martes, 5 de noviembre de 2019

Viva.- Patrick Deville (1957)

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Últimas moradas

«Ese vértigo de las últimas moradas, como si los mejores de entre nosotros dejasen en el aire de su última morada algún rastro de su fuerza o de su genio, es el que el propio Trotski quiso sentir a su llegada a París en el verano de 1914, poco después del atentado contra Jean Jaurés: "Fui a visitar el Café du Croissant, donde le habían asesinado, deseoso de descubrir sus huellas. Por muy alejado que estuviese políticamente de aquel hombre, era imposible no sentir la atracción de su gran personalidad. El mundo espiritual de Jaurés, hecho de tradiciones nacionales, de la metafísica de los principios morales, del amor a los oprimidos y de una gran imaginación poética, encerraba rasgos aristocráticos muy acusados." Trotski recuerda sus distintos encuentros. "Yo había oído hablar a Jaurés en los mítines parisinos, en los congresos y en las comisiones internacionales y siempre le escuchaba como si le oyese por primera vez".
 Al igual que Ramón Mercader, el asesino de Trotski, el asesino de Jaurés, Raoul Villain, salvará el pellejo en los tribunales. El belicista se librará hasta de ir al frente y pasará toda la guerra a resguardo en la prisión antes de ser liberado tras el Armisticio y de ir a darse la gran vida en las Baleares, en la isla de Ibiza, donde un comando anarquista irá de todos modos a pegarle un tiro en el 36.
 Es de un libro de Ortega y Gasset de donde Lowry saca la idea de que la existencia de cada uno de nosotros es una novela tragicómica. "¿La vida humana en su dimensión más humana es una obra de ficción? ¿Es el hombre una especie de novelista de sí mismo que concibe la figura caprichosa de un personaje con sus ocupaciones irreales y luego, para poder hacerlas realidad, hace todo lo que le corresponde y se convierte en ingeniero?" En 1934, Lowry abandona París y la calle Antoine- Chantin y va a encontrarse con Jan en Nueva York. Ella ya no le quiere. Él se hunde de nuevo en el alcohol. Jan lo hace internar en el servicio psiquiátrico del Hospital Bellevue. Lowry sabe el suficiente francés para comprender el significado de la palabra "Bellevue". Desde las ventanas enrejadas se ve la casa en la que Herman Melville escribió Moby Dick. Al salir del hospital, Lowry emprende la escritura de The Last Address, que se convertirá en Piedra infernal
 Y, durante toda su vida, Lowry visitará las últimas moradas. Después de haber vivido algunos meses en el hotel Francia, en Oaxaca, donde se había alojado antes D. H. Lawrence, irá a ver la última casa del autor de La serpiente emplumada en Taos, Nuevo México. En Roma y ya al borde de la locura, Lowry copia el texto de esta placa mural: "El poeta inglés John Keats, mente tan maravillosa como precoz, murió en esta casa el 24 de febrero de 1821 a la edad de veintiséis años." Y Lowry piensa en Grieg, en su libro Aquellos que mueren jóvenes, homenaje a Keats, Shelley y Byron. Emprende la escritura de un relato, "El extraño consuelo que brinda la profesión", describe en la casa romana de Keats los "restos de resinas aromáticas utilizadas por Trelawny para la cremación del cadáver de Shelley […], cuyo cráneo, además, había escapado por poco de que Byron se lo apropiara como cáliz para beber". Y el narrador de Lowry retoma la historia del ahogamiento de Shelley, de su cuerpo devuelto por las olas, de la cremación del cadáver en la playa de Viareggio en presencia de Byron, antes de que Byron se marchara a encontrar una muerte heroica en medio de los insurgentes griegos de Mesolongi.
 Esta estrecha casa de tres pisos, en el 26 de la Piazza di Spagna, en la que hay cartas autografiadas de Keats, Shelley y Byron, que había vivido en el número 66 de esa misma plaza, se ha convertido en un museo. Yo había subido los escalones de mármol blanco de la Scalinata junto a la casa, que conduce hasta la iglesia de la Trinità dei Monti, algunos de cuyos peldaños tuvo que subir Lowry para anotar en su cuaderno el texto de la placa bilingüe. Y me senté en el último café más cercano a la última morada de Keats, hoy llamado Barcaccia. Aquí, Lowry y su narrador se acuerdan de Poe, de la última morada de Poe en Richmond, Virginia, adonde Lowry había ido para copiar fragmentos de cartas. Él abre su cuaderno sobre la mesa del café: "En primer lugar, era consciente de estar leyéndolos allí, en aquel bar romano, y, además, de haber estado en el Museo Valentine de Richmond (Virginia) leyendo las cartas a través de la vitrina y copiando fragmentos de ellas y después de que el pobre Poe hubiera estado tristemente sentado en alguna parte y escribiéndolas."
 Y cómo no volver a copiar aquí, sentado a esta mesa del café Barcaccia, un fragmento de los fragmentos de Poe copiados por Lowry: "Me estoy muriendo -muriendo, literalmente- por falta de ayuda. Y, sin embargo, no estoy ocioso", frase que el mismo Lowry hubiera podido escribir en Oaxaca, en México o en Ripe. Frase que hubieran podido escribir todos los poetas a los que, según Artaud, no ama el dios de la consciencia pequeñoburguesa, que se las ingenia para volverlos locos.
 Un mes antes de su muerte, Lowry abandona Ripe y el sur de Inglaterra y se va a nadar en las aguas frías de los lagos de Escocia. Por última vez, recupera la dicha de la vida sana, la que llevaba en la cabaña de Vancouver, que debería haber sido su última morada. Camina por las colinas. Escondido entre las hierbas, observa el vuelo de los patos eider, luego visita la última casa de Wordsworth en Grasmere. No sabe que un mes después, la White Cottage, la mansión blanca de Ripe, será su última morada. O quizá ya lo sospecha un poco.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2016, en traducción de José Manuel Fajardo. ISBN: 978-84-339-7951-3.]

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