Primer manifiesto del surrealismo (1924)
«Sólo por mala fe se
nos podría discutir el derecho de emplear la palabra surrealismo en el
peculiar sentido que nosotros le damos, puesto que resulta evidente que esta
palabra antes de nosotros no había conocido fortuna. La defino, pues, de una
vez por todas:
SURREALISMO: s.m.
Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente
como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del
pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido
por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral.
ENCICLOPEDIA: Filos.
El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas
formas de asociación que habían sido desestimadas, en la omnipotencia del
sueño, en la actividad desinteresada del pensamiento. Tiende a provocar la
ruina definitiva de todos los otros mecanismos psíquicos, y a suplantarlos en
la solución de los principales problemas de la vida. Han hecho profesión de fe
de SURREALISMO ABSOLUTO: Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Crevel,
Delteil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll,
Péret, Picon, Soupault, Vitrac.
Parecen ser éstos
los únicos hasta el presente, y no habría posibilidad de error a no ser por el
caso apasionante de Isidore Ducasse, sobre el que carezco de datos suficientes.
Cierto que, teniendo en cuenta de un modo superficial los resultados, buen
número de poetas podrían pasar por surrealistas, comenzando por Dante y, en sus
buenos momentos, Shakespeare. En el curso de diversas tentativas de
reducción, a las que me he librado de lo que, por abuso de confianza, se
denomina genio, no he encontrado nada que pudiera atribuirse concluyentemente a
un proceso distinto del que estamos tratando.
Las Noches de
Young son surrealistas de un extremo al otro; desgraciadamente es un sacerdote
el que habla, un mal sacerdote sin duda, pero sacerdote al fin.
Swift es
surrealista en la malignidad.
Sade es surrealista
en el sadismo.
Chateaubriand es
surrealista en el exotismo.
Constant es
surrealista en política.
Hugo es surrealista
cuando no es estúpido.
Desbordes-Valmore
es surrealista en el amor.
Bertrand es
surrealista en el pasado.
Rabbe es
surrealista en la muerte.
Poe es surrealista
en la aventura.
Baudelaire es
surrealista en la moral.
Rimbaud es
surrealista en la práctica de la vida y en cualquier parte.
Mallarmé es
surrealista en la confidencia.
Jarry es
surrealista en el ajenjo.
Nouveau es
surrealista en el beso.
Saint-Pol-Roux es
surrealista en el símbolo.
Fargue es
surrealista en la atmósfera.
Vaché es
surrealista en mí.
Reverdy es surrealista
en su casa.
Saint-John Perse es
surrealista a la distancia.
Roussel es
surrealista en la anécdota.
Etcétera.
Insisto en que no
siempre son surrealistas, puesto que puedo descubrir en ellos cierto número de
ideas preconcebidas a las cuales ingenuamente se aferran; y lo hacen porque no
llegaron a apercibir la voz surrealista, la que continúa predicando aún la
víspera de la muerte y por sobre las tempestades; o porque no se resignaron a
hacer de meros orquestadores de una maravillosa partitura. Al hecho de
constituir instrumentos demasiado arrogantes se debe que no hayan dado siempre sonidos
armoniosos.
Pero nosotros, que
no hemos efectuado el menor trabajo de filtración, que nos hemos convertido en
nuestras obras en receptores pasivos de múltiples ecos, en modestos aparatos
registradores que no se hipnotizan ante el trazado que registran, creemos
servir una causa más noble; devolvemos con probidad el "talento" que nos
prestan. Podéis hablarme, si queréis, del talento de ese metro de platino, de
aquel espejo, de esta puerta, del cielo.
No, no tenemos
talento; preguntad a Philippe Soupault: "Las manufacturas anatómicas y
las habitaciones baratas destruirán las más elevadas ciudades".
A Roger Vitrac: "Apenas
había invocado al mármol-almirante, cuando éste giró sobre sus talones como un
caballo que se encabrita ante la estrella polar, designándome en el plano de su
bicornio una región en la que yo debía pasar el restode mis días".
A Paul Éluard: "Relato
una historia muy conocida; releo un poema célebre; estoy apoyado contra un
muro, con orejas que reverdecen y labios calcinados".
A Max Morise: "El
oso de las cavernas con su compañera la abutarda, el 'mil hojas' con su mucama
la hoja, el gran canciller con su señora la cancela, el espantapájaros con su
compadre el pájaro, la probeta con su hija la aguja, el carnívoro y su hermano
el carnaval, el barrendero y su monóculo, el Mississipi y su faldero, el coral
y su jarra lechera, el Milagro con su Buen Dios, no tienen más que desaparecer
de la superficie del mar".
A Joseph Delteil: "¡Ay! Yo creo en la virtud de los pájaros; basta
sólo una pluma para hacerme morir de risa".
A Louis Aragon: "Durante
una interrupción del partido, mientras los jugadores se reunían alrededor de
una llameante taza de punch, le pregunté al árbol si conservaba todavía su
cinta roja".
Y a mí mismo, que
no he podido evitar el escribir las líneas serpenteantes, enloquecedoras, de
este prefacio.
Preguntadle también
a Robert Desnos, que de todos nosotros es el que está, quizá, más próximo a la
verdad surrealista, y quien en obras aún inéditas y a lo largo de múltiples
experiencias a las que se ha prestado, justifica plenamente la esperanza que yo
cifraba en el surrealismo y me obliga a esperar todavía mucho más. Hoy en día,
Desnos habla el idioma surrealista a voluntad. La prodigiosa agilidad
con que sigue oralmente su pensamiento nos da, cuantas veces queramos,
espléndidos discursos que se pierden, pues a Desnos le ocupan cosas más importantes
que el retenerlos. Lee en sí mismo como en un libro abierto y no hace
ningún esfuerzo por conservar las cuartillas que se desparraman con el viento de
su vida.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Argonauta, 2001, en traducción de Aldo Pellegrini. ISBN: 950-9282-24-3.]
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