lunes, 27 de abril de 2015

"El enano".- Pär Lagerkvist (1891-1974)


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"Los que piensan que la peste y los otros males son un castigo divino y consideran que no debe uno tratar de sustraerse, sino, por el contrario, agradecer al Todopoderoso, recorren las calles proclamando su fe y flagelándose para ayudar a Dios en la salvación de sus almas. Circulan en grupos, tan enflaquecidos por el hambre, que no podrían mantenerse en pie si no fuera por el éxtasis que los sostiene. La gente los sigue por todas partes  y piensa que su actitud debe abrir la vía de un nuevo renacimiento religioso. Muchos abandonan, para reunírseles, sus ocupaciones, su hogar, su familia y hasta sus mismos parientes moribundos. De tiempo en tiempo hay quien lanza un impresionante grito de júbilo, se incorpora al grupo y comienza a flagelarse entre exclamaciones estridentes. Todos empiezan entonces a alabar al Señor, mientras la gente cae de rodillas en la calle. Esta vida terrenal, de la que no ven más que su fealdad, carece para ellos de valor y de interés, no piensan más que en sus almas.
 Los sacerdotes miran con desconfianza a esos fanáticos, que alejan a los fieles de las iglesias y les impiden unirse a las procesiones solemnes en las que se llevan estatuas de santos mientras los coros infantiles balancean sus incensarios en las calles nauseabundas. Dicen que tales flagelantes no tienen bastante fe y que pos sus excesos se privan de los consuelos de la religión. Eso no puede satisfacer a Dios. Pero yo creo que si hay gente verdaderamente religiosa, es precisamente ésa que toma su fe con tanta seriedad. Es como para pensar que a los sacerdotes no les agrada que se tomen muy en serio sus enseñanzas.
 A mucha gente, sin embargo, una atmósfera de miedo no le produce otro efecto que el hacerle amar la vida más que nada, y el temor de la muerte la lleva a aferrarse a la existencia a cualquier precio. E algunos palacios de la ciudad se realizan fiestas noche y día, y en ellas, según se dice, los invitados se entregan a las más salvajes orgías. También entre los más desgraciados se encuentran algunos que se conducen de la misma manera, entregándose al único vicio a disposición de los pobres. Se agarran desesperadamente a su vida miserable y no quieren perderla a ningún precio; y cuando aún se distribuye un poco de pan aquí, en las puertas del castillo, puede verse cómo esos pobres diablos se disputan las porciones como si fueran a despedazarse entre ellos.
 Por otra parte, también hay quienes se sacrifican por sus semejantes cuidando a los enfermos, aunque eso no sirva para nada, como no sea para que se contagien a su vez de la peste. Indiferentes a la muerte y a todo lo demás parecen no darse cuenta de los peligros que corren. Tienen una cierta semejanza con los histéricos de tipo religioso, aunque con manifestaciones diferentes.
 En suma, si he de creer los relatos que llegan a mis oídos, la gente de la ciudad vive como antes, cada cual según su clase y su naturaleza, aunque de modo más exagerado, más histérico, y el resultado de todo esto me parece sin valor alguno a los ojos de su Dios. Por eso me pregunto si realmente es Él quien les ha enviado la peste y las otras pruebas.
[...]
 Fue contra toda mi voluntad que me dirigí a la ciudad, donde no había estado desde que empezaron los estragos de la peste. No porque tuviese temor alguno de la enfermedad, sino porque ciertos espectáculos me son tan desagradables que casi me asusta verlos. Mi repugnancia está justificada porque lo que yo estuve obligado a ver es verdaderamente horrible, pero a la vez me llena de una exaltación sombría y del sentimiento de su vanidad de todas las cosas, y de su caída. Enfermos y moribundos bordeaban mi camino, y los muertos eran recogidos por los Hermanos enterradores, cuyos capuchones negros tienen unos agujeros impresionantes en el lugar de los ojos. Sus siluetas surgían por todas partes y daban a todo un aspecto fantasmal. Tenía la impresión de estar recorriendo el reino de la muerte.
 Hasta los sanos estaban marcados por la muerte. Se deslizaban por las calles, descarnados, los ojos hundidos, como fantasmas de un tiempo en el que la vida aún existía sobre la tierra"
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