«-Por favor, siéntese -acabó diciendo el Inspector con un punto de irritación en la voz y le indicó a Sébastien una silla al otro lado de la mesa.
No se caían bien. Era casi palpable. A Sébastien no le gustaba el traje del Inspector y al Inspector no le gustaba el grueso jersey de Sébastien. A Sébastien no le gustaba el modo con que el Inspector apoyó las palmas de sus manos blancas sobre la mesa, y al Inspector no le gustaba la postura que había adoptado Sébastien, con la pierna izquierda doblada sobre la derecha y la mano derecha sujetándose el tobillo izquierdo, con desenvoltura totalmente fingida.
-Pues bien, señor Sénécal. Tal vez yo no me muestre tan ditirámbico respecto a ese texto de Eric... -en ese punto el Inspector miró la parte inferior del texto para recordar el apellido del autor y manifestar así con ostentación que éste no formaba aún parte del panteón oficial-: Holder, sí, eso es... Un texto bastante estimable, eso sí, pero en fin, no van por ahí mis reproches.-Tras una tosecilla diplomática, el Inspector prosiguió-: Sí, ya he visto que en el pasado tenía usted informes muy favorables de la inspección. Un pasado bastante lejano, a decir verdad, pues se remonta a hace más de diez años. Y eso es lo que me preocupa un poco, señor Sénécal, no voy a ocultárselo. Tras haber leído la selección de textos de los distintos cursos a los que da clase, me da la impresión de que no practica el trabajo en créditos que se exige en estos momentos...
Por fin habían llegado al meollo del asunto. Curiosamente, Sébastien no experimentaba el menor malestar e interrumpió al señor Dumesnil con tono muy firme:
-Nunca me he hecho muchas ilusiones sobre la razón de ser de esos créditos, señor Inspector. Cuando empecé a dar clase tenía a mi cargo dos cursos de francés. El Ministerio me adjudica ahora cuatro, y el año que viene tendré cinco, con la reducción de horarios propuesta. Al principio nos exigían en cada clase una redacción cada quince días, un dictado por semana, comentarios de texto, preguntas por escrito. Total, una cantidad de deberes para corregir que era factible con dos o tres cursos, pero que ya no lo es con cuatro o cinco. Entonces ha habido que buscar un nuevo modo de funcionamiento, en el que a los alumnos no se les evalúa más que por una nota global que se da cada cinco o seis semanas. Ése es, en mi opinión, el auténtico origen de los créditos. Un deseo de ahorrarse profesores y dinero, como siempre. Por otra parte, no hay nada más aburrido para un alumno que quedarse empantanado varias semanas en el mismo tema y mezclar en él artificialmente la escritura, la gramática, la lectura y la ortografía.
Las manos del Inspector habían abandonado su tranquila inmovilidad para iniciar un leve tamborileo regular.
-Señor, Sénécal, permítame que le diga que su razonamiento es del todo falaz. Los créditos se han implantado para ayudar prioritariamente a los alumnos con dificultades. En cuanto a esa sarta de notas que se les ponían a los alumnos en la bendita época en que usted habla, sabe usted perfectamente que las más de las veces eran para ellos un motivo de desaliento.
-Perdone que le interrumpa, señor Inspector, pero creo que es mucho menos traumatizante la abundancia de notas que su escasez, que confiere a éstas un temible peso. Además, no conseguirá hacerme creer que un alumno de educación especial progresa más cuando se le corrigen menos deberes.
La cadencia del tamborileo iba tornándose más febril.
-Basta, señor Sénécal, no está usted aquí para poner en tela de juicio los programas de secundaria, sino para escuchar un balance de su trabajo, bastante desconcertante, fuerza es decirlo, pues en él se combinan aparentes pretensiones de modernidad con ciertas actitudes obsoletas... Estamos a finales de abril y veo que todavía no ha empezado, en primero, el estudio de los textos básicos que, sin embargo, es obligatorio. La semana pasada estudió usted un poema cuyo autor no aparece citado. En segundo, veo, en la misma semana, el comentario de texto de una canción de... Thomas Fersen, con el de un texto de Proust dedicado a los topónimos. No conozco al tal Fersen, pero ¿cree usted que son capaces unos alumnos de segundo de comprender a Proust? Y, sobre todo, ¿cree usted que todo eso tiene realmente una unidad?
Era extraño. A Sébastien le daba la impresión de que habría tenido dificultades para justificarse si el Inspector le hubiera caído más simpático. Pero así, en cambio, se encontraba liberado, incitado a un sentimiento de justa ira que le confería un inesperado aplomo:
-La unidad de todo eso, señor Inspector, es la vida, la calidad de todos esos textos, el eco que suscitan en los alumnos. ¿Demasiado complicado Proust? Sí, por supuesto, pero su imaginación sintoniza tanto con la de los alumnos que, guiándolos, puede conseguirse que accedan a ella. A raíz de este comentario, los alumnos escribieron sus propios "topónimos" y el resultado es sorprendente... Es cierto, en primero, todavía no he estudiado los textos básicos. Veremos algunos a finales de curso. Pero no todos. Me parece inoperante insistir demasiado en unos textos que carecen del menos interés, que provienen de traducciones aleatorias en las que brilla por su ausencia el estilo. Lo mismo ocurre con los cuentos. Si siguiéramos al pie de la letra los programas, los alumnos de primero se pasarían más de un trimestre bregando con unos textos escritos del modo más insulso. El contenido cultural de los textos básicos corresponde a la asignatura de Historia.
La mirada del señor Dumesnil se había ensombrecido. Se caló las gafas para poner fin a aquel estilo oratorio:
-Ya sé que tiene usted problemas con los nervios, señor Sénécal, su director ha tenido la delicadeza de informarme acerca del particular. Pero ello no le autoriza a estas intemperancias...
-Mis problemas nerviosos no vienen a cuento, señor Inspector. Hace mucho tiempo que pienso esto. Su supuesta reforma se apoya en la constatación de un fracaso. Ese sentimiento de fracaso no lo he experimentado nunca en veinte años y únicamente lo experimentaré si me obligan a poner en práctica sus programas y sus técnicas burocráticas y nefastas. Sólo se puede ser un buen profesor de Lengua si se tiene la libertad de ser uno mismo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2004, en traducción de Javier Albiñana. ISBN: 84-8310-258-7.]
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