miércoles, 29 de abril de 2015

"El árbol de la ciencia".- Pío Baroja (1872-1956)

 
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4ª parte: Inquisiciones

 1.-Plan filosófico
 "En mi tiempo pasaba lo mismo -dijo Iturrioz-. Los profesores no sirven más que para el embrutecimiento metódico de la juventud estudiosa. Es natural. El español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo, y luego pescar pensiones para pasar el verano.
 -Además, falta disciplina.
 -Y otras muchas cosas. Pero,  bueno, tú, ¿qué vas a hacer? ¿No te entusiasma visitar?
 -No.
 -Y entonces, ¿qué plan tienes?
 -¿Plan personal? Ninguno.
 -¡Demonio! ¿Tan pobre estás de proyectos?
 -Sí, tengo uno: vivir con el máximo de independencia. En España, en general, no se paga el trabajo sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor.
 -Es difícil. ¿Y cómo plan filosófico? ¿Sigues en tus buceamientos?
 -Sí. Yo busco una filosofía que sea primeramente una cosmogonía, una hipótesis racional de la formación del mundo; después, una explicación biológica del origen de la vida y del hombre.
 -Dudo mucho que la encuentres. Tú quieres una síntesis que complete la Cosmología y la Biología; una explicación del Universo físico y moral. ¿No es eso?
 -Sí.
 -¿Y en dónde has ido a buscar esta síntesis?
 -Pues en Kant, y en Schopenhauer, sobre todo.
 -Mal camino -repuso Iturrioz-; lee a los ingleses; la ciencia en ellos va envuelta en sentido práctico. No leas esos metafísicos alemanes; su filosofía es como un alcohol que emborracha y no alimenta. ¿Conoces el Leviatán de Hobbes? Yo te lo prestaré, si quieres.
 -No; ¿para qué? Después de leer a Kant y a Schopenhauer, esos filósofos franceses e ingleses dan la impresión de carros pesados que marcan chirriando y levantando polvo.
 -Sí, quizá sean menos ágiles de pensamiento que los alemanes; pero, en cambio, no te alejan de la vida.
 -¿Y qué? -replicó Andrés-. Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia.
 -Estás perdido -murmuró Iturrioz-. Ese intelectualismo no te puede llevar a nada bueno.
 -Me llevará a saber, a conocer. ¿Hay placer más grande que éste? La antigua filosofía nos daba la magnífica fachada de un palacio; detrás de aquella magnificencia no había salas espléndidas, ni lugares de delicias, sino mazmorras oscuras. Ese es el mérito sobresaliente de Kant; él vio que todas las maravillas descritas por los filósofos eran fantasías, espejismos; vio que las galerías magníficas no llevaban a ninguna parte.
 -¡Vaya un mérito! -murmuró Iturrioz.
 -Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados más trascendentales de las religiones y de los sistemas filosóficos: Dios y la libertad. Y lo terrible es que prueba que son indemostrables a pesar suyo.
 -¿Y qué?
 -¡Y qué! Las consecuencias son terribles; ya el Universo no tiene comienzo en el tiempo ni límite en el espacio; todo está sometido al encadenamiento de causas y efectos; ya no hay causa primera; la idea de causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de madera hecho de hierro.
 -A mí esto no me asombra.
 -A mí, sí. Me parece lo mismo que si viéramos un gigante que marchara, al parecer, con un fin y alguien descubriera que no tenía ojos. Después de Kant, el mundo es ciego; ya no puede haber ni libertad ni justicia, sino fuerzas que obran por un  principio de causalidad en los dominios del espacio y del tiempo. Y esto, tan grave, no es todo; hay, además, otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosofía de Kant, y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y ese tiempo y ese principio de causalidad no existen fuera de nosotros tal como nosotros los vemos, que pueden ser distintos, que pueden no existir.
 -¡Bah! Eso es absurdo -murmuró Iturrioz-. Ingenioso si se quiere, pero nada más.
 -No; no sólo es absurdo sino que es práctico. Antes para mí era una gran pena considerar el infinito del espacio; creer el  mundo inacabable me producía una gran impresión; pensar que al día siguiente de mi muerte el espacio y el tiempo seguirían existiendo, me entristecía, y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; pero cuando llegué a comprender que la idea del espacio y del tiempo son necesidades de nuestro espíritu, pero que no tienen realidad; cuando me convencí por Kant que el espacio y el tiempo no significan nada; por lo menos que la idea que tenemos de ellos puede no existir fuera de nosotros, me tranquilicé. Para mí es un consuelo pensar que, así como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce las ideas de tiempo, de espacio y de causalidad. Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acabó la comedia, pero definitivamente. Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para los demás. Pero, ¡eso qué importa si no es nuestro, que es el único real?
 -¡Bah! ¡Fantasías! ¡Fantasías! -dijo Iturrioz".  

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