XX.- Las primeras invasiones moras (época romana) en España
«El tema no es nuevo, ni desconocido, pero puede decirse es sabido sólo por unos cuantos, por aquellos que se dedican a la investigación y estudio de la Historia Antigua. Y me atrevería a subrayar eso de antigua porque los historiadores medievales, al historiar las primeras invasiones moras del siglo VIII pasan por alto ciertos importantes antecedentes de época romana. Sabemos desde la escuela que los árabes entran en la Península en el 711, pero no suele subrayarse que esta invasión no fue sino la repetición de un fenómeno que tiene todas las características de un factor periódico en nuestra historia; que antes que ellos ya habían penetrado en España los íberos, acaso a mediados del segundo milenio antes de Jesucristo, y que luego, en el siglo II de la Era cristiana, hubo otras invasiones, objeto precisamente de nuestra estampa. Sin duda el prehistoriador podría añadir a estas penetraciones otras más, rastreables en ciertos objetos de la industria prehistórica presentes en España y en el norte de África. En definitiva, es lícito decir que el estrecho de Gibraltar no fue nunca, ni lo será, un estrecho que separe ni un brazo de mar que escinda, sino un camino que une y enlaza. Los vándalos pasan de España a África por este Mar Ibérico; los árabes vienen del norte de África, los almorávides y almohades siguen su huella. Nosotros, en la Edad Media y luego en la Moderna y actual pasamos de España a África. Pero no sabemos si los avatares de la historia nos llevarán andando el tiempo a ser de nuevo dominados por gentes del norte de África. Sería ver la historia con ojos de hormiga y medir el tiempo con el cronómetro de su vida efímera, si creyésemos que lo que hoy es será siempre.
Pero vamos a eso de las invasiones moras de época romana. Sin duda que habrá extrañado un poco la voz "moro", de uso tan popular, cuando los eruditos hablan de "árabe", "musulmanes" o "muslimes". Sin embargo, hagamos constar que "árabes" strictu sensu, es decir, semitas de Arabia, fueron muy pocos los que llegaron a España y, que, realmente, como el pueblo dice, fueron moros, latu sensu, los que en diversas épocas vinieron en grandes cantidades. Advirtamos que "árabes" son las gentes venidas de Arabia y que "musulmán", o mejor "muslim" alude a una religión, no a un pueblo, al tiempo que "moros" son las gentes del norte de África. La voz "moro" es, pues, más exacta y más antigua para nosotros. Los griegos llamaban ya a los habitantes de Marruecos "moros" (mauroi). La región que habitaban era llamada por ellos Maurousía, de donde entre los latinos Mauretania y Mauritania. Mauros, en griego, significa negro, oscuro.
Moro, pues, es en los textos antiguos el habitante del norte de África por esta parte del Occidente. En nuestra habla popular significa lo mismo, siendo preferible, por tanto, al de árabe, que es erróneo desde un punto de vista étnico y que compromete demasiado histórica y geográficamente.
Hecha esta aclaración, fijemos ahora un concepto: que el norte de Marruecos nunca fue definitivamente dominado ni latinizado por Roma; que todo a lo largo de la Antigüedad la Mauretania no fue sino un conglomerado de tribus nómadas, insumisas, independientes, constantemente hostiles al ocupante. Así lo ha sido hasta hoy. En estas condiciones, aunque los romanos lograron crear ciudades y organizar la provincia, la vida en ella fue siempre difícil y en perpetua vigilancia. No es preciso recordar el nombre de Tacfarinas ni los avatares históricos de Marruecos desde Jugurtha en adelante. Baste transcribir unos párrafos epigráficos de una de las lápidas más importantes históricamente entre todas las halladas en esta parte de África.
En efecto, para formarse una idea algo más precisa y concreta de cómo se vivía entonces en esta zona África del Norte, precisamente en lo que ahora llamamos Marruecos, leamos unos fragmentos sumamente expresivos de un documento bien datado que casualmente ha llegado a nosotros en el original. El texto es muy importante desde otros puntos de vista también, pero lo es singularmente para nosotros en relación con el tema de que tratamos. Aludo a la lápida de la colonia romana de Sala (Sala estaba junto a la actual Rabat) con un decreto datado exactamente en el año 144. En él se elogia la labor de un tal Sulpicius Felix, que, por el contenido del texto, fue uno de los funcionarios oficiales más pulcros y celosos que ha tenido la Administración del Marruecos antiguo y, me atrevería a decir, también del Marruecos en toda su historia. La lápida se refiere, también entre otras cosas, a la energía e inteligencia desarrollada por este funcionario para defender a Sala de las violencias y de las razzias a que estábamos ya habituados, dice textualmente el documento. Una de las medidas tomadas por Sulpicius fue -lo dice también la inscripción- construir murallas más fuertes. El mismo decreto hace constar que el referido funcionario nos ha hecho posible el libre acceso a nuestros bosques y a nuestros campos, multiplicando la vigilancia para proteger la seguridad de los trabajadores. Es decir, que, hacia el año 144, no se podía vivir tranquilamente en Sala; que fuera de la ciudad no se podía explotar las riquezas naturales del campo y los bosques y que había que vivir en perpetua alarma y proteger con la fuerza a los trabajadores que se aventuraban a salir de la ciudad para sus faenas habituales.
Poco después de la fecha de este decreto parece ser que se alteró gravemente la paz en el norte de África, pues en el 145 hay que enviar un destacamento de la Legio VI Ferrata como contingente de reemplazo destinado a cubrir el hueco dejado por los efectivos de la Legio III Augusta (acampada permanentemente en Lambesa) enviados a la Mauretania Caesariensis (región de Argelia y el Oranesado). La represión llegó a su máximo cuando fue enviado desde España para la Mauretania Tingitana (zona equivalente a la del Marruecos que fue Protectorado español) a Titus Varius Clemens, quien logró rechazar a los rebeldes hasta el Atlas. El historiador griego Pausanías, que escribe por entonces, dice a este respecto: Los moros son la mayor parte de los libyos independientes nómadas, y son más difíciles de combatir que los mismos escitas, porque no van sobre carros, sino a caballo con sus mujeres.
En un ambiente de intranquilidad como el descrito, los romanos hubieron de aplicar pronto el único recurso posible, prácticamente conocido en otras zonas fronterizas del Imperio: la línea continua de defensa; el limes fijo. Así estaba ya establecido en Germania, en Escocia, en el Danubio. A su imitación crearon, pues, en el norte de África una línea continua y permanente de defensa, constituida por una serie de trincheras, zanjas, parapetos reforzados de trecho en trecho por torres de vigilancia y defensa similares a los castella del centro de Europa.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa-Calpe, 1991. ISBN: 84-239-1981-1.]
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