sábado, 9 de septiembre de 2017

"Modernidad líquida".- Zygmunt Bauman (1925-2017)



  
3.-Espacio/Tiempo
 Lugares émicos, lugares fágicos, no-lugares, espacios vacíos 

«Lo que ocurre dentro del templo del consumo tiene poca o ninguna influencia sobre el ritmo y el tenor de la vida cotidiana que se desarrolla "del otro lado de la puerta". Estar en el shopping es "estar en otra parte". La excursión al lugar de consumo difiere del carnaval de Mijaíl Bajtín, que también incluía la experiencia de "ser transportado": las excursiones de compras son primordialmente traslados en el espacio y sólo secundariamente viajes en el tiempo.
 El carnaval era la misma ciudad transformada; más exactamente, un intervalo de tiempo durante el cual la ciudad se transformaba y volvía después a su rutina cotidiana. Durante un lapso estrictamente definido, que se repetía cíclicamente, el carnaval revelaba "la otra cara" de la realidad cotidiana, una cara que estaba siempre presente pero que normalmente era invisible e intocable. El recuerdo del acontecimiento y la anticipación de otros acontecimientos futuros no permitían que desapareciera la conciencia de esa "otra cara".
 Una excursión al templo del consumo es algo muy diferente. Su realización implica la sensación de ser transportado a otro mundo y no, como en el caso del carnaval, la sensación de estar presenciando una transustanciación maravillosa del mundo conocido. El templo de consumo (a diferencia del "almacén de la esquina" de antaño) puede estar en la ciudad (si es que no se lo construye, simbólicamente, fuera de los límites de la ciudad, al costado de una autopista), pero no forma parte de ella; no es el mundo habitual temporariamente transmutado, sino un mundo "completamente otro". Lo que lo convierte en "otro" no es la inversión, el rechazo ni la suspensión de las reglas que gobiernan la cotidianidad, como en el caso del carnaval, sino el despliegue de un modo de ser que la cotidianidad excluye o que trata vanamente de lograr -y que casi nadie puede experimentar en los lugares de residencia habitual-.
 La metáfora del "templo" elegida por Ritzer es muy adecuada: los espacios de compras/consumo son por cierto templos para los peregrinos -definitivamente no están destinados a albergar las misas negras oficiadas anualmente por los celebrantes del carnaval en sus parroquias locales-. El carnaval demostraba que la realidad no era tan dura como parecía y que la ciudad podía transformarse; los templos del consumo no revelan nada sobre la naturaleza de la realidad cotidiana, salvo su opaca tenacidad e impenetrabilidad. El templo del consumo, al igual que el "barco" de Michel Foucault, es "un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que existe por sí mismo, que está cerrado sobre sí mismo y entregado al mismo tiempo a la infinitud del mar"; puede lograr "entregarse a la infinitud" gracias a que navega alejándose del puerto de origen y se mantiene distanciado de él.
 Ese "lugar sin lugar", cerrado en sí mismo, es también -a diferencia de todos los lugares ocupados o recorridos a diario- un lugar purificado. No porque esté libre de toda la variedad y diferencia que impregna constantemente a los otros lugares, los contamina y ensucia y pone fuera del alcance de los que los habitan toda limpieza y transparencia; por el contrario, los lugares de compra/consumo deben gran parte de su magnético poder de atracción a su colorida y caleidoscópica variedad de sensaciones sensoriales. Pero las diferencias de adentro -y esto las opone a las que existen afuera- están tamizadas, sanitarizadas, con la garantía de no poseer ingredientes peligrosos... y, por lo tanto, no resultan amenazantes. Pueden disfrutarse sin temor: una vez que la aventura ha sido despojada de riesgos, lo que queda es una diversión pura e incontaminada. Los lugares de compras/consumo ofrecen lo que ninguna "realidad real" puede ofrecer afuera: un equilibrio casi perfecto entre libertad y seguridad.
 Dentro de estos templos los compradores/consumidores pueden encontrar lo que vanamente han buscado afuera: el consuelo de pertenecer -la confirmadora impresión de formar parte de una comunidad-. Tal como señala Sennett, la ausencia de diferencia, el sentimiento de "todos somos iguales" y la sensación de "no hay necesidad de negociar nada, ya que todos compartimos la misma opinión" son los significados más profundos de la "comunidad" y la causa última de su atractivo que, según se sabe, aumenta proporcionalmente a la pluralidad y la multivocalidad del entorno de vida. Podemos decir que esa "comunidad" es el atajo hacia la reunión, una clase de reunión que rara vez se produce en la "vida real": una reunión de semejantes, de "nosotros, que somos de la misma clase", una reunión que es, de este modo, no problemática, que no requiere ningún esfuerzo de vigilancia, verdaderamente preordenada; una clase de reunión que no es una tarea sino que está "dada", y está dada antes de emprender cualquier esfuerzo destinado a darle vida. [...]
 La trampa, no obstante, es que "el sentimiento de identidad común [...] es una falsificación de la experiencia". De este modo, los que han ideado y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros del engaño y artistas embaucadores. En sus manos, la impresión se convierte en absoluto: no es necesario plantear más preguntas; si se las formulara, quedarían sin respuesta.
 Dentro del templo, la imagen se convierte en realidad. Las multitudes que colman los corredores del shopping se aproximan tanto como es posible a la "comunidad" ideal imaginada que no conoce la diferencia (más exactamente, no conoce ninguna diferencia importante que requiera confrontación, enfrentamiento con la otredad del otro, negociación, esclarecimiento y acuerdo sobre el modus vivendi). Por tal razón, esa comunidad no exige ninguna negociación, ningún trato, ningún esfuerzo por entender, solidarizarse ni conceder. Todos los que se encuentran allí pueden suponer, con cierta seguridad, que todos los demás con los que se encuentran o se cruzan han ido allí con el mismo propósito, seducidos por los mismos atractivos (reconociéndolos, por lo tanto, como atractivos), movidos y guiados por los mismos motivos. "Estar adentro" crea una verdadera comunidad de creyentes, unificados por los fines y también por los medios, por los valores que respetan y por la lógica de la conducta que adoptan. En suma, el viaje a los "espacios de consumo" es un viaje hacia una anhelada comunidad que, al igual que la experiencia de comprar, está permanentemente "en otra parte". Durante los minutos u horas que pueda durar esa experiencia, es posible reunirse con "otras personas como uno", correligionarios, feligreses de la misma iglesia; con otros cuya otredad, al menos en ese lugar, aquí y ahora, puede dejarse de lado, sin tenerla en cuenta. En todos los aspectos, ese lugar es puro, tan puro como las sedes de culto religioso y como la comunidad imaginada (o postulada).»

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