Segundas escenas
IV.- He aquí un millonario
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«-Me explicaré. Su enorme personalidad, don Fermín, merece ser destacada de manera definitiva y, con este motivo, un grupo de asturianos se ha reunido para tomar el acuerdo de que el homenaje debe encabezarlo la revista Asturias, ya que ella representa todo lo que supone en la región un esfuerzo y un valor.
-¡Hijo mío! -interrumpió el millonario-; yo no soy nada. Yo ya estoy retirado...
-¿Qué dice usted? -aquí el periodista eligió un acento admirativo-. ¿Don Fermín Gutiérrez, retirado? ¿Don Fermín Gutiérrez? Usted, quiera o no quiera, es una honra de Asturias. Digo más: es la representación más genuina de lo que es capaz la voluntad del genio asturiano. El nombre de Fermín Gutiérrez es pronunciado por cientos de niños y niñas en los colegios fundados por usted. Toda la región se dispone a pagar modestamente el enorme esfuerzo hecho por usted en Asturias.
El millonario movió la cabeza, mientras en su cara rojiza se esbozaba un gesto ambiguo. A Julio lo miró de reojo, torcidamente.
-Mi director -explicó el periodista- me ha hablado mucho de usted. Me ha relatado su vida y he sido asombrado. ¡Es para escribir una novela!
-Vamos; eso no tiene ninguna importancia -comentó el millonario-. Es la vida, hijos míos, la que hace que uno llegue a ser algo.
-Exacto, don Fermín. Pues bien: nosotros vamos a hacer unas páginas para la revista describiendo su vida de ahora encerrado en este palacio y dedicado a los libros -esto era pura suposición- y a la felicidad del hogar. Traeremos un fotógrafo -continuó el periodista, como si ya pisara terreno firme-; en nuestra revista salen muy bien las "fotos".
En el rostro del millonario parecía que no sentaban mal aquellas proposiciones. Sus manos anchas de antiguo trabajador jugueteaban con un botón de su chaqueta gris.
-Si a usted le parece buena esta idea -el periodista mostrábase incansable-, se pueden hacer dos fotografías en las que será conveniente que aparezca usted rodeado de su familia. Tenemos noticia de la extraordinaria belleza de su hija -el millonario sonrió halagado-. Una fotografía de su hija será puesta en una plana; en otra plana aparecerá usted al lado de su hija y de su yerno. En las demás fotografías habrá detalles de su palacio, como su biblioteca, su mesa de trabajo, o lo que usted nos indique como cosa interesante para nuestra información.
El periodista descansó y tragó aire. Miró a Julio para demostrarle su buena escuela y dijo al millonario:
-Nuestro director dedica la portada de la revista a los hombres más destacados de Asturias. Las grandes personalidades desfilan en esas portadas y usted, como es natural, ocupará ese sitio.
-Pero, hijos míos, os vuelvo a repetir que yo no hago otra cosa que estar metidito en casa. Hablad de mi hija y de mi yerno. Él es un gran pintor.
-Permítame -contestó el periodista-; tenemos el propósito de relatar en nuestra información lo referente a su hija y a su yerno; pero lo referente a usted nos es imprescindible, porque usted es el eje de nuestro reportaje. La tirada de la revista corresponde a veinte mil ejemplares -el periodista había aumentado quince mil-. Veinte mil revistas que se leen en toda España y en América. ¿Comprende usted, don Fermín, la necesidad de que aparezca en la revista lo más representativo de Asturias?
-Bien... Bien... -silabeó el millonario en un tono blando-. Haced lo que gustéis.
-Para la portada -sugirió triunfante el periodista- necesitamos una buena fotografía de usted en donde aparezca enseñando una condecoración. Si usted tiene una banda o cordón, mucho mejor. Eso se destacará más.
-Por ahí debe de tener mi hija lo que ustedes desean.
-Perfectamente, don Fermín. Y ahora vamos con los últimos detalles de nuestra información. Usted no ignora que la cuestión de publicaciones está muy mal en España -aquí el millonario empezó a prestar gran interés-. Tan mal que las revistas apenas sí pueden sostenerse. Es decir -el periodista sentíase agotado y quiso terminar-: usted ofrenda generosamente mil doscientas pesetas, tarifa para cuatro páginas y la portada, y la revista podrá seguir siendo una demostración de que Asturias honra a España y a los españoles.
En menos de diez segundos se rehízo el millonario de su anterior entusiasmo. Meneó tres veces la blanca cabeza, se tocó el botón de la chaqueta y lanzó un suspiro. Fueron diez segundos en que los cuadros, los cortinajes y los muebles imperiales masticaron de aquel silencio inoportuno.
-Pero, hijos míos -¡siempre la misma coletilla!-, creo que no merece la pena que hagáis la información. Ya os dije que no me gusta figurar y que prefiero este recogimiento a que suene mi nombre en la prensa. Otros habrá que os aguarden con interés. Yo ya no estoy para estos trotes.
En la cara del periodista llegó a pintarse la perplejidad. Julio miraba al millonario con una risita de asco. El espectáculo de los tres era deplorable.
-Nosotros creíamos -el tono del periodista sonaba a triste- que aceptaría usted nuestras proposiciones.
-No..., no puede ser. Pero vuestra visita me ha sido muy agradable -dijo el millonario con una amabilidad dudosa-. En fin, siento mucho no poder atenderos como hubiera sido mi gusto. Dispensadme un momento, vuelvo en seguida.
Fermín Gutiérrez salió del salón con un proyecto desconocido para Julio y el periodista. Éste miró profundamente el grueso alfombrado.
-¡Qué extraño! -exclamó débilmente.
El millonario regresó con una mano elevada hasta el pecho como si sostuviera un objeto.
-Tomad -dijo colocándose en medio de los dos-; están hechos en mis fábricas de Cuba.
Y Fermín Gutiérrez entregó dos puritos del tamaño de un dedo índice.
El periodista dio unas gracias muy endebles, Julio prefirió callar.
Los dos estrecharon una mano resbaladiza y salieron sin hacer apenas ruido, deseosos de ver la calle inmediatamente.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra (Grupo Anaya), 2005. ISBN: 84-376-2253-0]
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