Primer libro: Los viejos
Capítulo 20: Una carta de Vladivostok
«Mis queridos padres,
Perdonadme por no haberos escrito antes. Sencillamente no ha habido tiempo. Tanto Tonke como yo mismo estamos tan cargados de trabajo que simplemente nos hemos olvidado de vosotros, queridos míos. Ahora, sin embargo, escribiremos más a menudo.
Aquí he conocido más de cerca a Tonke debido a que, como diríais en palabras de vuestra lengua, me he "casado" con ella. Es una muchacha interesante, entregada en cuerpo y alma al tema de la construcción socialista. Del individualismo del pequeño burgués se ha liberado casi por completo. Creo que, en el proceso del trabajo, aún mejorará y tendremos en ella una verdadera activista para el frente económico, con conciencia de clase.
Queridos míos, el entusiasmo de la clase trabajadora es inmenso. Se detecta en todos los aspectos de nuestra construcción, aunque tenemos que admitir que la iniciativa de los trabajadores no siempre es llevada a la práctica en debida forma y, en consecuencia, el Estado pierde muchos millones, si no billones, de rublos.
Me preguntáis qué hago yo y si ya he ahorrado algo de dinero. Mis ingenuos, ingenuos padres: ¡en qué cosas estáis pensando, ahí sentados! Yo salí de casa, no con el fin de acumular dinero; he llegado aquí para posicionarme en uno de los frentes de campaña de la mayor responsabilidad, el frente cultural. La vanguardia en la construcción cultural, aquí en la Unión Soviética, así como en la construcción socialista en general, pertenece y siempre pertenecerá al proletariado. Es esta la razón por la que el partido impone como un deber que el proletariado controle todos los aspectos de la cultura. Porque, por un lado, de eso depende que sus contenidos concuerden con el proletariado y, por otro lado, ayuda a reforzar aún más su influencia sobre las masas del campesinado.
Queridos míos, Tonke ha salido a un mitin y seguramente volverá por la noche, muy tarde; por tanto, yo ahora estoy calentando el horno y dejaré para ella una tetera con té. Mi muchacha soporta una gran carga social, y no sólo ella, todos trabajamos ahora con gran esfuerzo, pues nadie niega que todavía son grandes las dificultades en nuestro victorioso camino hacia el socialismo.
Estos días hemos celebrado una interesante asamblea acerca de la lucha contra las pérdidas. Tonke, ante un público obrero de unas mil personas, expuso una serie de relevantes hechos y cifras que reflejan nuestra descuidada política sobre los recursos internos. Tal claridad de ideas hace mucho que yo no había visto. Nuestras pérdidas en la economía son estimadas en cientos de millones de rublos. Doscientas mil toneladas de metal gastamos innecesariamente cada año. Un billón y medio de superfluos ladrillos se nos va, sólo porque construimos muros demasiado gruesos, según una vieja tradición. Los residuos de la producción alimentaria podrían significarnos cada año, según cálculos aproximados, doscientos millones de rublos. Y aún más grave es la situación de la agricultura; la sustitución de las semillas simples por otras más selectas podría producirnos un aumento de un veinte por ciento en la cosecha. Ahorramos demasiados medios en la lucha contra las pestes del campo, cuando ese coste podría cubrirse de inmediato con los beneficios. Sólo en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, por ejemplo, los roedores comen pan por valor de cuarenta y cinco millones de rublos; la langosta, por treinta millones; los gusanos de la cebada, por sesenta millones, el gorgojo, por ciento setenta y dos millones, etc.
Tonke ha sabido utilizar brillantemente todas estas cifras. Antes, los especialistas la miraban de arriba abajo, pero ahora Tonke Zinovyevna está considerada como una gran figura en asuntos económicos. A mí me resulta muy entretenido estar con ella. Almorzamos juntos en la cafetería de los trabajadores, intercambiamos opiniones, nos reímos y damos un repaso al mundo, de modo que a veces nos piden sencillamente que nos larguemos de la cocina. Por la tarde y por la mañana me toca llevar la casa. Tonke afirma que es por esta razón por la que se ha unido a mí, para que yo lleve los asuntos del hogar. Pero, queridos míos, por ahí no voy a pasar. Aun tengo bastante voluntad para defender mi independencia y no caer bajo la influencia de nadie, ni siquiera de la propia Tonke; ¡ser un perrito faldero, eso no me lo va a colgar nadie!
¿Cómo les va a ustedes? ¿Qué tal está papá? ¿Mamá? ¿La radio? Tened mucho cuidado de no poner la tetera encima del aparato, ni tampoco cualquier comida cocinada, ni nada parecido, porque si se vertiera un poco de sopa, por ejemplo, como podéis comprender, sería sencillamente un desastre. Es necesario hacer más alta la antena. Eso lo puede hacer papá por sus propios medios, del siguiente modo: hay que agarrar dos palos, marcar dos líneas paralelas en los extremos, que los dividan en cuatro pedazos iguales, serrar según las líneas los dos palos, en trozos entre 35 y 79 centímetros dependiendo del largo total. A continuación, taladrar un agujero en cada trozo, insertar cada uno en el extremo del otro, y cada unión reforzarla con una banda metálica. Os adjunto un dibujo.
Dentro de mi caja de herramientas en el ático encontrarás todas las herramientas necesarias, pero después debes, sin falta, devolver todo a su sitio. De paso, papá, envíame un libro mío de la estantería de arriba, donde mamá pone a secar el queso. El libro se titula: Sal Glauber en el Golfo Kara-Bogaz*.
Sí, queridos míos. Hay que trabajar, trabajar y trabajar. La filosofía no es mi fuerte. Debemos, sin embargo, poder analizar con rigor dialéctico los fenómenos en proceso y confieso que mi cabeza es demasiado torpe para estos asuntos. Tonke, de vez en cuando, me da explicaciones, pero no tiene paciencia y, si no la comprendo en el acto, se enfada, agarra el abrigo y huye. Después me retira la palabra durante algunos días. En mi opinión, esto no es más que un resto de su psicología individualista. Al fin y al cabo, ambos procedemos de parecidos padres, pequeños burgueses artesanos. Y para los artesanos de taller esas consideraciones intelectuales suenan extrañas. Ella aún es joven y, a medida que tenga un contacto más cercano con el proletariado industrial, es de esperar que se le eliminarán (y también a mí) todas esas arrugas pequeño-burguesas.
¡Sí, aún tenemos mucho que aprender de la experiencia!
Vuestro Falke.»
*El título hace referencia a la sal Glauber, de uso en aplicaciones químicas e industriales, descubierta hacia 1920 en los depósitos próximos al golfo Kara-Bogaz, en el Asia Central, actual Turkmenistán. (N. del T. de la versión inglesa).
[El texto pertenece a la edición en español de Xordica Editorial, 2016, en traducción de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. ISBN: 978-84-16461-05-9.]
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