martes, 12 de septiembre de 2017

"Tres novelas ejemplares".- Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003)


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Recordando a Dardé
 Primera parte: El árbol de la vida, el árbol de la ciencia

«Algunos aseguraban haber visto al profesor Dardé haciendo gimnasia en el porche de la casa, y otros, más afortunados, le habían visto tocar el violín, al atardecer, generalmente en días de propicias puestas de sol.
 -Es un hombre muy culto que ha estudiado en Bélgica, París y Nueva York.
 La información del cura desarticuló una maquinación irracionalista urdida en torno al enigmático J.W. Dardé.
 -¿Le ha visto usted?
 -Le he visto.
 -¿Ha hablado con él?
 -He hablado con él.
 -¿Y qué?
 -No os asustéis. No es un moro. Es un cristiano. Tiene sobre su mesilla de noche varios libros de electrónica y el Kempis. ¿Valoráis el detalle? ¿Insisto? La ciencia y la fe. Ahora no es preciso que insista mucho sobre esto, pero antes de la guerra... ¿No eras tú quien decía que si todo el pueblo supiera leer iba a quedar la iglesia sin clientes?
 Uno de los exalcaldes se puso rojo y tartamudeó:
 -¿Volvemos al asunto? ¿Otra vez? Yo era muy joven.
 -Un masonazo, diría yo.
 -Eso no, padre, eso no.
 -Un libertario.
 -Eso tampoco..., no, padre, no...
 -Un separatista.
 El exalcalde miró de reojo al sargento de la Guardia Civil, que fingía no escuchar.
 -Agua pasada no mueve molino.
 No faltó quien criticara al cura por haber puesto en evidencia una vez más al exalcalde. La mujer del exalcalde, una vigorosa carnicera cincuentona, dejó caer un corazón de ternera sobre sus pies, cuando una clienta le puso en antecedentes del ataque que la Iglesia había infligido a su marido.
 -¿Otra vez? ¡Señor! ¡Señor!
[...]
 Mosén Cardús pertenecía a esa variedad de cura catalán de origen campesino, vagamente atraído en su juventud por la campaña catalanista de un hogar nacional a base de "la casa y el huertecillo" y que, conmocionado por la visión de milicianos con gorra de hule, había pasado por la experiencia de capellán castrense del bando nacional durante la guerra civil. Después de la guerra su mentalidad y la complejidad física y anímica de su existencia se habían adaptado a la rutina de las parroquias campesinas que había recorrido. Una en el Vallés Oriental y otra en aquellas tierras húmedas del viejo camino de Francia de los romanos, con sus bosques de hayas y robles y las frías aguas del joven Ter. Su existencia de cura rural era un diario combate con la chiquillería de la catequesis, alguna confesión y largos soliloquios sobre la conveniencia de cambiar el campanario o de trasladar el campo de baloncesto a una era próxima al bosque de robles. De vez en cuando se le avinagraba el temple y colaboraba en la guerra fría con alguna que otra puya dirigida desde el púlpito contra el comunismo ateo, puyas que los feligreses escuchaban con cara solícita, mientras por sus mentes revivía una vieja historia de muertes y contrabando, síntesis correcta de la guerra y la posguerra civil.
 Cuando mosén Cardús se enteró de que había llegado al pueblo un extraño ser de tipo urbano y que había comprado en Can Tusquets tres bacalaos secos, medio kilo de jamón y otras cantidades poco comunes, se sintió vagamente inquieto. Conocía a todos sus feligreses, practicantes o no, e incluso a los veraneantes, la mayoría seres urbanos dejados de la mano de Dios, importadores del short y de los baños en el río con trajes de baño mínimos. Pero aquel forastero era algo completamente nuevo. Acostumbrado al estilo directo, se encaminó una mañana hacia la casa de la Señorita y sorprendió al profesor Dardé comprobando el empalme eléctrico. El profesor Dardé no le besó la mano, pero le invitó a pasar y el cura no vio nada extraño en aquella vieja cuadra que Dardé había adaptado como sala de estar. Por el resquicio de una puerta entreabierta, mosén Cardús vio extraños armarios metálicos llenos de correajes y pequeñas lucecitas azules en la penumbra. Pero nada preguntó al poco locuaz Dardé, que se limitó a pedirle datos sobre la antigüedad de la iglesia del pueblo.
 -Yo antes era un apasionado del románico.
 Informó Dardé.
 -Antes había gente y tiempo para todo.
 El cura removió un montón de discos y se sintió lejanamente aludido por el nombre de Haendel.
 -¿Le gusta la música de iglesia?
 -La música sacra es una maravilla del espíritu.
 Y Dardé le enseñó al cura un disco que aseguró era un fuera de serie. Una grabación especial de unos franciscanos de Jerusalén. El cura supo poco después que Dardé era un físico que había trabajado y estudiado muchos años en Inglaterra y Estados Unidos.
 -¿Es usted catalán?
 -Mi madre era catalana.
 -Es que tiene usted una cara muy catalana. ¿Y cómo está eso de la física por esos mundos de Dios?
 Dardé sonrió y no le contestó. Mosén Cardús pretendió informarle sobre el nulo desarrollo de la física en España.
 -Aquí, futbolistas, ¿sabe? Futbolistas y mangantes. Y nada más.
 Pero como vio que Dardé no parecía halagado, se despidió y se le ofreció para lo que necesitase, incluso si quería que le subiera algo del pueblo. Mosén Cardús se había comprado un Citroën dos caballos con la pequeña herencia de una tía, viuda sin hijos de un carlista que no había luchado en ninguna guerra carlista, pero que aseguraba poseer un huesecito de Vázquez Mella. El coche había dado mucho que hablar en el pueblo.»
 

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