«El Estado es el órgano de la dominación de una clase. ¿De qué clase? Si es de la burguesía, es precisamente un sistema de Estado democonstitucionalista-kornilovista-"kerenskiano", a causa del cual el pueblo obrero de Rusia padece hace ya más de medio año el mal kornilovista y kerenskiano. Si es del proletariado, si se trata de un Estado proletario, es decir, de la dictadura del proletariado, entonces sí puede el control obrero erigirse en un régimen general, universal, omnipresente, minucioso y concienzudo de cálculo de la producción y distribución de los productos.
En ello radica la dificultad principal, la tarea esencial de la revolución proletaria, es decir, de la revolución socialista. Sin los Soviets esta tarea sería, a lo menos para Rusia, insoluble. En los Soviets apunta esa labor organizativa del proletariado gracias a la cual se puede resolver esta tarea de alcance histórico-universal.
Aquí llegamos a otro aspecto del problema relativo al aparato estatal. Además del aparato de "opresión" por excelencia, que forman el ejército permanente, la policía y los funcionarios, el Estado moderno posee un aparato enlazado muy íntimamente con los bancos y los consorcios, un aparato que efectúa, si vale expresarse así, un vasto trabajo de cálculo y registro. Este aparato no puede ni debe ser destruido. Lo que hay que hacer es arrancarlo de la supeditación a los capitalistas, cortar, romper, desmontar todos los hilos por medio de los cuales los capitalistas influyen en él, subordinarlo a los Soviets proletarios y darle un carácter más vasto, más universal y más popular. Esto se puede hacer, apoyándose en las conquistas ya realizadas por el gran capitalismo (así como la revolución proletaria, en general, sólo es capaz de lograr su objetivo apoyándose en estas conquistas).
El capitalismo creó aparatos de cálculo en forma de bancos, consorcios, el correo, las cooperativas de consumo y los sindicatos de funcionarios. Sin los grandes bancos, el socialismo sería irrealizable.
Los grandes bancos constituyen el "aparato del Estado" que necesitamos para realizar el socialismo y que tomamos ya formado del capitalismo; aquí nuestra tarea consiste en extirpar todo aquello que desfigura al modo capitalista ese magnífico aparato, en hacerlo aún mayor, aún más democrático, aún más universal. La cantidad se trocará en calidad. Un banco único del Estado, el más grande de los grandes, con sucursales en cada distrito, en cada fábrica, supone ya nueve décimas partes del aparato socialista. Supone una contabilidad nacional, un cálculo nacional de la producción y distribución de los productos; es, por decirlo así, como el esqueleto de la sociedad capitalista.
De este "aparato del Estado" (que bajo el capitalismo no es totalmente del Estado, pero que en nuestras manos, bajo el socialismo, será íntegramente del Estado) podemos "apoderarnos" y "ponerlo en marcha" de un solo golpe, con un solo decreto, pues el trabajo efectivo de contabilidad, de control, de registro, de estadística y de cálculo corre aquí a cargo de empleados, la mayoría de los cuales son por sus condiciones de vida proletarios o semiproletarios.
Con un solo decreto del gobierno proletario se podrá y se deberá hacer de todos esos empleados funcionarios del Estado, exactamente lo mismo que los perros guardianes del capitalismo, por el estilo de Briand y de otros ministros burgueses, convierten a los ferroviarios huelguistas, por medio de un decreto, en funcionarios públicos. Nosotros necesitaremos y podremos tener semejantes funcionarios del Estado en número mucho más considerable, pues el capitalismo ha simplificado las funciones de cálculo y de control, reduciéndolas a asientos relativamente sencillos, al alcance de cualquier persona que sepa leer y escribir.
A condición de que esto se haga bajo el control y la inspección de los Soviets, será perfectamente factible, tanto técnicamente (gracias a la labor previa realizada para nosotros por el capitalismo y el capitalismo financiero) como políticamente, convertir en funcionarios del Estado a la masa de los empleados de banca, personal de los consorcios, empleados de comercio, etc., etc.
Contra los altos empleados, que son muy poco numerosos, pero que tienden hacia los capitalistas, no habrá más remedio que proceder con "rigor", lo mismo que contra los capitalistas. Unos y otros opondrán resistencia. Esta resistencia habrá que vencerla. Y si el inmortalmente ingenuo Peshejónov, ya en junio de 1917, balbuceando como un auténtico "niño político", afirmaba que "la resistencia de los capitalistas ya está vencida", el proletariado hará en serio una realidad de esa frase pueril, de esa jactancia infantil, de esa salida propia de un chiquillo.
Nosotros podemos hacerlo, pues se trata de vencer la resistencia de una minoría insignificante de la población, literalmente de un puñado de hombres, sobre cada uno de los cuales las organizaciones de empleados, los sindicatos, las cooperativas de consumo y los Soviets establecerán un control tal, que cada Tit Titych quedará cercado como los franceses en Sedán. A estos Tit Titych los conocemos por sus nombres: no hay más que repasar las listas de los directores, miembros de los consejos de administración, principales accionistas, etc. No pasarán de unos cuantos cientos o, a lo sumo, de unos cuantos miles en toda Rusia: el Estado proletario, con el aparato de los Soviets, organizaciones de empleados, etc. puede poner junto a cada uno de ellos a diez y hasta cien encargados de su control, de modo que el control obrero (sobre los capitalistas) quizá consiga no ya "vencer" sino imposibilitar cualquier resistencia.
La "clave" de la cuestión no consistirá siquiera en la confiscación de bienes de los capitalistas, sino precisamente en el control obrero omnímodo, ejercido en escala nacional, sobre los capitalistas y sus posibles adeptos. La confiscación por sí sola no basta, pues no encierra ningún elemento de organización y de cálculo de una distribución equitativa. Sustituiremos fácilmente la confiscación por la imposición de un gravamen justo (aplicando, aunque sólo sea, la tarifa de "Shingariov") pero, a condición de excluir la posibilidad de eludir el control, de ocultar la verdad, de esquivar la ley. Y esto se conseguirá sólo mediante el control obrero del Estado obrero.
La sindicación obligatoria, es decir, la organización obligatoria en consorcios bajo el control del Estado, es una medida preparada ya por el capitalismo: ha sido realizada ya en Alemania por el Estado de los junkers y será completamente realizable en Rusia, para los Soviets, para la dictadura del proletariado; he aquí lo que nos proporcionará un "aparato del Estado" universal, moderno y exento de todo burocratismo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Miguel Castellote Editor, 1976. ISBN: 84-7259-063-1.]
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