lunes, 11 de noviembre de 2019

Manifiestos del surrealismo.- André Breton (1896-1966)

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Primer manifiesto del surrealismo (1924)

«Sólo por mala fe se nos podría discutir el derecho de emplear la palabra surrealismo en el peculiar sentido que nosotros le damos, puesto que resulta evidente que esta palabra antes de nosotros no había conocido fortuna. La defino, pues, de una vez por todas:
 SURREALISMO: s.m. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral.
 ENCICLOPEDIA: Filos. El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación que habían sido desestimadas, en la omnipotencia del sueño, en la actividad desinteresada del pensamiento. Tiende a provocar la ruina definitiva de todos los otros mecanismos psíquicos, y a suplantarlos en la solución de los principales problemas de la vida. Han hecho profesión de fe de SURREALISMO ABSOLUTO: Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Péret, Picon, Soupault, Vitrac.
 Parecen ser éstos los únicos hasta el presente, y no habría posibilidad de error a no ser por el caso apasionante de Isidore Ducasse, sobre el que carezco de datos suficientes. Cierto que, teniendo en cuenta de un modo superficial los resultados, buen número de poetas podrían pasar por surrealistas, comenzando por Dante y, en sus buenos momentos, Shakespeare. En el curso de diversas tentativas de reducción, a las que me he librado de lo que, por abuso de confianza, se denomina genio, no he encontrado nada que pudiera atribuirse concluyentemente a un proceso distinto del que estamos tratando.
 Las Noches de Young son surrealistas de un extremo al otro; desgraciadamente es un sacerdote el que habla, un mal sacerdote sin duda, pero sacerdote al fin.
 Swift es surrealista en la malignidad.
 Sade es surrealista en el sadismo.
 Chateaubriand es surrealista en el exotismo.
 Constant es surrealista en política.
 Hugo es surrealista cuando no es estúpido.
 Desbordes-Valmore es surrealista en el amor.
 Bertrand es surrealista en el pasado.
 Rabbe es surrealista en la muerte.
 Poe es surrealista en la aventura.
 Baudelaire es surrealista en la moral.
 Rimbaud es surrealista en la práctica de la vida y en cualquier parte.
 Mallarmé es surrealista en la confidencia.
 Jarry es surrealista en el ajenjo.
 Nouveau es surrealista en el beso.
 Saint-Pol-Roux es surrealista en el símbolo.
 Fargue es surrealista en la atmósfera.
 Vaché es surrealista en mí.
 Reverdy es surrealista en su casa.
 Saint-John Perse es surrealista a la distancia.
 Roussel es surrealista en la anécdota.
 Etcétera.
 Insisto en que no siempre son surrealistas, puesto que puedo descubrir en ellos cierto número de ideas preconcebidas a las cuales ingenuamente se aferran; y lo hacen porque no llegaron a apercibir la voz surrealista, la que continúa predicando aún la víspera de la muerte y por sobre las tempestades; o porque no se resignaron a hacer de meros orquestadores de una maravillosa partitura. Al hecho de constituir instrumentos demasiado arrogantes se debe que no hayan dado siempre sonidos armoniosos.
 Pero nosotros, que no hemos efectuado el menor trabajo de filtración, que nos hemos convertido en nuestras obras en receptores pasivos de múltiples ecos, en modestos aparatos registradores que no se hipnotizan ante el trazado que registran, creemos servir una causa más noble; devolvemos con probidad el "talento" que nos prestan. Podéis hablarme, si queréis, del talento de ese metro de platino, de aquel espejo, de esta puerta, del cielo.
 No, no tenemos talento; preguntad a Philippe Soupault: "Las manufacturas anatómicas y las habitaciones baratas destruirán las más elevadas ciudades".
 A Roger Vitrac: "Apenas había invocado al mármol-almirante, cuando éste giró sobre sus talones como un caballo que se encabrita ante la estrella polar, designándome en el plano de su bicornio una región en la que yo debía pasar el restode mis días".
 A Paul Éluard: "Relato una historia muy conocida; releo un poema célebre; estoy apoyado contra un muro, con orejas que reverdecen y labios calcinados".
 A Max Morise: "El oso de las cavernas con su compañera la abutarda, el 'mil hojas' con su mucama la hoja, el gran canciller con su señora la cancela, el espantapájaros con su compadre el pájaro, la probeta con su hija la aguja, el carnívoro y su hermano el carnaval, el barrendero y su monóculo, el Mississipi y su faldero, el coral y su jarra lechera, el Milagro con su Buen Dios, no tienen más que desaparecer de la superficie del mar".
 A Joseph Delteil: "¡Ay! Yo creo en la virtud de los pájaros; basta sólo una pluma para hacerme morir de risa".
 A Louis Aragon: "Durante una interrupción del partido, mientras los jugadores se reunían alrededor de una llameante taza de punch, le pregunté al árbol si conservaba todavía su cinta roja".
 Y a mí mismo, que no he podido evitar el escribir las líneas serpenteantes, enloquecedoras, de este prefacio.
 Preguntadle también a Robert Desnos, que de todos nosotros es el que está, quizá, más próximo a la verdad surrealista, y quien en obras aún inéditas y a lo largo de múltiples experiencias a las que se ha prestado, justifica plenamente la esperanza que yo cifraba en el surrealismo y me obliga a esperar todavía mucho más. Hoy en día, Desnos habla el idioma surrealista a voluntad. La prodigiosa agilidad con que sigue oralmente su pensamiento nos da, cuantas veces queramos, espléndidos discursos que se pierden, pues a Desnos le ocupan cosas más importantes que el retenerlos. Lee en sí mismo como en un libro abierto y no hace ningún esfuerzo por conservar las cuartillas que se desparraman con el viento de su vida.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Argonauta, 2001, en traducción de Aldo Pellegrini. ISBN: 950-9282-24-3.]

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