lunes, 6 de abril de 2015

"La antorcha al oído".- Elías Canetti (1905-1994)


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"El budista

 Pero una experiencia muy particular de aquellos años de Frankfurt, una experiencia diurna, fue para mí la masa. Ya en fecha temprana, un año después de mi llegada a Frankfurt, había presenciado una marcha obrera en la avenida "Zeil". Era una manifestación de protesta contra el asesinato de Rathenau. Yo estaba en la acera, a mi lado debía de haber otras personas que como yo estaban mirando, pero no las recuerdo. Aún me parece ver esos personajes grandes y robustos que marchaban siguiendo la enseña de Adler- Werke. Avanzaban formando un grupo compacto y lanzando miradas desafiantes a su alrededor; sus exclamaciones me emocionaron como si se dirigieran a mi persona. Constantemente iban llegando nuevos; todos tenían algo similar que tenía poco que ver con su aspecto y mucho con su comportamiento. Era algo interminable; me invadió una convicción sólida, que emanaba de ellos y se iba arraigando más y más. Hubiera querido unírmeles y, pese a no ser obrero, asociaba sus exclamaciones a mi persona, como si de verdad lo fuera. Ignoro si a los que estaban de pie a mi lado les pasaría lo mismo; no los veía, como tampoco vi a nadie que, desde la acera, se uniera directamente al cortejo; las pancartas que distinguían a ciertos grupos de manifestantes debieron de hacerme desistir de tal propósito.
 El recuerdo de esta primera manifestación conscientemente vivida se mantuvo firme en mí. era la atracción física lo que no podía olvidar, ese deseo intenso de integrarme al margen de toda reflexión o consideración, ya que tampoco eran dudas las que me impedían dar el salto definitivo. Más tarde, cuando cedí y me encontré realmente en medio de la masa, tuve la impresión de que allí estaba en juego algo que en física se denomina gravitación. Pero esto distaba mucho de ser, desde luego, una explicación real del asombroso fenómeno. Pues uno no era antes, estando aislado, ni después, ya disuelto en la masa, un objeto sin vida, y el cambio que la masa operaba en sus componentes, esa alteración total de la conciencia, era un hecho tan decisivo como enigmático. Yo quería saber qué era realmente. Este enigma no me abandonó nunca más y me ha perseguido durante la mejor parte de mi vida y, aunque a la larga he logrado averiguar ciertas cosas, el misterio sigue en pie.
 En Viena conocí a muchachos de mi edad con los que se podía hablar, que despertaban mi curiosidad al contarme las experiencias centrales de su vida, pero que también se mostraban dispuestos a escucharme cuando les explicaba las mías. El más paciente de todos era Fredl Waldinger, quien podía darse ese lujo por estar a salvo de cualquier contagio. El relato de mi experiencia con la masa, como lo denominé por entonces, lo puso más bien de buen humor, aunque no me hizo sentir ninguna reacción burlona. Para mí se trataba -y esto él lo tenía claro- de un estado de embriaguez, de un incremento de las posibilidades vivenciales, de una potenciación de la propia persona que, superando sus límites habituales, descubría el camino hacia otros hombres que se hallaban en la misma situación y formaba con ellos una unidad superior. Él ponía en duda la existencia de semejante unidad superior y, sobre todo, el valor de esas potencialidades delirantes. Con la ayuda de Buda había descubierto la futilidad de una vida incapaz de liberarse de sus enredos y confusiones. Su objetico era la extinción paulatina de la vida, el Nirvana -que yo comparaba con la muerte-, y aunque él impugnara con muchos e interesantes argumentos que Nirvana y muerte fuesen lo mismo, el acento negativo puesto sobre la vida, que a él le venía del budismo, permaneció inexpugnable".

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