miércoles, 27 de septiembre de 2017

"Vía Mala".- John Knittel (1891-1970)


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XXV

«Silvelie se arrepintió de haber hablado; pero Niklaus se adelantó levemente, miró a Andi y dijo:
 -¿Cómo? ¿Es usted un señor doctor? ¡Eso no lo sabía yo!
 -Tampoco tiene importancia -repuso Andi.
 -¿Doctor en Medicina?
 -No, doctor en Derecho.
 -¿Abogado?
 -¡No, no! Soy sencillamente juez de instrucción en Lanzberg.
 Niklaus no se movió. Quedóse como petrificado, pero lentamente fue cubriéndosele de púrpura el rostro. Silvelie, que le observaba, advirtió en el acto que su actitud bastaría para inspirar sospechas a cualquiera. Rompió, pues, a reír, señalándole con el dedo.
 -¡Mirad, qué colorado se ha puesto! ¡Ay, ay, algo le pesa en la conciencia!
 Y, sin cesar de reír, dirigióse a Andi.
 -¡Se figura que los jueces se comen a la gente! ¡Cuando ve a un guardia se pone a temblar! ¡Bueno, señor doctor, señor juez de instrucción, me permito presentarle a mi hermano Niklaus, el cazador furtivo más astuto que haya vivido nunca en la Vía Mala! ¡No hay trucha en el Isola, ni urogallo en las copas, ni gamuza en el monte que él no haya intentado atrapar o matar a tiros!
 Niklaus permanecía con la vista clavada en la botella del agua, mientras Andi, a decir verdad, no tenía ojos sino para el blanco cuello y los senos de Silvelie, estremecidos por la risa. De pronto, compuso una cara impasible, que la hizo callar sobrecogida. Todos se le quedaron mirando en silencio, con el corazón encogido de angustia.
 -Me sorprende mucho -dijo Andi con voz severa-. ¡Esto no es ciertamente cosa de risa! Podéis tomarlo a la ligera, pero, ¿cómo suponer que he de pasar por alto esos delitos que acabáis de comunicarme? Con vuestra risa parecéis dar a entender que no tomo en serio mi profesión. La caza furtiva está muy castigada, como sabéis. Y debo deciros francamente que es mi deber dar en seguida los pasos necesarios para poner fin a esas actividades de Niklaus. Sólo una cosa me impide darlos...
 Se interrumpió y paseó la vista por todos los consternados semblantes.
 -¡Y es que yo también hago lo mismo!
 Un suspiro de alivio se escapó de la garganta de Silvelie. Niklaus prorrumpió en alborotadas risas; Hanna chilló para ahuyentar el susto; pero Silvelie se desplomó de bruces sobre la mesa, pálida como un cadáver. Andi se levantó de un salto y lo olvidó todo. La tomó en sus brazos y la levantó.
 -¿Qué ha pasado? ¿Qué te ocurre?
 La sangre volvió a afluir a las mejillas de Silvelie.
 -¡Oh! -gimió-. ¡Cómo me has asustado!
 -Lo siento -dijo cariñoso-. No era ése mi propósito. [...] La caza furtiva se tiene por delito, y lo es, en efecto. Pero, como muchos otros delitos, no se toma en serio mientras no sale a relucir.
 -Me alegro que tome usted la cosa con esa llaneza tan noble.
 -Algunos delitos pueden tomarse así; otros, naturalmente...
 -¿Por qué no todos?
 -Vamos, veo que usted medita sobre el particular -observó Andi-. En rigor, todos tenemos dentro ciertos instintos anárquicos. Pero el hecho de ser responsables ante la ley nos sirve de freno. Sin leyes y sin Estado, no seríamos un país civilizado.
 -Pues, ¿qué es la ley, y qué es el Estado? -preguntó Niklaus-. Por ejemplo, ¿qué ha hecho la ley por mí hasta ahora?
 -Lo acaba de decir su hermana: la ley le ha movido a temer a los jueces y a los guardas por cazar en vedado.
 -Bien -insistió, Niklaus, terco-. A usted le pasa lo que a mí, no le han sorprendido. Pero cuando lo estaba haciendo...
 -¡Ah! -dijo Andi, regocijado-. Naturalmente, no se me ha ocurrido comunicar a las autoridades que iba a cazar en vedado. Y he puesto trampas a las zorras que visitan de noche nuestros gallineros.
 -¿Nunca le han pillado?
 -¡Nunca!
 Niklaus miró a Hanna, que con la vista parecía instarle a cortar aquella conversación.
 -¡La ley sólo sirve para proteger a los ricos y perseguir a los pobres! -dijo Hanna con acento de burla.
 -No del todo, Fräulein Hanna -explicó Andi-. Ésa es una opinión errónea, aunque muy difundida. ¿Cómo podría darle yo una idea de la justicia en esencia? Mire, imagínese que la ley es un reflector fijo en un sitio, y que lanza un haz de luz en una dirección determinada. Alrededor de ese haz luminoso reinan las tinieblas y la ley no se ocupa de lo que hagan los hombres en la oscuridad. Pero tan pronto como alguien entra en la zona de luz, se hace visible, y cae bajo el poder de la ley. Muchas veces, una mota de polvo herida por la luz pone al descubierto una montaña de basura.
 -Es una explicación muy bonita -dijo Niklaus meditabundo-. Hoy he aprendido mucho.
 Y se volvió a Hanna.
 -¡Ya ves lo equivocada que estás! Eres una mujer ignorante y harías bien guardando para ti esas ideas. Cuando quieres ser lista, disparatas siempre.
 Se retrepó con cara de suprema satisfacción, y cruzó los brazos sobre el pecho.
 -Continuamente he estado deseando aprender -rezongó-, pero ahora es demasiado tarde ya.
 -Nunca es demasiado tarde para aprender -le consoló Andi-. Cada vez aprendo yo algo nuevo.»
 

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