Capítulo IX
“Todo aquél que se alza por
encima de las actividades de la rutina diaria lo hace no sólo con la esperanza
de ensanchar su campo de experiencia, o incluso de enriquecerla, sino también
de acelerarla. Sólo en ese sentido tiene significado, por poco que sea, la
lucha. Si se acepta esa concepción, la distinción entre fracaso y éxito es
nula. Y eso es lo que todos los grandes artistas acaban aprendiendo por el
camino: que el proceso en que intervienen tiene que ver con otra dimensión de
la vida, que al identificarse con ese proceso aumenta la vida. En esa visión de las cosas se ve alejado -y
protegido- permanentemente de la insidiosa muerte que parece triunfar por todos
lados a su alrededor. Adivina que nunca aprehenderá el gran secreto, sino que
lo incorporará a su propia sustancia. Tiene que convertirse en parte del
misterio, vivir en él, además de con
él. La aceptación es la solución: es un arte, no una actuación egotista por
parte del intelecto. Así pues, gracias al arte establece por fin contacto con
la realidad: ése es el gran descubrimiento. En él todo es juego e invención; no
hay apoyo sólido desde el que lanzar los proyectiles que traspasarán la miasma
de la locura, la ignorancia y la codicia. No hay que poner en orden el mundo:
el mundo es el orden encarnado. A
nosotros es a quien corresponde ponernos en concordancia con ese orden, conocer
cuál es el orden del mundo por oposición a los órdenes ilusorios que intentamos
imponernos unos a otros. El poder que anhelamos poseer, para establecer lo
bueno, lo verdadero y lo bello resultaría no ser, si pudiéramos tenerlo, sino
el medio de destruirnos unos a otros”.
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