sábado, 2 de septiembre de 2017

"El sueño".- Bernat Metge (h.1340 - 1413)


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IV libro

«-[...] ¡Oh, qué tiempos aquellos en que Saturno reinó! Con bellotas y agua estaban los hombres satisfechos y vivían largamente y limpios de enfermedades. Ahora la tierra, el mar y el aire no bastan a proporcionar los alimentos que anhelan devorar. Y no teniendo en cuenta la grosería que por disolución de la comida viene al entendimiento, y la corrupción de la sangre y de otros humores del cuerpo, viven muy poco tiempo y enfermos de tan diversas enfermedades que ya no pueden encontrar medicinas suficientes para tratarlas, pues lo antiguos físicos las ignoraron y no han sabido ni podido remediarlo. Cuanto más ha crecido la superfluidad de los alimentos, han nacido diversas enfermedades y nacerán en adelante, pues ningún vicio muere: cuando nace, constantemente crece, y todo el mundo estudia diligentemente cómo podrá prosperarlo.
 El trabajo para el cual los hombres han nacido, lo alejan de ellos como si fuera veneno; y si usaran la razón, lo abrazarían, pues es disipador de los humores superfluos que hay en el cuerpo. En dormir, que es primo de la muerte, gastan el tercio de su vida y lo restante en el servicio de su cuerpo, del cual son servidores y esclavos.
 Dices que las mujeres escuchan con placer danzas y canciones. No me admira, pues es cosa natural deleitarse en música y especialmente si va mezclada con retórica y poesía, que concurren a menudo en danzas y canciones compuestas por buenos trovadores. Poco se deleitan los hombres en oír tales cosas, que deberían saber para hacer huir la ociosidad y poder expresar bien lo que su pensamiento ha concebido. Pero se deleitan mucho en oír burladores, escarnecedores, charlatanes, maldicientes, gritadores, alborotadores, juzgadores y medianeros de bellaquerías y de ruindades.
 Has dicho que las mujeres observan grandes ceremonias al levantarse de la cama y que no saldrían de la habitación hasta estar bien compuestas. ¡Oh, cómo te complaces en decir mal! Creo que quisieras que saliesen desnudas y despeinadas. Hacen lo que deben y, si obrasen de otra suerte, perjudicarían la vergüenza, que es virtud muy loable y especialmente en mujeres. ¿Sabes de quién se puede decir esto? De los hombres, ciertamente, que en la vigésima parte de media hora deberían estar vestidos y arreglados para salir de casa y en abrochar el jubón, estirar las calzas hacia ocho o diez partes, enderezar las polainas, quitar el polvo de las cotas, ponérselas, peinar el cabello, que la noche pasada habrá estado en prensa, lavar la cara con aguas bien aromáticas, mirar si son los mismos que el día anterior, ponerse en el cuello cadenas, cascabeles, campanas y ligas en las piernas, tardarán por espacio de tres horas. Luego exhibirán su cuerpo, sucio por dentro de vicios, y hermoso por fuera de vestidos solemnes.
 Considera, pues, si atendidos los defectos de los hombres, están suficientemente excusadas las mujeres de los vicios que antes les has imputado.
 Entonces él, aclarando hacia mí el rostro, pasado un poco, dijo:
 -No te podría expresar suficientemente el deleite que he recibido de tu ingenio. A mi juicio, diserta y coloridamente has respondido a todo lo que yo había dicho de hembras. Pero no has cambiado la verdad, pues sigue siendo la misma. Y si quisieras confesar lo que te dicta la conciencia, concederías que es verdad todo lo que antes te he dicho.
 -Jamás lo haría -dije yo-; con esta opinión quiero morir.
 -Te aconsejo -dijo él- que no lo hagas, pues tiene mayor apariencia que existencia de verdad. Deja de ahora en adelante el amor de mujeres. Huye todo lugar y oportunidad de hablar y perseverar con ellas, y esquívalas como a un rayo. Suma necedad es perseguir lo que, una vez alcanzado, da la muerte. Por hembra murió Nabot; Sansón fue preso y atado; José, encarcelado; Isboseth, muerto; Salomón, apóstata; David, homicida; Sísara, traicionado y muerto con un gran clavo; Hipólito, Agamenón y cuarenta y nueve hijos de Dánao perdieron la vida. Pero, ¿por qué gasto el tiempo en esto? La mayor parte de los inconvenientes y males que han acaecido en el mundo han venido por mujeres; esto nadie que sepa algo lo puede negar sin vergüenza.
 Convierte, pues, tu amor de ahora en adelante en servicio de Dios y continuado estudio y no te atraiga negociar ni servir a señor terrenal. Ya has trabajado bastante para otros  y ocúpate en tus negocios propios (no en los mundanos y transitorios, sino los espirituales y perdurables), y especialmente en conocerte y mejorarte a ti mismo. Rompe el puente por el que has pasado, de modo que no te sea posible retroceder. No te vuelvas hacia atrás, como hizo Orfeo; y, pues en el tempestuoso mar has vivido, haz cuanto puedas para morir en seguro y tranquilo puerto.
 Diciendo Tiresias estas palabras, los halcones, azores y perros antedichos empezaron a gritar y a aullar agriamente. Y yo me desperté muy triste y desconsolado, y destituido hasta la mañana siguiente de la virtud de los propios miembros, como si mi espíritu los hubiese abandonado.
 Del sueño de Bernat Metge acaba el cuarto y último libro. Deo gracias
 

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