sábado, 11 de abril de 2015

"Sexus".- Henry Miller (1891-1980)


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Capítulo IX

 
 “Todo aquél que se alza por encima de las actividades de la rutina diaria lo hace no sólo con la esperanza de ensanchar su campo de experiencia, o incluso de enriquecerla, sino también de acelerarla. Sólo en ese sentido tiene significado, por poco que sea, la lucha. Si se acepta esa concepción, la distinción entre fracaso y éxito es nula. Y eso es lo que todos los grandes artistas acaban aprendiendo por el camino: que el proceso en que intervienen tiene que ver con otra dimensión de la vida, que al identificarse con ese proceso aumenta la vida. En esa visión de las cosas se ve alejado -y protegido- permanentemente de la insidiosa muerte que parece triunfar por todos lados a su alrededor. Adivina que nunca aprehenderá el gran secreto, sino que lo incorporará a su propia sustancia. Tiene que convertirse en parte del misterio, vivir en él, además de con él. La aceptación es la solución: es un arte, no una actuación egotista por parte del intelecto. Así pues, gracias al arte establece por fin contacto con la realidad: ése es el gran descubrimiento. En él todo es juego e invención; no hay apoyo sólido desde el que lanzar los proyectiles que traspasarán la miasma de la locura, la ignorancia y la codicia. No hay que poner en orden el mundo: el mundo es el orden encarnado. A nosotros es a quien corresponde ponernos en concordancia con ese orden, conocer cuál es el orden del mundo por oposición a los órdenes ilusorios que intentamos imponernos unos a otros. El poder que anhelamos poseer, para establecer lo bueno, lo verdadero y lo bello resultaría no ser, si pudiéramos tenerlo, sino el medio de destruirnos unos a otros”.

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