Primera parte: Los terroristas
1
«En enero se produjeron dos asesinatos de importancia en el Oriente Medio. El recién coronado rey de Arabia Saudí, que contaba 30 años de edad, fue asesinado mientras hacía el amor con una de sus numerosas esposas. Fue apuñalado por la espalda de modo tan brutal que la hoja del cuchillo penetró incluso en el cuerpo de la muchacha que yacía bajo él, atravesándole el corazón. Uno de sus primos asumió el poder nominal e hizo una inmediata declaración en la que afirmaba que no descansaría tranquilo hasta que las tropas árabes patrullasen por las calles de Jerusalén. Esto sirvió para tranquilizar a todo el mundo al este de Suez, ya que dejó en claro que el rey pensaba en la forma que se esperaba de él y estaba entregado a la causa del aniquilamiento del Estado de Israel.
Pero la figura verdaderamente significativa de este drama era el hombre que lo había planeado. El jeque Gamal Tafak pasó a ser inmediatamente ministro del Petróleo y de Hacienda, dado que su predecesor en tales cargos se vio obligado a abandonar el país, al igual que tantos otros moderados, para salvar la vida. Tafak, fanático e inteligentísimo, creía sinceramente que, para recuperar Palestina, los árabes debían utilizar hasta las últimas consecuencias el arma del petróleo que el azar había colocado en sus manos. Fue a partir de este momento cuando el poder de los jeques se ejerció de un modo efectivo contra Occidente.
El grifo del petróleo fue cerrado en enero, en medio de un durísimo invierno en Europa, y Tafak en persona visitó las capitales de Occidente para informar a sus preocupados anfitriones que esta vez, a diferencia de 1973, no habría concesiones...
-Occidente no debe seguir apoyando a Israel ni con un solo vaso de agua -informó a los ministros de Asuntos Exteriores europeos-. Hasta tanto no se haya cumplido esta condición vamos a reducir el suministro de petróleo a Europa y Estados Unidos en un 50 por ciento. Es nuestra intención declarar el estado de bloqueo...
Tafak estaba en Londres cuando unos jóvenes soldados a las órdenes directas del coronel Selim Sherif asesinaron a culatazos al hábil político que ocupaba la presidencia de Egipto. El propio Selim vació su revólver contra el presidente, ya moribundo; al cabo de unas pocas horas era proclamado nuevo presidente de Egipto. Y tranquilizó a las multitudes de El Cairo con un discurso que pronunció desde un balcón:
-El traidor que se sentó a la mesa con nuestros enemigos ha muerto. En Occidente nos llaman monos, pero ahora les mostraremos cuál es la verdadera fuerza de los monos...
Sherif hacía referencia a un artículo que había escrito un exasperado corresponsal de Washington en el que calificaba a ciertos jeques autócratas como "monos de oro, que amontonan el dinero en sus cajas fuertes mientras su pueblo aún sigue nómada por el desierto...". Sherif, que era un astuto propagandista, tomó esta frase y la amplió hasta incluir en ella a todo el mundo árabe.
Había sucedido lo que más temía Occidente. Los líderes árabes moderados, que habían luchado con todas sus fuerzas para lograr una cooperación con el resto del mundo, habían sido barridos o enterrados. Y, como sucede a menudo cuando es un gran poder el que está en juego, los extremistas habían tomado las riendas. En Londres, poco después del discurso que pronunciara desde el balcón el coronel Sherif, también el jeque Gamal Tafak hizo su propio discurso en un banquete en la City... para gran consternación de sus anfitriones.
-Esta vez no habrá naciones favorecidas, como en 1973. Todo Occidente debe sufrir como estamos sufriendo en Palestina, en donde una raza extraña oprime a nuestro pueblo, ha robado sus tierras y le ha convertido en una masa de refugiados, sin un Estado, sin patria, ni esperanza...
Había empezado el Año del Mono de Oro...
2
Hacia el mes de marzo la reducción del suministro de petróleo estaba ahogando las economías de Europa, los Estados Unidos y el Japón. El precio había subido a treinta dólares el barril. El oro, el indicador de los desastres internacionales, estaba llegando al nivel de los 500 dólares la onza. Y el jeque Gamal Tafak regresó a Jeddah desde Washington, tras haber comunicado a los estadounidenses que por el momento no había ningún indicio de que la situación mejoraría.
Para algunas personas era una pesadilla, para otras un sueño: la destrucción de Israel. Para Gamal Tafak, un hombre apuesto de cabello oscuro y negra barba, era un sueño que estaba a punto de ser realizado. Dentro de algunos meses los ejércitos árabes bajo el mando único del coronel Sherif, avanzarían y aplastarían al enemigo, ocupando su país. La ocupación tendría que ser seguida por medidas muy duras, que persuadiesen a los tres millones de israelíes que habitaban en Palestina de que la abandonaran para siempre.
La clave del plan de Tafak era conseguir inmovilizar a Occidente en el momento crítico, para impedir el suministro de nuevas armas a Israel cuando este país estuviese al borde de su extinción. Mientras miraba hacia abajo desde el reactor, que ahora volaba sobre el Egeo, Tafak pensó que no dejaba de ser irónico que el plan que iba a hacer de él el árabe más famoso del siglo XX dependiese, en aquel momento, de dos europeos: un inglés y un francés.
Jean Jules LeCat tenía 42 años y era un hombre con un pasado violento, un presente nada prometedor y un futuro sin esperanzas. Era lo bastante inteligente como para comprenderlo, por lo que se sintió muy aliviado cuando el brazo derecho del jeque Gamal Tafak en Argel, Ahmed Riad, mantuvo con él una entrevista secreta una semana después de su inesperada liberación de la prisión de la Santé de París. Riad le ofreció 200.000 dólares por llevar a cabo una matanza.
-El aventurero inglés, Winter, estará nominalmente al mando de la operación -le dijo Riad-, pero usted matará a los rehenes. No creemos que Winter sea capaz de hacerlo a sangre fría...
-No lo es -contestó LeCat-. Trabajamos juntos durante dos años en el Mediterráneo antes de que alguien me traicionase y fuera a dar con mis huesos en la Santé. Conozco a Winter. Está lleno de remilgos...
A una persona normal aquella propuesta le habría parecido brutal. Para LeCat se trataba solamente de una misión muy peligrosa, pero que debía aceptar dada la importancia de la compensación económica. Y su violento pasado le hacía contemplar fríamente esta transacción.
LeCat era el resultado de una breve relación entre una muchacha árabe y un capitán del ejército francés, antes de la Segunda Guerra Mundial. El niño nació en Constantina, Argelia, y su padre le arrancó en seguida de los brazos de su madre, que aceptó encantada unos cuantos centenares de francos con la condición de que nunca volviese a ver al niño. Luego de obtener el permiso necesario, Jules LeCat, el padre, llevó al chico a Francia.»
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