viernes, 29 de marzo de 2019

Farabeuf o la crónica de un instante.- Salvador Elizondo (1932-2006)


Resultado de imagen de salvador elizondo 
Capítulo VII

«Es preciso tomar en cuenta la simetría de esta imagen. La colocación absolutamente racional, geométrica, de todos los verdugos. Aunque la identidad del verdugo situado a espaldas del supliciado no puede ser precisada, su existencia es indudable. Fíjate en las diferentes actitudes de los espectadores. Es un hecho curioso que en toda esta escena sólo el supliciado mira hacia arriba, todos los demás, los verdugos y los curiosos, miran hacia abajo. Hay un hombre, el penúltimo hacia el extremo derecho de la fotografía que mira al frente. Su mirada está llena de terror. Nota también la actitud de ese hombre situado en el centro de la fotografía entre el verdugo manchú y el Dignatario; trata de seguir todas las etapas del procedimiento y para ello tiene necesidad de inclinarse sobre el hombro del espectador que está a la derecha. El supliciado es un hombre bellísimo. En su rostro se refleja un delirio misterioso y exquisito. Su mirada justifica una hipótesis inquietante: la de que ese torturado sea una mujer. Si la fotografía no estuviera retocada a la altura del sexo, si las heridas que aparecen en el pecho de ese individuo fueran debidas a la ablación cruenta de los senos no cabría duda de ello. Ese hombre parece estar absorto por un goce supremo, como el de la contemplación de un dios pánico. Las sensaciones forman en torno a él un círculo que siempre, donde termina, empieza, por eso hay un punto en el que el dolor y el placer se confunden. No cabe duda de que la civilización china es una civilización exclusivamente técnica. De esta imagen se puede deducir toda la historia. Se trata de un símbolo, un símbolo más apasionante que cualquier otro. Cada vez que lo miro siento el estremecimiento de todos los instintos mesiánicos. Sólo puede torturar quien ha resistido la tortura. Hipótesis inquietante: el supliciado eres tú. El rostro de este ser se vuelve luminoso, irradia una luz ajena a la fotografía. En esta imagen yace oculta la clave que nos libra de la condenación eterna. Es preciso estudiar ese diagrama, ese dodecaedro cuyas cúspides son las manos y las axilas de todos los hombres que se afanan en torno al condenado. Ese hombre, visto en la penumbra, el hombre que se apoya sobre el hombro de su vecino para poder seguir con la mirada cada una de las fases del trabajo de los verdugos, ese hombre parece no creer lo que está viendo. Los chinos nos son ajenos. Es imposible entenderse con ellos...
 
 Conocemos su hipótesis, doctor Farabeuf; una hipótesis que podríamos llamar, stricto sensu, escatológica. Afirma usted, maestro, que el rostro, que ese rostro que usted fotografió, es el rostro de un hombre en el instante mismo de su muerte. Afirma usted, por otra parte, en su interesantísimo trabajo acerca de la fisiología del supliciado que por lo general en estos casos, debido a la concatenación del terror psíquico con el paroxismo de las sensaciones se produce una súbita secreción de adrenalina, la que actúa sobre ciertas células nerviosas... determina por el cambio repentino de polaridades una levísima vibración de la capa superficial del tejido conjuntivo... "una descarga..." -así la llama usted- ¿o no?... Por lo que se refiere al desangramiento su descripción no carece de lirismo... "ello se traduce en una manifestación característica de la fisiología de los órganos masculinos... asimismo de la mujer... en el mismo caso", dice usted. ¿A dónde nos lleva todo esto?
 
 Se trata de un hombre que ha sido emasculado previamente.
 
 Es una mujer. Eres tú. Ese rostro contiene todos los rostros. Ese rostro es el mío. Nos hemos equivocado radicalmente, maestro. Nos engañan las sensaciones. Somos víctimas de un malentendido que rebasa los límites de nuestro conocimiento. Hemos confundido una tarjeta postal con un espejo. Es preciso saber quién tomó esa fotografía.
 
 La fotografía no representa sino una parte mínima del horror.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2000. ISBN: 84-376-1860-6.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: