viernes, 14 de febrero de 2020

Barrabás y otros relatos.- Pär Lagerkvist (1891-1974)

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El Verdugo

«-¡Oh, los viejos no entienden nada!... ¡Salud, Verdugo! ¡A ti te acepto! Tú y yo vamos a ordenar el mundo... Pero, ¿por qué no bebes?... Pareces un pobre diablo. ¿Estás enojado?
 Clientes y mozos reían a carcajadas en otra mesa, y tanto, que una muchacha se doblaba sobre los vasos.
 -Es evidente que debemos librar otra guerra. ¡La guerra es salud! ¡Un pueblo que no quiere pelear es un pueblo enfermo!
 -Sí, la paz es una cosa para los niños y los enfermos: son los que necesitan de la paz. Pero un hombre sano y fuerte, no.
 -La trinchera es el único lugar en el que un hombre decente puede sentirse a gusto. Se debería vivir en las trincheras hasta en tiempos de paz, y no dentro de las casas, que sólo sirven para debilitar a las gentes.
 -Sí, ¡el baño de acero de la guerra es necesario! Un pueblo sano no puede prescindir de ella más de una década. Después empieza a degenerar; si es un pueblo sano, se entiende.
 -Así es, ¡y el que pone fin a la guerra es un traidor!
 -Así es.
 -¡Abajo los traidores! ¡Abajo los traidores!
 -¡Que los maten!
 -Sí, porque empujan inconscientemente a su pueblo a las inseguridades de la paz. Uno sabe por qué se hace la guerra, pero, durante la paz, el pueblo está amenazado por toda clase de peligros desconocidos.
 -Es verdad.
 -Hay que alejarse de las debilidades peligrosas. Los niños deben ser educados para la guerra. Cuando aprendan a caminar, deben hacerlo con un sentido militar y no maternal.
 -Sí, estas cosas se arreglarán. Nos ocupamos de los niños y no los abandonamos en manos de padres irresponsables.
 -Es lógico.
 -Eso permite pensar tranquilamente en el futuro.
 -Por supuesto.
 -Les estoy oyendo hablar de la guerra, camaradas -dijo, levantándose dificultosamente de su silla, un hombre con la cara destrozada por las balas, cuyo rostro era una desagradable superficie colorada con una barba en el medio-. ¡Eso me levanta el corazón! Espero vivir el día en que nuestro pueblo vuelva orgullosamente a los viejos campos de batalla. Tal vez entonces la ciencia permitirá que yo pueda acompañarlos. Me han leído un libro recién aparecido según el cual existiría la posibilidad de que el hombre pueda ver y apuntar nada más que con el pensamiento. Si fuera así, me encontrarán en la primera fila, y con muy buena puntería, camaradas.
 -¡Bravo! ¡Bravo!
 -¡Magnífico!
 -¡Heroico!
 -Hombres así sólo existen en las grandes épocas.
 -Sí, la guerra imprime su sello de honor sobre la frente de los hombres.
 -¡Es grandioso!
 -Un pueblo así es invencible.
 -Por otra parte, reconocemos la obligación de divulgar nuestra ideología por todo el mundo. Los demás pueblos se inquietarían si nos vieran reservar algo semejante sólo para nosotros; y si hubiera alguno que no quisiera aceptarla, lo exterminaremos.
 -Sería para su propio bien, porque un pueblo preferirá desaparecer antes que vivir sin nuestra ideología.
 -¡Eso, ni que hablar!
 -El mundo nos agradecerá tan pronto comprenda lo que buscamos.
 -Además, es necesario que la humanidad, al cabo de un tiempo, destruya cuanto ha construido. De no ser así, desaparecería el verdadero sentido creador. La destrucción es más importante que una simple construcción. Es lo que corresponde a las grandes épocas. Siempre habrá hormiguitas diligentes que se encargarán de edificar un mundo nuevo, de eso no hay que preocuparse. Pero los espíritus audaces, que de una sola vez hacen desaparecer el mundo de juguete de los hombres, son muy raros, y sólo aparecen cuando son indispensables.
 -Nuestro pueblo es vigoroso y por eso tiene el coraje de declarar abiertamente su simpatía por lo que otros llaman opresión. Sólo las razas degeneradas tratan de oponerse. A todos los pueblos fuertes les gusta sentir el rebenque sobre sus espaldas.
 -Lo más alentador es ver que la juventud está de nuestra parte. ¡Nosotros construimos para la juventud! ¡Para esa valiente juventud moderna que no tiene nada de sentimental! En todas partes se pone de nuestro lado, del lado de la fuerza! Los jóvenes héroes...
 -Pero, ¡cómo se atreven!
 -¿Alguien dijo algo...? Bueno..., oí mal.
 Comenzó a notarse cierta inquietud entre los clientes que se encontraban próximos a la entrada del local. Algo se decían unos a otros en voz baja. Empezaban a levantarse de sus asientos, hacían señas, miraban en la misma dirección. Un murmullo atravesó la sala.
 -¡Vivan los asesinos! ¡Vivan los asesinos!»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, en traducción de Fausto de Tezanos Pinto. ISBN: 84-7530-102-9.]
 

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