martes, 5 de septiembre de 2017

"La oda del viejo marinero".- Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)


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Parte I

«[Una enorme ave marina llamada Albatros atraviesa la helada niebla, siendo recibida con alborozo y parabienes.]

 Al cabo y rasgando la niebla, / apareció un Albatros
al que saludamos / cual si de un Cristiano se tratara.

Comió un manjar para su boca insólito / y en círculos voló sobre 
                                                                                      [ nosotros.
El hielo se abrió con un golpe de trueno / por donde el timonel con tino
                                                                                            [ nos condujo.

Y un apacible viento del Sur nos acogió. / El Albatros siguió decidido nuestra ruta,
y todos los días, por comida o diversión, / acudía a la llamada de los navegantes.

[Y hete aquí que se trataba de un ave de buen agüero, en pos del barco que regresaba al Norte a través de la niebla y del hielo flotante.]

Entre la niebla, nueve noches se mantuvo / encaramado en el mástil o el bauprés,
mientras que a través de la humeante blancura de la bruma / brillaba la luz blanca de la Luna.

[Sin respeto alguno hacia la hospitalidad, el viejo Marinero dispara contra el piadoso pájaro de buen agüero.]

"¡Dios te guarde, viejo Marinero, / de esos espíritus que te atormentan!
Mas, ¿por qué has de mirarme así?" Con mi propia ballesta / yo abatí aquel Albatros.

Parte II

El Sol surgió entonces por la diestra, / como del mismo mar emergido,
tamizado por la niebla, y por la izquierda, / luego, volvió a hundirse en el mar.

Y a pesar de que el buen viento del Sur / aún soplaba de popa, ningún ave nos seguía.
Y ya jamás ni la comida ni la diversión / hicieron que acudiese a la llamada de los navegantes.

[La tripulación increpa al viejo Marinero por haber dado muerte al ave de la buena fortuna.]

Las consecuencias de mi acto infernal / habían de labrar el desastre de todos,
pues aseguraban que había dado muerte / al ave que lograba el soplo de la brisa.
"Desdichado -dijeron-, asesinaste al ave / que nos trajo la brisa."

[Pero al disiparse la niebla lo justifican, haciéndose con ello cómplices del crimen.]

Ni sombrío ni sangriento tampoco, el Sol / apareció entonces glorioso, cual la cabeza del mismo
                                                                                                                                                [ Dios,
y en ese momento aseguraron que había dado muerte / al ave que empujaba la bruma y la niebla.
"Acertado estuviste al darle muerte, / pues tales aves sólo arrastran bruma y niebla consigo."

[Se mantiene el buen tiempo, y el navío entra en el Océano Pacífico, navegando hacia el Norte, hacia la línea ecuatorial.]

Sopló apacible la brisa, voló la blanca espuma, / quedó libre la estela del navío.
Habíamos sido los primeros en surcar / aquel mar de silencio.

[El navío se detiene de súbito.]

Mas cayó entonces la brisa y se aflojaron las velas, / y campeó la más triste tristeza.
Sólo nos dirigíamos la palabra / para romper el silencio de la mar.

En el cielo cálido y cobrizo, al mediodía, / se detenía el Sol sangriento
sobre el mástil, / no mayor que la Luna.

Un día y otro día en suspenso; / día tras día fijos, sin aliento,
inmóviles, como una nave pintada / en un pintado océano.

[Y da comienzo la venganza del Albatros.]

Agua, agua por todas partes, / haciendo crujir las cuadernas del navío.
Agua, agua por todas partes, / y ni una sola gota que beber.

El fondo mismo del mar se corrompía. / ¡Cristo! ¿Quién lo hubiera pensado?
Y aquel agua podrida se pobló de seres viscosos / que avanzaban reptando.

Alrededor, en torno nuestro, como aspas en desorden, / danzaban nocturnales los fuegos de la muerte.
El agua, como el aceite de un pernicioso hechizo, / bullía con colores fantasmales.

[Un espíritu les ha venido siguiendo. Se trata de uno de los habitantes invisibles de este planeta, que no son ángeles ni almas de muertos. Por lo que a ellos se refiere, pueden consultarse las obras del sabio judío Josefo, y del platónico constatinopolitano, Miguel Psellus. Son muy numerosos y no hay clima o elemento que no cuente con uno o más de ellos.]

Y algunos percibían en sueños la presencia / del Espíritu que así nos acosaba,
siguiéndonos a una profundidad de nueve brazas, / desde el país de la bruma y de la nieve.

[Ante su penoso infortunio, la tripulación hace responsable al viejo Marinero, de cuyo cuello cuelgan el ave muerta, como signo de su acción depravada.]

Y aquella sed terrible / las lenguas secaba de raíz.
Nos fue vedada el habla, cual si el hollín / hubiera tapizado nuestras bocas.

¡Fecha aciaga! Para todos fui el objeto / al que mirar horrorizados.
En lugar de cruz, el Albatros / colgaron de mi cuello.»

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