La crítica y los críticos
«Querido Jeromo: si resucitara Molière en estos tiempos de análisis, que dicen los filósofos cursis, no necesitaría consultar con su criada el mérito de sus obras, como es fama que hacía muchas veces, ni siquiera recurrir al criterio infantil de los hijos de los cómicos, sus compañeros, según Voltaire nos dice; pues más de una criada respondona había de darle su opinión, sin que él la consultase, y multitud de muchachos, encaramados en las columnas de cualquier revista, le ajustarían las cuentas, sin menester de que el gran Poquelin se acordase de ellos. Los Molière del día, si alguno hay, que lo dudo, encuentran dondequiera, sin buscarla, a la ignorancia, que pronuncia su veredicto sobre cuanto hay divino y humano, y se queda tan fresca.
Si lo que vale es el juicio de los que no saben una palabra, hoy la crítica ha llegado a un florecimiento asombroso. ¿Qué es, en rigor, lo que hace falta para escribir juicios críticos, como dicen los aficionados? En rigor no hace falta más que nombres y tiempo. Pluma y papel y un periódico que se preste a publicar cualquier cosa; esto es lo indispensable, y esto dondequiera abunda. Hoy, en general, los diarios, revistas, etc., prefieren los trabajos que no se pagan; éstos son para ellos los mejores. Ahora bien, el genio -es cosa averiguada- vive con muy poco, se mantiene de gloria y no cobra los artículos.
De ahí la facilidad de llegar a las letras de molde.
En cuanto a la ciencia, que antiguamente se decía ser necesaria, hoy no hace falta; es más, estorba; y ni los estudios clásicos ni la estética ni la retórica, ni siquiera la gramática son para el crítico más que trabas que dificultan el libre vuelo de su... vamos, de su poca vergüenza.
Hemos abolido la retórica: bajo pretexto de que había demasiadas figuras, nos hemos quedado sin ninguna; pues si Canalejas consiente que haya cuatro y Campoamor una, los avanzados van más lejos y las suprimen todas.
Ya no hay clases, ya no hay figuras.
De la gramática, no se diga: por galicismo más o menos no hemos de reñir; y sobre que la Academia no tiene derecho para imponer sus leyes, cada cual sabe dónde le aprieta el régimen, y sólo un dómine pedantón puede tomar a mal que se conjuguen los verbos irregulares como los niños los conjugan, porque eso constituye un lunar que tiene gracia. Si Blasco* dice asola en vez de asuela (que sí lo dice), tanto mejor; eso es graciosísimo, "asola", ¡ja, ja, ja!, ¿no te ríes? ¡Chiquirritín de su papá! A Bremon y a mí nos da ganas de comérnoslo.
La estética ya no es cosa tan baladí; pero no hace falta estudiarla; todos tienen su estética en su armario, y con saber cinco o seis terminachos de filosofía de esos que andan por ahí por los periódicos y por los discursos, no falta nada, como no sea barajarlos sin ton ni son y salga lo que saliere.
Por lo que toca a estudios de erudición clásica, Dios nos libre de ellos, porque si sabemos de esas cosas se nos llamará neos, oscurantistas y se dirá que tenemos mucha memoria, pero poco talento, y que no sabemos sintetizar, y que somos amigos del pormenor insignificante de puro poco filósofos que somos. Algo se necesita saber de literaturas antiguas y modernas; pero todo ello cabe en una hoja de perejil y querer más es degenerar en pedante, ratón de bibliotecas, etc., etc. Oye, Jerónimo, lo que has menester en punto a erudición si quieres ser crítico, que sí querrás, pues serías el primero que no lo fuese. […]
Roma, ya se sabe, representa el derecho, la política y en literatura es la imitación (por eso no hace falta saber latín). La Edad Media es la desintegración; luego viene el Renacimiento, que es la reintegración, y luego la revolución, que es..., en fin, ¿quién no sabe lo que es la revolución? Con estas grandes síntesis históricas estás al cabo de la calle.
En punto al juicio que has de formar de los autores, procura que sea más bien que justo, inaudito por lo extraño; descubre tú, antes que otro lo haga, que Dante era un pobre diablo, que Milton no pasaba de ser un fanático vulgar, y pruébalo, no con el estudio de sus poemas, que no debes haber leído, ni ganas, sino por lo objetivo y lo subjetivo, que son los términos técnicos de esta esgrima de vocablos que se llama la crítica entre nosotros y que no valen más que las razones geométricas del espadachín de Quevedo.
Desde que hemos dado al traste con Aristóteles, Horacio y Quintiliano, esto de ser crítico es como coser y cantar. De mí puedo decirte que soy ya tan crítico como el que más, y así me lo llaman muchos amigos complacientes; de modo que dentro de poco voy a creerlo yo mismo. Conozco capitanes de reemplazo, fabricantes de papel y corredores de número, que por pasatiempo, por broma, se han metido a criticar y critican tan bonicamente como si en su vida hubieran hecho otra cosa.
El caso es querer: con un poco de mala voluntad que le tengas al autor de cualquier drama, novela o lo que sea, y mala voluntad nunca falta, no tienes más que dejar correr la pluma.
Criticar es murmurar, cortarle un sayo al lucero del alba, y eso no se necesita aprenderlo. Si esto no es verdad, por lo menos así lo entiende el público; si quieres que te consideren como crítico de pelo en pecho, da de firme. El mayor elogio que saben hacer de tus críticas los más apasionados amigos es éste: "¡Qué palo le ha dado usted a Fulano!" "¿Cómo palo?", dirás tú, si no entiendes de esto, y te parecerá una ofensa; pero si sabes de metáforas te darás por muy satisfecho, y en adelante pegarás palos de ciego; y verás cómo recibes libros de muchos autores que en la dedicatoria te llamarán eminente, ilustre y cosas así, cuando propiamente debieran llamarte Machuca, Quebranta-huesos, Sansón, Hércules o Maza de Fraga.
Entre los envidiosos tendrás los más decididos y entusiastas partidarios, aunque la envidia sea para ti pecado feo, del que jamás te hayas contaminado; pero Dios te libre de desdeñar los elogios de la envidia: por más que te repugne vivir entre los de esa ralea, no niegues tu mano ni tus sonrisas en el compadrazgo de las letras a los que te quieren porque pegas a sus enemigos; ¡ay de ti si los envidiosos sospechan que no eres de los suyos!
Podrá suceder que hables mal de las obras literarias porque te parecerán malas; acaso te guíe el puro interés del arte; pero la satisfacción de la conciencia que esto te reporte guárdala para ti, y aunque no seas malicioso ni pendenciero, no lo niegues cuando te lo llamen; ¡pobre crítico, si te tienen por candoroso y por inocente! Si has de vivir en el mundo tienes que vivir entre gente de mala voluntad, y harto harás con no llegar tú a ser uno de ellos.
Ya ves que, con entender la aguja de marear un poco, puedes llegar a crítico de los de ahora.
Pero también los hay de otra clase, de la clase de los benévolos; éstos son peores, y de ellos te hablaré otro día.»
*"Voraz incendio el monasterio asola." Esto dice Blasco. (Nota del autor)
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1971. Depósito legal: M. 23407-1971.]
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