viernes, 22 de marzo de 2019

Pájaro Pinto.- Antonio Espina (1891-1972)


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Xelfa, carne de cera
Capítulo II: Xelfa, enamorado
Interrogatorio

«Xelfa gustaba de enviar interrogatorios, numerados, a su novia. Gozaba con las respuestas, resquiciando, entre lo ingenuo o lo sabio de ellas, deslumbres de gesto, carácter o ideas. Barajaba preguntas y se detenía largamente en el vislumbre de cada respuesta:
 17. Dime: ¿te gusta la vida en opereta, en ópera, en drama o en circo?
 Me gustaría más en opereta. ¡Pero la vida es tan dramática! El circo me da miedo (no serviría para ecuyère como tú quisieras).
 22. ¿Cómo prefieres mejor llorar -o reír- tus pretextos, cara a cara o detrás de una cortina?
 Esto no lo entiendo bien, explícamelo.
 23. ¿Eres friolera?
 Mucho. Sobre todo cuando pasan un cuchillo por un cristal.
 38. ¿Cuando me engañes, hallarás perfectamente tu comedia, tus pretextos?
 ¡Oye! Yo no te engañaré nunca con ningún pretexto. No pongas la horca antes que el lugar.
 40. ¿Por qué tenéis ese retrato tan ridículo de tu padre colgado y desentonando en un gabinete tan bonito?
 Es cosa de mamá. Yo no creo que sea tan ridículo. Papá era asimilado a capitán y esos bigotes eran los que se llevaban en su época.
 75. ¿Qué edad teníais entonces?
 Yo, quince años; Enrique, diez u once.
 79. Fíjate bien en esto: el amor que quiere inspirar una mujer perversa puede moldearlo, si es hábil, en el amor propio del hombre como en cera blanda. ¿Qué figura modelarías en el mío?
 Aunque no entiendo del todo la pregunta, voy a contestarte. A ti te gusta sufrir para gozar más luego..., no sé si lo explico bien. Pero esto creo que nos pasa a todos. Yo te modelaría en "cura". Un cura muy jesuita y muy malo, pero que luego creyese mucho en Dios. (Ya te digo que no sé si me explico.)
 85. ¿Qué poetas de todos los que has leído te gusta más?
 No recuerdo todos los que he leído, Verlaine, Cyrano de Bergerac, Bécquer me gustaba de niña. Y ahora, más, Rabindranath Tagore...
 88. Estoy un poco enfermo, tengo anginas, no sé si mañana podré ir a buscarte. Me voy a acostar. Adiós.
 114. Francamente, ¿debemos casarnos tú y yo?
 No lo sé, francamente.
 115. Te pregunto esto con ansia candorosa: ¿seremos felices? Dime.
 Mucho me lo temo...
 176. Níquel y cera.
 Sí. O agua y azucarillo. ¡Cómo me molesta que escribas cosas incoherentes! Me parece que te burlas de mí.
 181. ¿A qué cosa retaré con más audacia si me caso contigo?
 Según tú dices, a Satanás; según yo pienso, a mí misma. ¿No crees que ya es bastante? No tengas cuidado, nene.
 187. ¿Qué deporte te gusta ahora más, últimamente?
 La aviación.
 
 Hubo un día decisivo en que Xelfa se propuso seriamente el problema del matrimonio. Necesitaba casarse. No por Andrea, en sí misma, ni por él mismo, sino por los dos juntos. Sin perseguir ese complejo tan simplemente absurdo que llaman las familias la "felicidad" (el chocolate de las familias). Él ya sabía que no iba a ser feliz nunca. Lo sabía desde que nació, a los diecisiete o dieciocho años.
 Tampoco creyó serenizar su vida con el matrimonio. Quiá. Era hombre de afectos inestables, de caprichosas idiocias en el carácter, inconcurrente a las fórmulas de los demás. El espectáculo del amor, del amor "cariño", constituyó siempre uno de los grandes asombros de su vida. El cariño le parecía excesivo en todos los casos. En el de los padres hacia sus hijos, particularmente. Necesidad aglutinante de la agrupación, como defensa contra la naturaleza, claro... "En el mundo se quiere demasiado". Si no fuese por esa temperatura un poco más fresca, por esa distancias que luego ponen entre hombre y hombre el interés plural de los egoísmos singulares, la humanidad sería el perfecto rebaño. Saldríamos del rebañito de la familia al rebaño innúmero de la especie. Porque se amaba demasiado, se odiaba también demasiado. El odio, forro del amor, está tejido con el mismo hilo.
 ¿Qué significa Andrea para mí? -pensaba Xelfa-. Una voluntad. Una curiosidad. El conmutador sentimental -sentimental a mi manera- que ha conectado mis sensaciones e ideas en un acto vivo, real y próximo.
 En Andrea se dan las diversas afluencias de los otros tipos y clases de mujer con tal riqueza que resulta altamente estimulante. En toda mujer existe la santa, la cortesana, la esposa, la niña, la vieja. Y por algunos de estos perfiles se nos muestra siempre la "extranjera". ¡Lo que tiene el sexo contrario de extranjero es lo que tiene de encantador! Pero ellas son siempre más extranjeras para nosotros que nosotros para ellas.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2001. ISBN: 84-376-1921-1.]

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