada.
En la penumbra, vi llenarse sus mejillas de un color fuerte y cálido cuando añadió:
-Pero en los últimos tiempos he llegado a descubrir en mí misma mucho más que en toda mi vida anterior. Ahora conozco mi cuerpo. Conozco y comprendo que lo que yo soy es mi cuerpo. No hay ninguna alegría ni pena ni vida que no me venga por el cuerpo. Y el cuerpo sabe muy bien que tiene que morir. Lo sabe como puede saberlo un animal. Por esto estoy convencida de que no encontraré nada después de la muerte.
Estábamos ya a oscuras. El rumor de la ciudad subía con más fuerza hasta nosotros en la oscuridad, y los faroles se iban encendiendo en las esquinas, a lo largo de muelles y puentes.
-Sí -he dicho-, su cuerpo sabe que tiene que morir un día. Pero no por eso quiere morir. Lo que quiere es vivir. No quiere morir hasta estar gastado y cargado de años. Reseco de sufrimiento y quemado de placer. Hasta entonces no querrá morir. Usted piensa que quiere morir porque ahora todo se le presenta tan difícil. Pero no quiere, estoy seguro de que no es posible que quiera. Deje que pase tiempo. Tome los días según se presenten. Antes de lo que usted imagina, todo puede cambiar. Y usted misma puede cambiar. Usted está fuerte y sana, y puede llegar a ser todavía más fuerte. Es de las personas capaces de crecer y de renovarse.
Un escalofrío la recorrió. Se puso de pie:
-Se hace tarde, tengo que volver a casa. No podemos irnos juntos, nada bueno lograríamos con que nos vieran. Tome este camino, yo tomo el otro. ¡Buenas noches!
Me ofreció la mano. Dije:
-¿Me permite que la bese en la mejilla?
Se levantó el velo y me ofreció la mejilla. La besé.
Ella dijo:
-Quiero besarle la frente. Es hermosa.
El viento pasó por mi cabello que ya enrarece, al descubrirme la cabeza. Y ella la tomó en sus manos cálidas y suaves y me besó la frente con solemnidad, como en una ceremonia.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1992, en traducción de Gabriel Ferrater. ISBN: 84-376-1066-4.]
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