Capítulo sexto: Sobre la humildad ante Dios altísimo
Artículo séptimo: Cuándo es evidente que hay humildad y cuándo no
«Dice el autor: hay cinco señales por las que, cuando aparecen, se reconoce al que es humilde:
Primera: si uno está muy enojado contra alguien que le ha injuriado de palabra o de obra y domina su pasión pasando por alto la ofensa con humildad y mansedumbre, a pesar de que podía haber tomado una represalia, demuestra entonces claramente que es humilde.
Segunda: cuando se desencadenan males sobre las posesiones que uno tiene o caen desgracias sobre sus parientes y prefiere soportarlos más con paciencia que con angustia, entregándose a lo que Dios decide contentándose con lo que Él quiere, entonces esto es señal de humildad y de que es sumiso ante Dios, ensalzado y honrado sea. Como cuenta el libro acerca de Aarón, la paz sea con él, cuando Dios le probó quitándole la vida a sus hijos Nadab y Abihu; ante esto "Aarón no respondió" (Levítico, 10, 3). Y dice, además: "Descansa en el Señor y espera en Él" (Salmos, 37, 7) y, por último: "Por eso se calla entonces el prudente" (Amós, 5, 13).
Tercera: cuando uno se hace famoso entre la gente, por sus buenas o malas acciones y, en consecuencia, alguien le alaba por sus actos buenos, habrá verdadera humildad si en estas circunstancias: tiene en poco estas alabanzas; minusvalora y desprecia interiormente sus acciones en orden a que Dios las acepte y esté contento con ellas (porque esos actos buenos son pequeños al lado de todo aquello a que está obligado); y dice a quien le alaba: "Repórtate, hermano: mis buenas acciones, en comparación con mis pecados, no son sino como una brasa de fuego en medio del océano. Y, si tuvieran algún valor, ¿cómo podría yo purificarlas de los males que las acompañan y que las echan a perder, de modo que llegasen a ser aceptables a mi Señor, sin que me las devolviera y me las echase en cara? Pues como dice: (Isaías, 1, 12-13)".
Con mayor razón hará esto si la alabanza es inmerecida. En ese caso, la rechazará rotundamente, diciéndole al que la pronuncia: "Me basta, hermano mío, con que sea negligente en mis obligaciones para con Dios. No añadas al pecado de mi descuido el de engalanarme externamente con lo que no he hecho. Pues sé mejor que tú los pecados y negligencias que cometo, tal como dice el Libro: (Salmos, 51,5)".
Si a este tal, en cambio, se le recuerda el mal que cometió, reconocerá internamente su negligencia y no deseará excusarse ni buscar pretextos que disfracen sus acciones, como dijo Judá, la paz sea con él: "Ella es inocente y yo no" (Génesis, 38,26). No atenuará nada de lo que diga el denunciante, no lo desmentirá, ni tampoco le culpará por haberlo descubierto, sino que le dirá: "Hermano mío, no hay proporción entre mis malas acciones y lo que ignoras de ellas y que Dios, ensalzado sea, hace tiempo que disimula. Si conocieras mis maldades y pecados, huirías de mí, espantado del castigo que Dios les reserva, como dice el poeta: si mis vecinos oliesen la peste de mis pecados, huirían de mí, se alejarían de mis linderos. Y también, como dice Job, la paz sea con él: (Job, 31, 31)".
Y si lo que se le atribuye es falso, dirá al que le calumnia: "Hermano mío, no es de admirar que Dios me haya librado de lo que me inculpas, pues me ha concedido muchísimos bienes. Lo que es sorprendente es que Dios te haya ocultado lo que aún es mucho más abominable y feo que lo que me dices. Desiste, hermano, y preocúpate de tus buenas acciones, las cuales no te abandonan, aunque tú no lo notes".
Se cuenta de un hombre virtuoso del cual se dijo en cierta ocasión algo malo que llegó luego a sus oídos. Cuando lo supo, envió al que lo había calumniado una bandeja con productos típicos de su tierra y con una nota que decía: "Me han dicho, hermano mío, que me has regalado con una de tus buenas acciones y he pensado corresponderte con esto". Y un sabio decía: "Muchos hombres vendrán el día del juicio y, cuando se pase revista a sus acciones, encontrarán en el registro de sus obras buenas, algunas que no hicieron y que desconocen. Pero se les dirá. Del mismo modo, cuando vean que han desaparecido algunos de los actos buenos que realizaron los calumniadores, se les dirá. Igualmente, encontrarán en el registro de los actos malos, algunos que no hicieron y, cuando traten de negarlos, se les dirá: "Los habéis obtenido de fulano y de mengano; a base de vuestras calumnias y maledicencias las merecisteis gracias a ellos; como dice el Libro: (Salmos, 79,12)". Sobre esto el Libro nos advierte así: (Deuteronomio, 24, 9).
Cuarto: hay humildad verdadera cuando Dios concede generosamente a uno ciertos dones extraordinarios (por ejemplo una ciencia superior, una capacidad de comprensión penetrante, copiosas riquezas, gloria ante los poderosos, u otras cosas parecidas con las que los hombres suelen jactarse y envanecerse) y el sujeto que las recibe se humilla, se queda tal como era antes de recibir esos dones e incluso aumenta su sometimiento y obediencia a Dios, así como su nobleza de trato y amabilidad para con los demás. Como se dice de Abraham cuando Dios lo alabó diciendo el Señor: "¿Puedo ocultarle a Abraham lo que pienso hacer?" y él respondió: "Soy polvo y ceniza" (Génesis 18, 17 y 28). David, la paz sea con él, dijo: "Pero soy un gusano, no un hombre" (Salmos, 22, 7) y Moisés y Aarón, la paz sea con ellos, dijeron: "¿Qué somos nosotros?" (Éxodo, 16, 7). Cuando todo esto ocurre, su interior y auténtica humildad se hacen evidentes. Acerca de esto dice el Sabio: "Si el que manda se enfurece contra ti, tú no dejes tu puesto (pues la calma cura errores graves)" (Eclesiastés, 10, 4).
Quinto: en el momento de la reprensión y vindicta divinas y de pagar a aquellos a quienes se les debe algo de sus propiedades, si hace esto de buena gana y se aplica rápidamente la sanción de Dios (a pesar de lo difícil que esto es), según la sentencia divina, entonces se hace patente la humildad, sometimiento y autorrebajamiento ante Dios, como se dice en el Libro de Esdras, la paz sea con él: "Hemos sido infieles a nuestro Dios, al casarnos con mujeres extranjeras" (Esdras, 10, 2) y, a continuación, dice: "Y se comprometieron a dejar a sus mujeres" (Esdras, 10, 19).
En estos cinco puntos y en otros parecidos se muestran las señales de la humildad y sometimiento de los hombres humildes y se patentiza la sinceridad de su intención para con Dios.»
[El texto pertenece a la edición en español de Heraldo de Aragón, 2010, en traducción de Joaquín Lomba. ISBN: 978-84-7610-108-7.]