III.- La vida cotidiana (continuación)
«Lo que mi mujer me reprocha más a menudo es que sea lo que soy: burgués. Ya sea a propósito de la educación de los niños, ya sobre mi modo de vestirme o sobre mis reacciones ante las intrigas de la oficina, siempre le oigo la misma exclamación:
-¡Mi pobre Pablo, eres un burgués!
No acabo de ver lo que la palabra "burgués" tenga de peyorativo, hasta el punto que muchos burgueses tengan horror a ser llamados burgueses. ¿Es que las gentes se sienten siempre vejadas cuando se las toma por lo que son? Si escuchamos a uno de esos snobs que veo en esta playa, cuando dice de su vecino: "Le encuentro un poco snob...", está claro que todo el mundo es snob..., menos él.
He llegado poco a poco a creer que lo que más detestan las gentes es el ser llamados por su nombre: los burgueses tienen horror de ser llamados burgueses; los capitalistas, capitalistas; los aldeanos, aldeanos; los judíos, judíos; los obreros, obreros; los militares, militares; los rentistas, rentistas; los dentistas, dentistas; los ociosos, ociosos; los existencialistas, existencialistas; los políticos, políticos; los cantantes frívolos, cantantes frívolos; los aristócratas, aristócratas; los porteros, porteros. ¿Se ve alguna vez a un francés medio vanagloriarse de ser un francés medio? Francés medio lo es todo el mundo menos él. Sea uno pequeño, medio o grande, no quiere ser pequeño, medio ni grande.
Los guardias, horrorizados de ser llamados guardias, han conseguido hacerse bautizar con el nombre de "agentes". Los camareros y barmen, que se considerarían ofendidos si no les regalasen algunas monedas, han conseguido que el injurioso término de "propina" fuese suprimido del vocabulario profesional. Una archiduquesa hará cuestión de honor el pasar por "muy sencilla" y un tratante en cerdos por "muy distinguido". Desde el punto en que un señor logra un éxito en la elaboración de quesos o de vinos, no perderá un momento en solicitar a un académico un folleto que hará editar con gran lujo de gastos bajo el título de "Cartas de Nobleza del Roquefort" o "Prestigiosas Botellas". Al ver a un chacinero invadido de la comezón del ennoblecimiento hasta el punto de hacer colocar una corona en sus camionetas ("El rey de las chacinas", "El chacinero de los reyes", etc.), puede deducirse que los embutidos dan tantos complejos, por lo menos, como la realeza. Mientras que el chacinero se autodenomina rey, un rey verdadero participa en un torneo de tenis bajo el seudónimo de Sr. "G..."; se sabe que ese viajero que se ha hecho inscribir en el Palace de Saint-Moritz bajo el nombre de Monsieur Dupin se llama Archiduque Rodolfo de Habsburgo (lo que también es un modo de hacerse notar); se ve a príncipes en zapatillas, a monarcas en bicicleta, a reinas con blue-jeans. Tanto es así, que se podría preguntar si no sería necesaria una reclasificación del mundo ya que el mundo, tal como es ahora, quiere pasar por otra cosa.
Un periodista, de genio, temeroso de ser enterrado como simple periodista, intentará siempre probar que es un mal escritor. Un gran novelista desea ser saludado con el dulce nombre de poeta. Un cómico resiste mal, al final de su carrera, que se le diga que no puede representar nada serio. Del mismo modo que un actor que ha conquistado la celebridad en papeles de duro se esforzará en demostrar que puede ser magnífico en los papeles tiernos. Tal historiador que ha consagrado su vida en los orígenes de la Edad Media, se creería vejado si sus íntimos no garantizasen que está en posesión de un inaudito sentido del humor. Un general que se ha afamado en los tanques, sueña con tener un asiento en el muelle de Conti. Se califica con el nombre de intelectuales a numerosas personas que morirán sin haber dicho ni una sola vez: "Soy un intelectual." Incluso ciertos franceses, cuando están en el extranjero, se sienten incómodos cuando son tomados por franceses y al advertir a un grupo de compatriotas exclaman: "¡Otra vez franceses!", entablando luego conversación con checos o con turcos, o con cualquier otro, menos con un francés.
Y el mundo gira así, arrancándose la etiqueta que se le ha pegado para clavarla sobre la espalda del vecino.
Yo conservo la mía para mí... sin vanagloriarme de ella, sin renegar de ella. Pero, Teresa, a fin de cuentas, ¿no será la más burguesa de los dos?
Yo, que soy a lo largo del día, esclavo de las previsiones matemáticas y que paso la mayor parte de mi tiempo rechazando el azar hasta suprimirle toda oportunidad de manifestarse; yo, digo, no hubiera visto con disgusto el que, cada noche, al llegar a mi casa, me encontrase con algo imprevisto, con cierto desorden un poco bohemio. En ello hubiera encontrado, por contraste, el placer de la relajación. Pero he tenido que renunciar enseguida a esa esperanza. Teresa es una maniática del orden y de la colocación exacta de las cosas. En nuestra vivienda nada está abandonado. Yo dejo un periódico sobre la cama. Vuelvo: el periódico está en el estante de los periódicos del salón. Pongo mis llaves sobre el almohadón de la galería; vuelvo a buscarlas: han desaparecido ya en un cajón. Apenas puedo dejar caer la ceniza de un cigarrillo en un cenicero: eso no está bien. En cuanto a dejarla caer sobre la alfombra es equivalente a que se me trate de salvaje y a ver la inmediata aparición de ese aspirador que tanto detesto. Me imaginaba yo que era el único caso, pero un cantante me ha enseñado que en el mundo existe, por lo menos, una como ella. No sé dónde lo he oído; pero él sufría el mismo infierno que yo. Él también tenía una mujer que desplazaba el aspirador por una partícula de ceniza. Él tampoco podía llevar la menor mancha sobre su chaqueta sin que inmediatamente llegase su mujer con una botella de quitamanchas, un pañito y un cepillo... "Levántate. No, así no. Si te pones de espalda a la luz no veo nada. Vuélvete. Ponte derecho..., etc." Tampoco él podía encontrar nunca su periódico en el sitio donde lo había dejado. La misma canción me lo ha revelado: "Una noche, hacia las cuatro de la madrugada, como tenía jaqueca, me levanté para tomar una tableta de aspirina en el cuarto de baño. Cuando volví a la cama, me la encontré hecha."»
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