Noveno auto
«Celestina: Sea cuando fuere. Buenas son mangas pasada la pascua. Todo aquello alegra que con poco trabajo se gana, mayormente viniendo de parte donde tan poca mella hace, de hombre tan rico, que con los salvados de su casa podría yo salir de lacería, según lo mucho le sobra. No les duele a los tales lo que gastan y según la causa por que lo dan; no lo sienten con el embebecimiento del amor, no les pena, no ven, no oyen. Lo cual yo juzgo por otros que he conocido, menos apasionados y metidos en este fuego de amor, que a Calisto veo. Que ni comen ni beben, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni callan, ni penan ni descansan, ni están contentos ni se quejan, según la perplejidad de aquella dulce y fiera llaga de sus corazones. Y si alguna cosa de éstas la natural necesidad les fuerza a hacer, están en el acto tan olvidados que, comiendo, se olvida la mano de llevar la vianda a al boca. Pues si con ellos hablan, jamás conveniente respuesta vuelven. Allí tienen los cuerpos; con sus amigas, los corazones y sentidos. Mucha fuerza tiene el amor; no sólo la tierra, mas aun las mares traspasa, según su poder. Igual mando tiene en todo género de hombres. Todas las dificultades quiebra. Ansiosa cosa es, temerosa y solícita. Todas las cosas mira en derredor. Así que, si vosotros buenos enamorados habéis sido, juzgaréis yo decir verdad.
Sempronio: Señora, en todo concedo con tu razón, que aquí está quien me causó algún tiempo andar hecho otro Calisto, perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabeza vana, los días mal durmiendo, las noches todas velando, dando alboradas, haciendo momos, saltando paredes, poniendo cada día la vida al tablero, esperando toros, corriendo caballos, tirando barra, echando lanza, cansando amigos, quebrando espadas, haciendo escalas, vistiendo armas y otros mil actos de enamorado, haciendo coplas, pintando motes, sacando invenciones. Pero todo lo doy por bienempleado, pues tal joya gané.
Elicia: ¡Mucho piensas que me tienes ganada! Pues hágote cierto que no has tú vuelto la cabeza cuando está en casa otro que más quiero, más gracioso que tú, y aun que no ande buscando cómo me dar enojo. A cabo de un año que me vienes a ver, tarde y con mal.
Celestina: Hijo, déjala decir, que devanea. Mientra más de eso la oyeres, más se confirma en tu amor. Todo es porque habéis aquí alabado a Melibea. No sabe en otra cosa en que os lo pagar, sino en decir eso y creo que no ve la hora que haber comido para lo que yo me sé. Pues esotra su prima yo me la conozco. Gozad vuestras frescas mocedades, que quien tiempo tiene y mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente; como yo hago agora por algunas horas que dejé perder, cuando moza, cuando me preciaba, cuando me querían. Que ya, ¡mal pecado!, caducado he, nadie no me quiere. ¡Que sabe Dios mi buen deseo! Besaos y abrazaos, que a mí no me queda otra cosa sino gozarme de vello. Mientra a la mesa estáis, de la cinta arriba todo se perdona. Cuando seáis aparte, no quiero poner tasa, pues que el rey no la pone. Que yo sé por las mochachas que nunca de importunos os acusen, y la vieja Celestina mascará de dentera con sus rotas encías las migajas de los manteles. ¡Bendígaos Dios, cómo lo reís y holgáis, putillos, loquillos, traviesos! ¡En esto había de parar el nublado de las cuestioncillas que habéis tenido! ¡Mira no derribéis la mesa!
Elicia: Madre, a la puerta llaman. ¡El solaz es derramado!
Celestina: Mira, hija, quién es; por ventura será quien lo acreciente y allegue.
Elicia: O la voz me engaña o es mi prima Lucrecia.
Celestina: Ábrele y entre ella y buenos años. Que aun a ella algo se le entiende de esto que aquí hablamos; aunque su mucho encerramiento le impide el gozo de su mocedad.
Areúsa: Así goce de mí, que es verdad, que éstas, que sirven a señoras, ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: "¿Qué cenaste? ¿Estás preñada? ¿Cuántas gallinas crías? Llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado. ¿Cuánto ha que no te vido? ¿Cómo te va con él? ¿Quién son tus vecinas?" y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh, tía y qué duro nombre y qué grave y soberbio es "señora" continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí, desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otro, sino mía. Mayormente de estas señoras que agora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan, pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante de ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casallas, levántanles un caramillo que se echan con el mozo o con el hijo o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeza, diciendo: "Allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa y honra." Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Éstos son sus premios, éstos son sus beneficios y pagos. Oblíganse a darles maridos, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas; sino "puta" acá, "puta" acullá. "¿A dó vas, tiñosa? ¿Qué hiciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le habrás dado. Ven acá, mala mujer, la gallina habada no parece; pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré." Y tras esto, mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho, menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y cativa.
Celestina: En tu seso has estado, bien sabes lo que haces. Que los sabios dicen que: "vale más una migaja de pan con paz, que toda la casa llena de viandas con rencilla". Mas agora cese esta razón, que entra Lucrecia.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1979, en edición de Bruno Mario Damiani. ISBN: 84-376-0005-7.]
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