sábado, 4 de abril de 2015

"Hamlet".- William Shakespeare (1564-1616)

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"Acto I, Escena III
 
 Laertes: Pero allí viene mi padre; y, pues la ocasión es oportuna, me despediré de él otra vez. Su bendición repetida será un nuevo consuelo para mí.
 Polonio: ¿Aún estás aquí? ¡Qué pereza! A bordo, a bordo; el viento impele ya por la popa las velas, y a ti solo aguardan. Recibe mi bendición y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos. No publiques con facilidad lo que pienses, ni ejecutes cosa bien premeditada primero. Debes ser afable, pero no vulgar en el trato. Une a tu alma, con vínculos de acero, los amigos que adoptaste después de examinada su conducta, pero no acaricies con mano pródiga a los que acaban de salir del cascarón y aún están sin plumas. Huye siempre de mezclarte en disputas pero, una vez metido en ellas, obra de manera que tu contrario huya de ti. Presta el oído a todos y a pocos la voz. Oye las censuras de los demás pero reserva tu propia opinión. Sea tu vestido tan costoso cuanto tus facultades lo permitan, pero no afectado en su hechura; rico, no extravagante; porque el traje dice por lo común quién es el sujeto, y los caballeros y principales señores franceses tienen el gusto muy delicado en esta materia. Procura no dar ni pedir prestado a nadie, porque el que presta suele perder a un tiempo el dinero y el amigo, y el que se acostumbra a pedir prestado falta al espíritu de economía y buen orden que nos es tan útil. Pero, sobre todo, usa de ingenuidad contigo mismo y así no podrás ser falso con los demás, consecuencia tan precisa como que la noche suceda al día. Adiós, y él permita que mi bendición haga fructificar en ti estos consejos.
[…]
 
Acto III, Escena I   
 
 Hamlet: Ser o no ser: he aquí el problema. ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. No más. Y con un sueño las aflicciones se acaban y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza… Éste es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. He aquí el gran obstáculo; porque al considerar qué sueños pueden desarrollarse en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, se siente un motivo harto poderoso para detenerse. Ésta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga, haciéndonos amar la vida. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías qye recibe el pacífico, el mérito con que se ven agraciados los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando el que todo esto sufre pudiera evitárselo y procurarse la quietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese porque el temor de que existe alguna cosa más allá  de la muerte (país desconocido, de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan, antes de ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes; así, la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia. Las empresas de mayor importancia, por esta sola consideración, mudan camino, no se ejecutan, y se reducen a designios vanos. Pero… ¿qué veo? ¡La hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones”.     

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