“Evitad la prueba de fuerza
La educación escolar siempre ha sido una
prueba de fuerza.
Se dice que los gendarmes ven un delincuente
en potencia en cada persona a la que se acercan. Los pedagogos ven primero en
los niños al enemigo que los dominará si ellos no le dominan.
Y como todos hemos sido formados con esta
prueba de fuerza, la suponemos natural e inevitable. ¿No es acaso oficial, y
los reglamentos que excluyen los castigos corporales no autorizan acaso una
variedad infinita de prácticas disciplinarias de las que lo mínimo que se puede
decir es que no realzan nuestro prestigio y que no estamos orgullosos de ellas?
No pretenderemos que la disciplina no sea una
necesidad, sobre todo en las clases sobrecargadas, cada vez más numerosas,
desgraciadamente. Solamente formularemos la pregunta: ¿la prueba de fuerza en
educación es una solución válida o solamente aceptable? ¿O bien es lamentable y
por lo tanto habrá que cambiarla por otra lo más pronto posible?
Y ¿por qué disciplina?
Sabed desde un principio que, si aplicáis la
prueba de fuerza con los niños, habéis perdido de antemano. Salvaréis vuestra
autoridad y obtendréis el silencio y la obediencia, con la condición aún de
estar siempre en guardia para evitar las burlas y las zancadillas. No habréis
hecho ningún trabajo constructivo a fondo ya que, a lo mejor, sólo habréis
enseñado costumbres de pasividad y serviles, recubiertas siempre de hipocresía
y rencor. El niño, felizmente, escapa a ello, a causa de todos los recursos de
su vida desbordante y por su habilidad en franquear los obstáculos que halla a
su paso.
No exagero. No tenéis más que extraer, como lo
hago yo, los recuerdos leales y sinceros de la escuela que habéis sufrido. ¡Y
erais los primeros de clase!
No, la prueba de fuerza sólo podría existir en el peor de los casos. Es
digno de compasión el educador que está condenado a ello durante los cuarenta
años de su carrera.
Entrevemos, por suerte, una solución: la disciplina cooperativa del trabajo.
¿Os habéis dado cuenta de cuán fáciles de
soportar y prudentes son vuestros hijos, en familia o en la escuela, cuando
están ocupados, totalmente, en una actividad que les apasiona? El problema de
la disciplina ya no se plantea: basta con organizar el trabajo de manera
entusiasta.
Mirad a los niños componer o imprimir un texto
periodístico, decorar la clase, hacer cerámica, terminar su plan de trabajo,
efectuar cortes o montajes eléctricos. Entonces os dais cuenta de cuánto y de
qué manera puede cambiar la noción de disciplina. Tal vez haya todavía un
desorden excesivo, demasiado ruido pequeñas batallas. Siempre tienen una causa
técnica: el aparato no funciona, o bien hay demasiada tinta, falta tal o cual
pieza. Más a menudo, todavía, mal entrenados en nuestro nuevo papel de ayudante
técnico, no tenemos fichas de trabajo ni modo de empleo. Asistimos al desorden
accidental del taller que no está todavía suficientemente organizado. Pero los
éxitos de los que nos enorgullecemos nos prueban que, en nuestras clases, la
prueba de fuerza está superada para siempre. Accedemos a la disciplina
democrática, la que prepara al niño para forjar la sociedad de mañana, que será
tal como él la haga”.
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