Uno
«Hakim Jamal me gustó enseguida, nada más verlo. Era un hombre tremendamente apuesto, y su estilo -ese pavoneo a lo pirata, ese único zarcillo de oro- también me agradó al momento, porque parecía haber en él un cierto elemento autoparódico. El brillo de sus ojos y la anchura de su boca le daban un aire divertido, como si su propia manera de actuar le hiciera gracia.
Hakim había sido invitado a venir a Londres en 1969 por ciertas personas que pensaban que éste estaba haciendo un trabajo interesante organizando escuelas progresistas para los niños del gueto negro de Los Ángeles. Su labia las había convencido de que debía escribir un libro y una de ellas hasta le había presentado a un agente literario que, a su vez, lo había traído a la editorial André Deutsch.
En cuanto entré en la habitación, Hakim dejó de prestar atención a los dos hombres que ya estaban allí y se me quedó mirando. Como no estaba acostumbrado a ver ingleses, yo le parecí una persona exótica y refinada; mi voz -según me contó después- le recordó a la de la señora May Whitty (una actriz condecorada por la Reina que había interpretado a viejas damas inglesas en muchas películas) y, al oírme, se dijo a sí mismo que debía cuidar su lenguaje. Yo era un desafío para él y Hakim estaba decidido o bien a observar el espectáculo que supondría verme retroceder o enojarme, o bien a tener la satisfacción de seducirme (a él le gustaba especialmente atraer a las mujeres de mediana edad porque eso le hacía sentirse bondadoso). Me senté junto a él -aunque podía haber elegido una silla más alejada- y al cabo de dos minutos ya me había puesto la mano en el hombro, esperando a ver si yo me encogía de miedo por el hecho de que aquel negro impertinente me tocase.
Era obvio que aquel hombre me estaba poniendo a prueba, y a mí me hacía gracia que se estuviera equivocando tanto conmigo. Yo no conocía a muchos negros estadounidenses -y menos de un gueto tan violento como ése del que él provenía, por lo que me habían dicho-, pero conocía a los suficientes como para esperar que fueran más recelosos respecto a los blancos que mis amigos antillanos o africanos. Pensé que Hakim se comportaba así debido a su pasado, y también él se convirtió para mí en un desafío. El debió de advertir que yo era "diferente": la clásica reacción de la blanca liberal al conocer a un negro quisquilloso. Yo llevaba aquel día un vestido de lana pero pude sentir la frialdad de su mano en mi hombro a través del tejido, y noté que temblaba levemente. Me entraron ganas de decirle: "Relájate, cariño. No tienes por qué desafiarme ni seducirme, me meteré en la cama contigo en un santiamén, si eso es lo que quieres." Un minuto después, él dejó caer un papel, se agachó para recogerlo, me rozó la rodilla con la mano disimuladamente y dijo: "¡Ah, pero qué he hecho! Le he tocado la rodilla sin querer... Espero que no le moleste." Costaba creer que aquel hombre tan guapo y tan seguro de sí mismo en apariencia pudiera estar tan ridículamente tenso y ser tan torpe; que pudiera suponer que era él quien me estaba poniendo a prueba con su astucia, cuando en realidad lo que estaba haciendo era el tonto. Su actitud me resultó cómica y conmovedora a un tiempo.
Hakim había conocido a Malcolm X cuando él era aún un niño y Malcolm un timador y luego éste, pasados los años, lo había convertido a su ideología. Hakim quería escribir un libro sobre eso. Para él, mantener vivo el recuerdo de Malcolm X y difundir su enseñanza era, con mucho, la tarea más importante de su vida, porque, si no lo hubiese conocido, habría muerto hacía tiempo en una cuneta. Sí, era cierto que Hakim había sido un alcohólico y un heroinómano hasta que Malcolm se había cruzado en su camino; sí, era cierto que se había desenganchado de esas dos adicciones con la sola influencia de la enseñanza de Malcolm, sin ayuda médica, al igual que otra mucha gente como él. No, a él no le importaría que yo corrigiera su manuscrito si realmente lo creía necesario; ¿por qué le habría de importar, si él no había escrito nada en su vida salvo unos cuantos artículos breves para algunas revistas minoritarias? Sí, estaba dispuesto a escribir tres capítulos de prueba para que nosotros pudiéramos hacernos una idea al respecto. En un par de semanas me los entregaría.
¡Un par de semanas! A veces olvido -pensé yo- que la gente que no sabe nada sobre la escritura realmente no sabe nada. Pero lo cierto es que Hakim entregó esos tres capítulos cuando dijo que lo haría, y que éstos eran directos, ágiles, vívidos. Hakim vacilaba en la puntuación y la gramática, pero su lenguaje era vivaz y fluido, desprovisto de esos efectos amanerados o altisonantes tan comunes en la escritura maleducada. Firmamos el contrato del libro y, a partir de entonces, Hakim fue un modelo de puntualidad, y también de tolerancia, aunque sin caer en la dejadez, a la hora de discutir las sugerencias que yo le hacía. La gente llegó a decir posteriormente que la inglesa con la que vivía, Gale Benson, le había escrito el libro. Pues no. Ella le ayudó a veces con la gramática o el significado de alguna palabra (a él no le importaba reconocer su ignorancia en esos temas), pero nada más, estoy segura. A Hakim, el hecho de escribir le producía un gran placer y, cuando lograba lo esencial, se consideraba a sí mismo el maestro de Gale, no su alumno.
Al final de nuestra primera reunión, le tendí la mano pero él dijo: "No, no, yo a mis amigos los beso" y me dio un beso en la mejilla mientras los dos nos reíamos. Unas semanas después, le dije que él había hecho eso para fastidiar a los dos hombres blancos que estaban conmigo, pero él me aseguró que no, que el beso había sido genuino porque él ya había decidido que yo le gustaba. Y yo le creí, encantada.
Hakim me impresionó enseguida por ser un hombre que siempre conseguía a la mujer que quería, aunque no era especialmente sensual: lo que a él le importaba era seducir, no follar. Es probable, en efecto, que eso fuera verdad, que a Hakim le trajese sin cuidado el hecho de follar; y hasta dudo de que alguna vez se interesara a fondo por una mujer. Lo que realmente le agradaba y excitaba era el efecto que causaba en una mujer, no el que ella causaba en él.»
[El texto pertenece a la edición en español de Circe Ediciones, 2006, en traducción de Xoan Abeleira. ISBN: 978-84-7765-244-1.]
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