Acto segundo. Escena primera
«Doña Antonia toma una copa tras otra de la botella de ginebra, ya casi vacía, mientras plancha la ropa. Elena la escucha a su lado cosiendo.
Doña Antonia: Lo peor fue el disgusto que se llevó su padre al enterarse. Es que ha salido de la cárcel hecho otra persona: serio, honrado, trabajador... Ha estudiado y todo. Ahora es universitario de carrera, como tú. Ha acabado cuarto de Económicas, así que en un año lo termina. ¿A ti cuánto te queda?
Elena: A mí más. Dos años más, por lo menos.
Doña Antonia: Fíjate. Pues muy formal ha salido y muy educado. El sábado pasado vino conmigo a la reunión neocatecumenal, y habló. Daba gusto oírle, hija. Qué labia. Dijo que en estos nuevos tiempos hace falta que cambiemos todos, como está cambiando el país, y como él ha cambiado. Y que había que trabajar mucho, mucho para levantar España entre todos. Así, como te lo digo. Dijo que él, antes, con Franco, robaba porque robaba todo el mundo, pero que ahora, con los socialistas, es diferente. Huy, habló muy bien de Felipe González, de Guerra, del Boyer, de todos. Él se va a hacer del partido. A mí me quiere hacer también y a los de la reunión a lo mejor. Es que hay que ver cómo se ha vuelto: serio, formal, trabajador... ¡Y la suerte que ha tenido con el trabajo! Conoció allí en la cárcel a un director de un banco que había hecho un desfalco de un montón de millones. Bueno, pues este señor fue el que le animó a estudiar y el que le daba las clases allí. Ahora, como ha salido ya y es otra vez director de otro banco, pues fíjate, un puestazo que le ha dado a mi marido. Gerente o algo así. Bueno, pues a lo que íbamos, él, encantado de que Alberto trabajara en algo tan decente; ahora, al enterarse del escándalo del tiro, lo del hospital y lo de las drogas de los que vinieron, pues le ha dicho al chico que si sigue por el buen camino, que le paga los estudios para que haga el ingreso y oposiciones al Cuerpo Superior de Policía, pero que si se queda con esa gentuza, que allá se las entienda y que se vaya de casa. Que ya verá cómo va a acabar, en Carabanchel, o un sitio peor. Perdona, pero las cosas son como son, y tiene razón además.
Elena: No, si a lo mejor en parte es verdad lo que dice.
Doña Antonia: No va por ti, hija, que tú eres una chica estupenda, de estudios, y muy formal. Y tu madre, no hay más que verla. Una señora. Y la casa que tiene.
Elena: (Dejando de coser.) ¿Mi madre? ¿Conoce usted a mi madre?
Doña Antonia: He metido la pata, pero en fin. No importa que lo sepas, aunque quedamos que no te diríamos nada. Hemos ido Alberto y yo a tu casa y hemos hablado con tu madre. Menudo disgusto tiene la pobre. Es que sois de lo que no hay.
Elena: Sabe que estoy bien. La llamo por teléfono todos los días.
Doña Antonia: ¡Por teléfono! ¡Ay, Dios, qué hijos! Pues, nada, se llevó un disgusto.
Elena: ¿Mi madre?
Doña Antonia: No, no, mi marido, con lo del tiro del Jaimito ese, que es un Jaimito de verdad. Él fue el que aconsejó a mi hijo para que dieran el parte de que el tiro se lo había dado Jaimito mismamente, como una imprudencia, sin querer. Que cogió la pistola y eso. El cabeza dura no quería al principio, no te creas. Es lo que yo me digo, ése, al fin y al cabo, le da igual. No tiene oficio ni beneficio, así que... Pero a mi hijo le podían haber metido un paquete gordísimo. Hasta le podían haber expulsado del cuerpo, fíjate. Y más si se enteran de ésos que venían buscando droga y todo el escándalo. ¡Dios mío!
Elena: Yo me puse malísima.
Doña Antonia: Y cualquiera que tenga buen corazón. Es que eso de las drogas es terrible, hija. Tú ten mucho cuidado. Tú ni porros ni nada, que todos empiezan por poco y fíjate cómo terminan. Hasta niños pequeños de seis años se pinchan, que lo he leído en una revista. Le he dicho yo mil veces que no esté con esa gentuza, pero ya ves, les tiene cariño. A ver si tú lo consigues. Hazme caso, estudia, cásate y forma una familia como Dios manda. Si no queréis casaros por la Iglesia, pues os casáis por lo civil, como dice mi marido, que en eso es muy moderno. A tu madre, Alberto le cayó de maravilla. Tenías que haberlos visto hablando como si fueran suegra y yerno. Qué casa, cómo la tiene puesta de bien. De mucho gusto todo, hija. También yo iba a estar viviendo aquí si tuviera esa casa. Con esta mugre.
Elena: Es que no sé qué voy a decirle a Chusa cuando vuelva. Encima de que no he querido ir con ella.
Doña Elena: No tienes por qué dar explicaciones a nadie. Y no has ido a eso del moro porque no es decente, y has hecho muy bien.
Elena: Como le había prometido ir con ella... Si ahora vuelve y...
Doña Antonia: ¡No le haces caso a tu madre y le vas a hacer caso a esa pelandrusca que se las sabe todas! Andaba tonteando con mi hijo, que lo sé yo. Pero ya le dije que de eso nones, ni hablar. Contigo es otra cosa, porque tú tienes estudios; y por tu madre. Además, ya se lo ha dicho mi marido: "Esa chica te interesa. Los otros, fuera." ¿La tienda esa de electrodomésticos es entera vuestra?
Elena: Sí, ¿por qué?
Doña Antonia: Por nada, hija, por nada. Es muy bonita y qué grande. Y luego en el sitio que está, en plena Glorieta de Quevedo. A esa tienda si se la trabaja bien se le tiene que sacar mucho.
Elena: A mí no me gusta la tienda. Sólo he ido por allí dos o tres veces. Es muy hortera.
Doña Antonia: Tú calla y a estudiar, que es lo que tienes que hacer. De la tienda no te preocupes. Ahí, en la Glorieta de Quevedo tenía yo una amiga, pero se mudó a Villaverde Alto, a un piso nuevo con vistas estupendas y mucho sol. Bueno, pues lo que yo te estaba diciendo... ¿qué te estaba yo diciendo?»
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