sábado, 15 de febrero de 2020

Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas.- Nicolás Chamfort (1741-1794)

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«25.-En los grandes asuntos, los hombres se muestran como les conviene; en los pequeños, tal como son en realidad. […]
  50.-Existen dos cosas a las cuales hay que hacerse, so pena de encontrar la vida insoportable: las injurias del tiempo y las injusticias de los hombres. […]
  60.-Es más fácil legalizar ciertas cosas que legitimarlas. […]
  64.-Se cuentan más locos que sabios y en el mismo sabio existe más locura que sabiduría. […]
  76.-La virtud, al igual que la salud, no es el bien soberano. Más que el bien mismo constituye la sede de éste. Más desgraciado vuelve el vicio, que feliz la virtud. La razón por la que es más deseable esta última radica en que constituye lo más opuesto al vicio. […]
  94.-Creéis que un ministro, que un hombre de Estado, profese tal o cual principio y lo creéis porque se lo habéis oído decir; en consecuencia, os abstenéis de pedirle tal o cual cosa, que lo pondría en contradicción con su máxima favorita. Enseguida os percatáis de que os engañabais y le veis realizar cosas que prueban que un ministro carece de principios y sólo tiene el hábito de decir tal o cual cosa. […]
  112.-En nuestros días, un pintor acaba vuestro retrato en siete minutos; otro os enseña a pintar en tres días; un tercero os enseña el inglés en cuarenta lecciones. Se pretende iniciaros en ocho lenguas con grabados que representan los objetos y sus nombres al pie, en dichas lenguas. En fin, si se pudieran colocar juntos los placeres, sentimientos o ideas de la vida entera y apiñarlos en el período de veinticuatro horas, se haría; se os haría tragar semejante píldora, diciéndoos: “¡En marcha!” […]
  131.-Casi todos los hombres son esclavos, por aquella razón que daban los espartanos de la servidumbre de los persas, los cuales no sabían pronunciar la sílaba no. Saber pronunciar esta palabra y saber vivir solo constituyen los únicos medios para conservar la libertad y el carácter. […]
  144.-Goza y haz gozar, sin dañarte a ti o a los demás; a esto se reduce, creo yo, toda la moral. […]
  152.-Lo que he aprendido, no lo sé. Lo poco que sé aún, lo he adivinado. […]
  156.-La vida contemplativa es, con frecuencia, miserable. Es preciso actuar más, pensar menos y no mirarse vivir. […]
  175.-Una mujer de talento me dijo un día una frase que pudiera muy bien constituir el secreto de su sexo: y es que toda mujer que toma un amante tiene más en cuenta la forma en la cual las otras mujeres ven a ese hombre, que la manera de verlo ella misma. […]
  200.-Yo diría de buen grado de los metafísicos, lo que Escalígero decía de los vascos: “Se dice que entienden, pero no lo creo”. […]
  212.-En absoluto se es un hombre de talento por tener muchas ideas, como no se es un buen general por poseer muchos soldados. […]
  245.-Podrían aplicarse a la ciudad de París las palabras de Santa Teresa para definir el infierno: "Ese lugar pestilente donde nadie se ama”. […]
  257.-Los pobres son los negros de Europa.
  258.-Se gobierna a los hombres con la cabeza. No se juega al ajedrez con buen corazón. […]
  315.-Un día en que no se oía nada durante una disputa en la Academia, M. Mairan dijo: “Señores, ¿por qué no hablamos sólo cuatro a la vez?” […]
  319.-“No he visto en el mundo, decía M…, más que comidas sin digestión, cenas sin placer, conversaciones sin confianza, relaciones sin amistad y acostadas sin amor”.
  320.-M… me decía: “He renunciado a la amistad de dos hombres: el uno porque no me ha hablado nunca de él; el otro, porque jamás me ha hablado de mí”. […]
  405.-“Tres cosas, decía N…, me importunan tanto en lo moral como en lo físico, en sentido figurado como en sentido propio: el ruido, el viento y el humo”. […]
  462.-M. de L…, conocido misántropo, me decía una vez a propósito de su gusto por la soledad: “Hay que amar terriblemente a alguien para verlo”. […]
  485.-M. de… solicitaba al obispo de… una casa en el campo que éste nunca utilizaba. El obispo le respondió: “¿No sabéis que siempre hay que poseer un lugar donde nunca se vaya y donde seríamos felices si alguna vez llegásemos a ir?” M. de…, tras un momento de silencio, respondió: “Cierto es, y tal cosa es lo que ha hecho la fortuna del paraíso”.
  486.-M… me decía: “No considero al rey de Francia más que como el rey de cerca de cien mil hombres, con los cuales se reparte y sacrifica el sudor, la sangre y los despojos de veinticuatro millones novecientos mil hombres, en proporciones determinadas por las ideas feudales, militares, anti-morales y anti-políticas que envilecen a Europa desde hace veinte siglos”. […]
  502.-“¿Qué pueden hacer por mí, decía M…, los grandes y los príncipes? ¿Pueden devolverme mi juventud o prohibirme mi pensamiento, cuyo ejercicio de todo me consuela? […]
  508.-M. de L… decía que se debería aplicar al matrimonio la política relativa a los edificios, que se alquilan por tres, siete y nueve años, con opción de compra de la casa si os conviene. […]
  524.-Tras el crimen y el mal realizados a conciencia, hay que colocar los perniciosos efectos de las buenas intenciones, las buenas acciones nocivas para la sociedad pública, como el bien hecho a los malvados, las estupideces de la simpleza, los abusos de la filosofía mal aplicada a propósito, la torpeza agasajando a los amigos, las falsas aplicaciones de máximas útiles u honestas, etc. […]
  527.-Le dijeron a Delón, médico memerista: “Por cierto, M. de B… ha fallecido, a pesar de las promesas que le hicisteis de curarlo". Contestó: "Habéis estado ausente y no habéis podido seguir los progresos de la cura: ha muerto curado". […]
  557.-Un cierto Marchand, abogado, hombre de ingenio, decía: “Corremos serio riesgo de asquearnos si nos enteramos de cómo se elaboran la administración, la justicia y la cocina”.
  558.-“Sé soportarme, decía M…, y cuando llegue la ocasión sabré cómo pasar de mí”, queriendo significar que moriría sin pesadumbre. […]
  595.-Un hombre dijo a Voltaire que abusaba del trabajo y del café, y que se estaba matando. “Nací muerto”, contestó.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Península, 1999, en traducción de Antonio Martínez Sarrión. ISBN: 84-8307-177-0.]

   

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