lunes, 18 de marzo de 2019

Hombre y animal.- Otto Koehler (1889-1974) y otros

 
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Pensamiento no verbal

«Según una antigua definición legal, la vida humana empieza cuando el recién nacido lanza su primer grito. Pero el pensamiento biológico sabe que tanto la célula huevo como el espermatozoide estaban vivos, que el nuevo ambiente de la tierra formado por su unión, e igualmente sus etapas intermedias, estaban vivos. Hay buenas razones por las que nadie ha intentado hasta ahora explicar la "psicología del embrión". Es imposible asimismo establecer en qué etapa del desarrollo del embrión humano empieza la consciencia y determinar justamente cuando, en la historia del ascenso evolutivo desde el organismo unicelular hasta el hombre, esta conciencia se transformó en ser. No es posible trazar líneas de división en los procesos continuos, igual que nadie puede decir en qué punto del estuario del Elba acaba éste de existir para empezar el mar Báltico.
 La vida es un proceso ininterrumpido. Por supuesto, la muerte puede poner fin a una vida individual en cualquier momento, pero las especies viven. Es muy cierto que en algún momento la vida debe haberse originado a partir de la no-vida, igual que es evidente que el proceso no puede repetirse en las condiciones ambientales actuales. Los científicos pueden tener ideas fragmentarias, basadas en hallazgos de la investigación experimental, de cómo pueden haber ocurrido las etapas individuales, pero la generación primeval de la vida como un todo sigue siendo un misterio. Todos los naturalistas son plenamente conscientes de su ignorancia en estos asuntos vitales y, en consecuencia, son modestos. Pero están muy confiados en lo que sí saben. Los biólogos saben que desde el momento en que la vida existe es capaz de autorreproducirse y que nunca ha dejado de hacerlo. Una sola célula viva se divide en dos y la vida continua en sus dos mitades. Incluso antes de que la célula se divida, se divide su núcleo; en ese momento, o incluso antes, cada cromosoma del núcleo se ha dividido en dos mitades longitudinales iguales. Cada una de estas mitades se almacena en una de las dos células hijas, y de este modo cada célula hija posee exactamente los mismos cromosomas que su madre. He dicho intencionadamente, en lugar de cromosomas similares, los mismos cromosomas, en el sentido de que una persona sigue siendo la misma persona a lo largo de cada una de las etapas de su existencia.
 Todos los cromosomas de las células de cada organismo vivo formado por células podrían probablemente seguirse a través de una serie ininterrumpida de divisiones hacia atrás, hasta llegar a los cromosomas de la primera célula viva que existió sobre la tierra. El plasma de la célula es igualmente continuo. Ya que, en último extremo, la transmisión hereditaria consta de procesos que implican a los cromosomas y al plasma, las leyes de la herencia son las mismas para la flora que para la fauna. La roca más antigua tiene mucho más de tres mil millones de años. Se ha demostrado sin ninguna duda que en el Cámbrico -que empezó hace alrededor de unos ciento cincuenta o ciento setenta millones de años- había parientes de los fila de invertebrados superiores actuales. Incluso se han encontrado trazas de la existencia de plantas inferiores, de poliquetos planctónicos, braquiópodos y crustáceos. Estos datan de hace más de mil millones de años, y se han encontrado rasgos escasamente clasificables de las plantas más inferiores que datan de más de dos mil millones de años. Pero incluso éstas deben haber tenido antecesores. Es tan imposible fijar una fecha para el comienzo de la vida como para el origen de la misma tierra -que en su forma actual se piensa que tiene unos cuatro mil quinientos millones de años-. Tres mil millones de años es una estimación quizá demasiado modesta para la historia evolutiva de la vida. Durante este tiempo, han desaparecido más especies de animales que las que actualmente existen. Y en su momento éstas deberán hacer sitio a las nuevas especies en algún tiempo futuro. Los antiguos padres de la Iglesia hablan de creatio continua. La ley de hierro de la naturaleza, de acuerdo con la cual los planetas giran alrededor del sol, los átomos se agrupan para formar moléculas y la vida continúa para existir en la forma de especies individuales, no resuelve el misterio de la naturaleza, al contrario, apunta a la Gloria del Eterno.
 El origen uniforme de toda vida permite hacer comparaciones. Por ejemplo, nosotros, seres humanos, como todos los vertebrados, olemos con la nariz, vemos con los ojos, oímos con los oídos. Tenemos dientes y pelo como los demás mamíferos y como ellos mamamos la leche del pecho de nuestras madres. Nuestro comportamiento muestra semejanzas con el de otros mamíferos en etapas semejantes. Como seres humanos, compartimos con los mamíferos nuestros cromosomas y nuestro sistema nervioso. También compartimos los productos de este último: orientación espacio-temporal, instintos, estados y acciones motivacionales, emociones y mecanismos liberadores innatos que determinan qué situación externa se corresponderá adecuadamente con qué pauta comportamental instintiva, sin que tengamos que aprender el proceso. Además, compartimos con otros mamíferos, la capacidad de aprender y, finalmente, la facultad del pensamiento no verbal, que es lo que ahora vamos a discutir. De los innumerables ejemplos que prueban los mismos puntos, he elegido dos del trabajo realizado en los institutos de Königsberg y Freiburg.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1985, en traducción de Alfredo Cruz Herce. ISBN: 84-7634-307-8.]

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